Diario de Yucatán

10 de abril: una cita con la historia

- FI L I BERTO PI NELO SANSORES ( * ) fipica@prodig y.net.mx

En una sociedad democrátic­a el voto es el instrument­o más preciado de expresión de la voluntad de los ciudadanos. Lo mismo les puede servir para elegir a representa­ntes y gobernante­s, que para exigirles políticas públicas determinad­as o expulsarlo­s de los cargos si traicionan el interés colectivo.

Sin embargo, pareciera que vivimos en un mundo al revés en el que grupos de políticos y organismos que se supone deben promover la democracia y la participac­ión de los ciudadanos en la vida pública del país, están llamando a no hacerlo en la consulta de revocación de mandato a realizarse el próximo 10 de abril, que permitirá a éstos ejercer su derecho de decidir si el presidente actual de México debe seguir en el cargo o debe dejarlo.

Este ejercicio no es un invento sacado del bolsillo, está en nuestra Carta Magna y es parte del instrument­al de un avanzado sistema de democracia directa o participat­iva que sólo los países más avanzados en la materia tienen.

Es contradict­oria la postura de quienes diciéndose demócratas llaman a no participar en él esgrimiend­o pretextos que no consiguen ocultar el miedo cerval que tienen a que el pueblo se exprese.

Lo paradójico es que lo hacen cuando México ha entrado en una nueva fase de su vida pues por primera vez el voto es respetado como nunca, como se ha constatado en los últimos comicios realizados, tanto federales como estatales, a diferencia de cuan—————

(*) Maestro en Español. Especialis­ta en política y gestión educativa do el Prian gobernaba, como efecto de que el gobierno federal es quien promueve el respeto, a diferencia de sexenios anteriores cuando era en el poder presidenci­al desde donde se orquestaba­n los fraudes. Mala memoria tiene quien no lo recuerde.

La actitud de los opositores es no sólo incongruen­te, sino incoherent­e y absurda. Se la pasan sus voceros diciendo que el gobierno que encabeza López Obrador es malísimo, que está arruinando al país, que todo lo que hace lo hace mal, que está plagado de corrupción, que es dictatoria­l, que es el gobierno de un solo hombre, que no merece gobernar a México, etc., etc., y cuando tienen la oportunida­d de que este malísimo gobierno se vaya, se oponen a la única forma pacífica que hay para que esto ocurra: mediante las urnas.

Y lo hacen con argumentos pueriles como el de que se trata de un ejercicio que es fruto de un “capricho” presidenci­al o que fue el presidente quien lo solicitó. Aceptando, sin conceder, que fuera cierto lo primero —lo segundo es falso: la solicitud la hicieron más de 3 millones de ciudadanos, como marca la Constituci­ón— ¿no es acaso ésta una oportunida­d en bandeja de oro, para conseguir lo que tanto anhelan que es deshacerse de él? O ¿es creíble que, pese a lo malo que lo consideran, desean que siga gobernando? ¡No! No son sinceros. Lo que ocurre es que le tienen miedo al veredicto de las urnas.

Piensan que, a pesar de todos los esfuerzos hechos para desacredit­arlo, para debilitarl­o, para reducirlo a escombros, les va a ganar la batalla en el terreno en que se deben dirimir, de manera civilizada, las diferencia­s políticas naturales que existen en el seno de toda sociedad: el de las urnas.

Una actitud totalmente esquizofré­nica: están todo el día dale y dale con lo mismo, que este gobierno es el peor de todos los tiempos, que cuando termine el sexenio estará destruido el país. Y teniendo la oportunida­d de ser congruente­s de deshacerse de quien está gobernando de manera tan atroz concluyen: “No, que se quede hasta que finalice su mandato”.

Brincos diéramos porque esta oportunida­d se nos hubiera brindado cuando gobernaron Salinas, Zedillo, Fox, Calderón o Peña Nieto, quienes desde los primeros días de sus sexenios lo saquearon, endeudaron y entregaron sus bienes y su soberanía a oligarcas nacionales y extranjero­s. No hubiéramos llegado al punto de pobreza, atraso, desigualda­d, corrupción e insegurida­d en que lo dejaron. Se les hubiera podido correr antes de concretar su nefasta “obra”.

Y no es, tampoco, porque los anticonsul­ta crean que el ejercicio va a ser fraudulent­o pues, como se sabe, no es el gobierno el que lo hará sino una institució­n ajena, el INE, a la que no cesan de alabar porque ha chocado muchas veces con el mismo gobierno a cuyo titular va ahora a someter al escrutinio público y al que, por lo mismo, no tiene el más mínimo interés en que salga airoso.

De tal modo que es imposible que el gobierno la manipule porque no tiene su control. Ésta es, pues, otra flagrante contradicc­ión en la que caen los antidemocr­áticos derechista­s pues mientras le echan flores al

INE desacredit­an su trabajo, sugiriendo, con su postura, que no confían en lo que hará.

O se está o no se está de acuerdo con la democracia, cuya expresión más acabada es el voto. No se puede ser selectivo, unas veces sí cuando me conviene y otras no, cuando no conviene a mis intereses. Como cree que va a perder, porque pese a su machacar de día y de noche contra la figura presidenci­al está muy lejos de su objetivo de tumbarlo, la oposición teme al veredicto de las urnas. No le tiene confianza al pueblo. Pero esta actitud le es contraprod­ucente porque la muestra derrotada de antemano. Si hoy está así ¿cómo estará en 2024? Porque son las batallas que se dan a lo largo de un periodo de gobierno las que forjan y fortalecen a los combatient­es para el momento de la renovación de poderes. Pero si elude el combate porque se siente débil ¿qué le espera? Otra derrota apabullant­e como la que sufrió en 2018.

Independie­ntemente de todo lo anterior, a los mexicanos nos conviene la existencia de un mecanismo -garantizad­o ya en la Constituci­ón- que nos permita para siempre deponer a los malos gobernante­s y —si es el caso— darle nuevos bríos a quien está actuando bien. Ese es el precedente que se sentará con la puesta en práctica, ahora, de esta ley pues hará difícil, por no decir imposible, eludirla en el futuro. Por eso es importante que tenga éxito.

La cita con la historia es el 10 de abril, no en 2024, para eso falta mucho.— Mérida, Yucatán.

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