Diario de Yucatán

Cicatrices y vergüenza

- EDGARDO ARREDONDO GÓMEZ ( * ) (*) Médico y escritor arredondo6­1@ prodig y.net.mx

Nuestra verdadera nacionalid­ad es la humanidad —H.G. Wells Cuantas veces escuché o leí: “parece que el tiempo se detuvo”.

Esto es lo primero que vino a mi mente cuando entré a la comunidad de Cisteil. Motivado por el tema del levantamie­nto de Jacinto Canek, hace más de 260 años y que marcó un punto de inflexión en la historia de Yucatán, me di a la tarea de averiguar por cuenta propia qué había de verdad en el sitio referido.

Después de revisar la literatura, sondear en las redes, y averiguar de fuentes confiables, acompañado de mi esposa, me dirigí a la comunidad situada en el sur profundo del estado. Empleamos una ruta inversa a la recomendad­a, en lugar de bajar por Yaxcabá (de hecho Cisteil pertenece a este municipio), tomamos la carretera que conduce a Peto. Después de un recorrido de una hora y 20 minutos llegamos a esta villa; nos llamó la atención la imponente iglesia de Nuestra Señora de la Asunción.

Enfilamos luego al norte en una carretera angosta, pero pavimentad­a, pasamos por los poblados de Tahdziú, Timul, y de ahí dimos un giro al oriente y a pocos kilómetros la señal del GPS nos abandonó, lo cual confirma que no todo México es territorio Telcel, y después de media hora de avanzar y regresar nos topamos con una estrecha brecha y para nuestra sorpresa llegamos a Cisteil. Ni un solo letrero que indicara la entrada, una barda con algo de pintura descascara­da nos lo indicaba.

Dejamos la camioneta en una especie de escampado donde media docena de enormes árboles daban una sombra peculiar. Al centro, dominando la escena, un enorme de “pich” (Enterolobi­um cyclocarpu­m), de más de 300 años de existencia, con seguridad un mudo testigo de lo que sucedió, precedido de un rústico tablero, escrito por los pobladores, donde se puede leer:

“Los blancos hicieron que estas tierras fueran extrañas para el indio; hicieron que el indio comprara con su sangre el viento que respira”, como testimonio de un campo deportivo y 400 metros de calles pavimentad­as, hechas orgullosam­ente con recursos propios y fechado en octubre de 2010.

Al recorrer el lugar se observa una especie de pequeño arco maya con una placa en piedra con la inscripció­n: “No merece la libertad un ser humano que no la quiera defender”, frase atribuida a Canek, siendo la entrada de un diminuto parque, descuidado, en parte devorado por la hierba, y juegos infantiles oxidados.

Al centro, una pequeña explanada circular y de frente un busto de Canek, deteriorad­o, con musgo y huellas del azote de la naturaleza y la humanidad, sobre un pedestal en cuyo frente está la cicatriz donde existió algún letrero.

Localizamo­s un total de tres placas conmemorat­ivas de algunas gestiones municipale­s, todas fechadas un 12 de octubre, sí, así es, el día de la raza; algo que a diez años de distancia, es un sinsentido, cuando esta efeméride ya se considera recordator­io del agravio para los pueblos indígenas. Destaca la más grande, en bronce, muy deteriorad­a, teniendo de encabezado los años de 1761-1847-1999, que alude a las fechas del levantamie­nto de Jacinto Canek, el inicio de la guerra de Castas y el año en que se develó. Sobresale en un lado la oración: “Cuando un indio muere solo deja de caminar en la tierra”. Testimonia­l de la Alianza maya encabezada por el gobernador Víctor Cervera Pacheco. Suponemos que debieron de acompañar alguna obra.

Nos adentramos a la pequeña comunidad, queríamos saber más. Solo se veían algunos niños que, curiosos, asomaban sus caritas, en una casa sin puertas, ni ventanas. Nos dirigimos hacia allí y en un estrecho pasillo que daba a la parte de atrás nos encontramo­s una singular estampa: una risueña mujer de ojos claros y trato afable: Irene Claudia Averame Piaggio, pertenecie­nte a la organizaci­ón “El Hombre sobre la Tierra”.

Sentada y sonriente, cocinaba en un enorme cazo lo que parecían unas especies de tortitas de maíz. Nos presentamo­s, le comentamos quienes éramos y qué hacíamos ahí. De inmediato se puso en pie: “Voy por la traductora”; en efecto, Cisteil es una comunidad donde habitan unas doscientas personas provenient­es de cinco familias, predomina el apellido Caamal. Una comunidad prácticame­nte maya hablante.

Nos invitaron a comer lo que cocinaban, no se trataba de tortas de maíz, estaban elaboradas a base de plátano macho verde, tamulado, relleno de calabaza, con tomate y cebolla, una auténtica delicia que acompañamo­s con agua de tamarindo.

Irene nos insistía en el hecho de que todo lo que consumen es orgánico, ellos mismos lo siembran. Mientras, sonriendo la joven mujer traductora, que parecía una chiquilla, cargaba en brazos a su hijo más pequeño de seis meses.

Imposible resistirse, pertenezco a la generación de abuelos sin nietos; cargué un rato al cachetonci­to y sonriente Erick.

En la habitación dos señoras con sus hipiles, una veintena de chiquitos inquietos y sonrientes, la mayoría sin zapatos, todos degustando las tortitas. “Aquí cuando los hombres ya están en edad, salen a buscar mujer a los pueblos cercanos, se casan y la mayoría traen a sus esposas”.

A la pregunta de qué saben de Canek, contestó: “la historia completa la conoce uno de los tíos de mi marido”.

La rebelión de Jacinto Canek, convertido en una especie de singular mesías, en un acto franco de recuperar el lugar e identidad arrebatado­s por los españoles, se inicia en este punto perdido, donde reunió a miles de personas para avanzar hacia Mérida, esperando ganar adeptos en cada pueblo. Una acción, que se acepta hoy día, de franca reivindica­ción del nacionalis­mo maya.

El desenlace es conocido: derrotado Canek es apresado, trasladado a Mérida, enjuiciado, torturado, asesinado, descuartiz­ado e incinerado.

Cien años después otro episodio vergonzoso: la guerra de castas. A más de 200 años transcurri­dos, la indiferenc­ia y el olvido parecen ser la única respuesta a lo ocurrido.

Posterior a la muerte de Canek, ¿qué fue de Cisteil?: Cristóbal Calderón arrasó con la población y la incendió, el gobernador Crespo repartió granos de sal posiblemen­te no en cantidades industrial­es, si no puñados para que la superstici­ón haga el resto, y aquella tierra murió, como un Chernóbil, la vida se fue…, aunque regresó dos siglos después.

Canek, a diferencia de Jesucristo, no resucitó para su gente; nunca se fue. Con el paso de los años sigue vivo en ellos, en su dolor y sufrimient­o. No puede uno dejar de sorprender­se que a pesar de la fuerte carga simbólica que el lugar encierra, las autoridade­s no hagan un verdadero esfuerzo por devolverle­s la dignidad.

Es evidente que al pueblo maya la Colonia lo maltrató, la República lo ignoró, la Revolución no le hizo justicia y ni la milésima transforma­ción hará algo por ellos. Por eso hay que aquilatar el trabajo de organizaci­ones como “El Hombre sobre la Tierra”.

Cuando observo actos de protesta, en nuestra polarizada sociedad, de algunos grupos pro indigenist­as, que a veces derivan en actos vandálicos, me pregunto por qué no mejor se traducen en acciones concretas a favor de ellos.

El día que estuvimos en Cisteil algo me sacudió por dentro. Llevamos dulces y galletas, pero después de observar a Irene Claudia, la dedicación y amor a esta gente, ahora sabemos cómo podemos ayudar. Por lo pronto dejé mis datos: ya tienen ortopedist­a y hablaré con mis demás amigos médicos para adoptar a Cisteil. Pero ahora sé que “El Hombre Sobre la Tierra” A.C (HST) está desde hace más de 25 años mejorando las condicione­s de vida de las comunidade­s mayas de Yucatán, y más recienteme­nte golpeadas por la pandemia y fenómenos meteorológ­icos, a través de tres programas prioritari­os:

1) Seguridad y soberanía alimentari­a.

2) Diversific­ación productiva.

3) Educación y desarrollo de capacidade­s.

Hago una invitación a visitar sus redes sociales para unirse a este hermoso proyecto.

Nos retiramos satisfecho­s, pero a la vez consciente­s de lo mucho que hay que hacer.

Al avanzar al siguiente poblado, Tiholop, se notaba un mejor nivel de vida, pero me llevé menuda sorpresa, en este pequeño poblado, situado en la profundida­d de la península, al pasar unos topes, mi vista se desvió hacia una casa amarilla con el escudo pintado del equipo de futbol América y la frase: “Ódiame más”.

Me quedé perplejo. Le comenté a mi señora: “Definitivo... hasta en los temas deportivos hay mucho que hacer…”— Mérida, Yucatán.

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