10 de abril: una cita con la historia
En una sociedad democrática el voto es el instrumento más preciado de expresión de la voluntad de los ciudadanos. Lo mismo les puede servir para elegir a representantes y gobernantes, que para exigirles políticas públicas determinadas o expulsarlos de los cargos si traicionan el interés colectivo.
Sin embargo, pareciera que vivimos en un mundo al revés en el que grupos de políticos y organismos que se supone deben promover la democracia y la participación de los ciudadanos en la vida pública del país, están llamando a no hacerlo en la consulta de revocación de mandato a realizarse el próximo 10 de abril, que permitirá a éstos ejercer su derecho de decidir si el presidente actual de México debe seguir en el cargo o debe dejarlo.
Este ejercicio no es un invento sacado del bolsillo, está en nuestra Carta Magna y es parte del instrumental de un avanzado sistema de democracia directa o participativa que sólo los países más avanzados en la materia tienen.
Es contradictoria la postura de quienes diciéndose demócratas llaman a no participar en él esgrimiendo pretextos que no consiguen ocultar el miedo cerval que tienen a que el pueblo se exprese.
Lo paradójico es que lo hacen cuando México ha entrado en una nueva fase de su vida pues por primera vez el voto es respetado como nunca, como se ha constatado en los últimos comicios realizados, tanto federales como estatales, a diferencia de cuan—————
(*) Maestro en Español. Especialista en política y gestión educativa do el Prian gobernaba, como efecto de que el gobierno federal es quien promueve el respeto, a diferencia de sexenios anteriores cuando era en el poder presidencial desde donde se orquestaban los fraudes. Mala memoria tiene quien no lo recuerde.
La actitud de los opositores es no sólo incongruente, sino incoherente y absurda. Se la pasan sus voceros diciendo que el gobierno que encabeza López Obrador es malísimo, que está arruinando al país, que todo lo que hace lo hace mal, que está plagado de corrupción, que es dictatorial, que es el gobierno de un solo hombre, que no merece gobernar a México, etc., etc., y cuando tienen la oportunidad de que este malísimo gobierno se vaya, se oponen a la única forma pacífica que hay para que esto ocurra: mediante las urnas.
Y lo hacen con argumentos pueriles como el de que se trata de un ejercicio que es fruto de un “capricho” presidencial o que fue el presidente quien lo solicitó. Aceptando, sin conceder, que fuera cierto lo primero —lo segundo es falso: la solicitud la hicieron más de 3 millones de ciudadanos, como marca la Constitución— ¿no es acaso ésta una oportunidad en bandeja de oro, para conseguir lo que tanto anhelan que es deshacerse de él? O ¿es creíble que, pese a lo malo que lo consideran, desean que siga gobernando? ¡No! No son sinceros. Lo que ocurre es que le tienen miedo al veredicto de las urnas.
Piensan que, a pesar de todos los esfuerzos hechos para desacreditarlo, para debilitarlo, para reducirlo a escombros, les va a ganar la batalla en el terreno en que se deben dirimir, de manera civilizada, las diferencias políticas naturales que existen en el seno de toda sociedad: el de las urnas.
Una actitud totalmente esquizofrénica: están todo el día dale y dale con lo mismo, que este gobierno es el peor de todos los tiempos, que cuando termine el sexenio estará destruido el país. Y teniendo la oportunidad de ser congruentes de deshacerse de quien está gobernando de manera tan atroz concluyen: “No, que se quede hasta que finalice su mandato”.
Brincos diéramos porque esta oportunidad se nos hubiera brindado cuando gobernaron Salinas, Zedillo, Fox, Calderón o Peña Nieto, quienes desde los primeros días de sus sexenios lo saquearon, endeudaron y entregaron sus bienes y su soberanía a oligarcas nacionales y extranjeros. No hubiéramos llegado al punto de pobreza, atraso, desigualdad, corrupción e inseguridad en que lo dejaron. Se les hubiera podido correr antes de concretar su nefasta “obra”.
Y no es, tampoco, porque los anticonsulta crean que el ejercicio va a ser fraudulento pues, como se sabe, no es el gobierno el que lo hará sino una institución ajena, el INE, a la que no cesan de alabar porque ha chocado muchas veces con el mismo gobierno a cuyo titular va ahora a someter al escrutinio público y al que, por lo mismo, no tiene el más mínimo interés en que salga airoso.
De tal modo que es imposible que el gobierno la manipule porque no tiene su control. Ésta es, pues, otra flagrante contradicción en la que caen los antidemocráticos derechistas pues mientras le echan flores al
INE desacreditan su trabajo, sugiriendo, con su postura, que no confían en lo que hará.
O se está o no se está de acuerdo con la democracia, cuya expresión más acabada es el voto. No se puede ser selectivo, unas veces sí cuando me conviene y otras no, cuando no conviene a mis intereses. Como cree que va a perder, porque pese a su machacar de día y de noche contra la figura presidencial está muy lejos de su objetivo de tumbarlo, la oposición teme al veredicto de las urnas. No le tiene confianza al pueblo. Pero esta actitud le es contraproducente porque la muestra derrotada de antemano. Si hoy está así ¿cómo estará en 2024? Porque son las batallas que se dan a lo largo de un periodo de gobierno las que forjan y fortalecen a los combatientes para el momento de la renovación de poderes. Pero si elude el combate porque se siente débil ¿qué le espera? Otra derrota apabullante como la que sufrió en 2018.
Independientemente de todo lo anterior, a los mexicanos nos conviene la existencia de un mecanismo -garantizado ya en la Constitución- que nos permita para siempre deponer a los malos gobernantes y —si es el caso— darle nuevos bríos a quien está actuando bien. Ese es el precedente que se sentará con la puesta en práctica, ahora, de esta ley pues hará difícil, por no decir imposible, eludirla en el futuro. Por eso es importante que tenga éxito.
La cita con la historia es el 10 de abril, no en 2024, para eso falta mucho.— Mérida, Yucatán.