Un valor que se vive en plenitud
Todos juntos debemos construir una nueva cultura de la vida: nueva, para que sea capaz de afrontar y resolver los problemas propios de hoy sobre la vida del hombre; nueva, para que sea asumida con una convicción más firme y activa por todos los cristianos; nueva, para que pueda suscitar un encuentro cultural con todos.
El hombre se asemeja a los demás seres vivos en cuanto que nacen, crecen, se reproducen y mueren. Sin embargo, el hombre es el único ser vivo que se sabe viviente, es decir, consciente de que está vivo y lleva en sí la trascendencia.
La vida terrena del hombre está limitada por: la concepción en el vientre materno, la enfermedad, el cansancio, el sueño, la depresión, etcétera. Pero el hombre ha sido dotado por Dios de una fuerza vital interna, que lo sostiene como ser vivo, llamado a la vida.
Vivir, en el sentido más propio de la referencia a la vida humana, es permanecer en actitud de agradecimiento al autor de la vida, buscar la gracia del Dios que da la vida y caminar en la fe, hacia la vida eterna.
La Teología Moral se interesa por la realidad llamada vida humana, la cual es una realidad compleja y trascendente, ya que, aunque se refiere primordialmente a lo material y sensible, no se limita a ello.
La vida humana puede ser considerada desde varios aspectos: vida biológica o terrena; vida física o corporalidad y vida futura o eterna. Estas tres dimensiones de la vida se refieren a la misma persona, cuya vitalidad comienza, se desenvuelve y continúa a la eternidad.
Sabemos que el cuerpo humano será transformado; la vida que tendrá será vida verdadera. La Sagrada Escritura subraya que la vida del cuerpo no puede ser reducida a la vida biológica. En el Nuevo Testamento es claro que la resurrección de la carne, en Cristo y en nosotros, no será una resurrección biológica, ya que no habrá una retoma de las funciones que caducan.
Jesús se presenta, incluso después de su resurrección, con su corporeidad y no como una visión o algo imaginario; pero su Cuerpo glorioso, aunque conserva las huellas de la cruz (cf Jn 20,25-27), está libre de la condición sensible de este mundo.—