Urge poner freno al poder caciquil
Ya sea en la multitud de textos de los más acendrados y críticos analistas de la primera mitad del siglo XX, entre ellos José Vasconcelos y Daniel Cosío Villegas, plasmados en su extensa obra o bien recogidos por Enrique Krauze; ya sea también en textos del propio Krauze y muchos analistas más de la segunda mitad del siglo pasado y del actual, podría el lector concluir que en México los políticos que ocupan cargos ejecutivos no saben hacer política.
En efecto, nuestros gobernantes han demostrado que desconocen el arte de la política. Sentencia difícil de digerir pero de la que un día sí y otro también dan muestras aquellos que ocupan los órganos de poder, especialmente quienes despachan desde los palacios.
La política ha sido vista, por los gobernantes mexicanos, no como la posibilidad de dialogar, negociar, proponer e incluso ceder en algunos momentos en busca del alcance de un bien mayor. Muy lejos de esta concepción, la han visto como la forma de alcanzar los objetivos per—————
(*) Director de Medios Tradicionales de Grupo Megamedia sonales y gremiales pasando sobre los demás, cooptándolos y metiéndolos al aro o, de lo contrario, proscribirlos.
CONTINUADOR
Generosas cien, de las quinientas páginas de que consta “La presidencia imperial” (Tusquets, 1997), destina Enrique Krauze a la presidencia de Miguel Alemán Valdés, quizás porque ve en “El cachorro de la Revolución” no solo al continuador desde la vida civil de las enseñanzas y vetas abiertas que dejó la lucha a aquel partido que hizo de ella una institución, sino también porque fue quien, de manera “formal” dentro del sistema político, sometió a los alineados y no alineados.
“Apoyado y legitimado por la maquinaria electoral del PRI, el presidente regía de manera directa… la vida de los grandes poderes subordinados… el legislativo, el judicial y los gobiernos estatales y municipales”, expone el historiador. También manejados por los tentáculos de la Presidencia estaban “la prensa, la Iglesia, los empresarios, los intelectuales, la Universidad Nacional, las universidades estatales…”. Y, en adición, había una zona negra sobre la que regía: “la oposición”, que tenía amplios y profundos matices.
La forma de gobernar de Alemán privó hasta Ernesto Zedillo. No por nada desde el hijo de Sayula, Veracruz, hasta el presidente que entendió los tiempos y no le pudo negar las presidencia al PAN con el cambio de milenio, señoreó como un zar el personaje que apuntalaba a todos los gobiernos del PRI manipulando a la clase obrera: Fidel Velázquez. “Para muchos —escribía Krauze en 1997—, el político mexicano más importante de los últimos 50 años. Para él, Alemán merecía ese título”.
La impronta, pues, que el hijo del general revolucionario Miguel Alemán González dejó a la forma de ejercer el gobierno en México permanece hasta hoy, tres cuartos de siglo después, en el establecimiento desde la silla, si no del totalitarismo dictatorial, sí de la imposición de ideas que no admiten réplica y pretenden lo mismo aglutinar a todos, tachando y persiguiendo a los que piensan diferente, que atender los problemas en forma maniquea.
A México se llega al poder imponiendo e imponiéndose. La política se emplea para los intereses personales y de grupo, y se ejerce, por encima de cualquier otro, desde el ámbito electoral, en primer lugar, y el de la imposición de ideas acciones y planes, en segundo.
GUERRA AL NARCO
Esa imposición sin admitir medias tintas no es privativa de quienes ejercen hoy el poder en nuestro país. Para Felipe Calderón, por ejemplo, su lucha contra el narcotráfico no admitía tregua ni cuartel, y menos negociación o búsqueda de soluciones intermedias. Quiso exterminar a los grupos del crimen organizado y se desató un infierno. Subestimó su fuerza y arrastre. Si tenía razón o no es otra cosa. Su acción fue maniquea.
También hoy asistimos al maniqueísmo ejercido desde la misma silla presidencial: “conmigo o contra mí”. Y parece que igualmente se ha subestimado la fuerza y el arrastre de los no alineados, llámense intelectuales, médicos, científicos, padres de familia y, por supuesto, periodistas.
En México el político no sabe hacer política, entendida ésta como sentarse a la mesa a negociar en búsqueda de un bien supremo. Ese negociar muchas veces es renunciar. Hoy los políticos no ceden, y en caso de no conseguir eco a sus demandas, entre ellas la de ser ungidos, la primera y única opción es la búsqueda de otras siglas que arropen su proyecto y, por supuesto, sus necesidades presupuestales.
Negociar es sentarse a la mesa a escuchar y conocer las inquietudes de los otros poderes, el Judicial por ejemplo, y de grupos de interés, como los notarios, maestros o jubilados. Si bien se considera están ante enormes áreas de oportunidad, hacer política implica negociar y dialogar con el otro, respetuosamente, no imponerse por medio de chicanas dándole la vuelta a los afectados.
México necesita hoy más que nunca la negociación, no la imposición. El diálogo respetuoso con el otro, como decía la semana pasada el Papa Francisco, y no el aglutinamiento de cada vez más poder para ejercerlo de forma caciquil.
Así no se podrá remover a los caciques que siguen frenando el desarrollo de México desde hace tres cuartos de siglo.—Mérida, Yucatán