Cómo matar al periodismo
“Yo siempre lo he dicho: el hijo de pu... que se pase de ver..., una ver..., ver... salvaje. Nomás te voy a dar un dato, a los periodistas no hay que matarlos a balazos papá, hay que matarlos de hambre”.
Esta afirmación de Alito Moreno en un audio difundido esta semana es tan clara como ofensiva.
Es clara porque en ella el presidente nacional del PRI deja ver su disposición a usar la violencia ante quienes crucen líneas autoestablecidas. Moreno no habla del hecho de que es inmoral o ilegal balear periodistas –simplemente es innecesario–.
Es ofensiva porque implica que a los periodistas hay que controlarlos; es decir, que es conveniente limitar su libertad y su independencia –es decir, que no se “pasen”–.
La suma de estos aspectos retrata a la perfección la vulnerabilidad del periodismo en nuestro país y la forma en que las personas poderosas se aprovechan de ella.
Para ver por qué este es el caso, es importante reconocer que al periodismo en México se le mata cotidianamente en al menos dos formas distintas.
MATAR A LAS PERSONAS
La primera y más obvia consiste en terminar con la vida o con la libertad del cuerpo que ejerce el periodismo. Muertas las personas que ejecutan la labor periodística, muerto el periodismo.
La violencia física contra periodistas es común en países en guerra, anti-democráticos o con débil estado de derecho. Siria, Afganistán e Iraq son ejemplos de países altamente riesgosos cuando se trata de ejercer el periodismo.
Por desgracia, México ocupa el sitio de “honor” en esta lista. De acuerdo con distintas organizaciones, incluido el Parlamento Europeo y Reporteros Sin Fronteras (RSF), nuestro país es el más peligroso y mortífero para las y los periodistas.
Contrario al discurso de parte de la oposición, la violencia contra periodistas en México no comenzó en el actual sexenio. Nuestro país lleva al menos un par de décadas entre el grupo de países más mortíferos para periodistas. De acuerdo con los registros disponibles, 153 periodistas han sido asesinados en México desde 2000.
Sin embargo, también es cierto que el gobierno de AMLO no ha logrado contener este fenómeno. Y en buena medida no lo ha hecho porque la violencia y la impunidad están muy lejos de haber sido controladas.
El diagnóstico de RSF es demoledor en este sentido. En el México de 2022, “la connivencia entre las autoridades y el crimen organizado constituye una grave amenaza contra los periodistas y se hace sentir en cada eslabón del sistema judicial”. Es decir, México ha sido altamente peligroso para periodistas bajo gobiernos federales del PAN, del PRI y de Morena.
EN LAS ENTIDADES
A ello hay que sumar que, aunque suelen ser ignorados, a nivel nacional, los gobiernos estatales de todos los partidos también han jugado un papel importante en la preservación de este fenómeno.
Por ejemplo, aunque Alito Moreno piensa que este estado de cosas “no es necesario”, claramente se ha beneficiado del mismo. Por ejemplo, de acuerdo con la organización Article 19, el dirigente nacional del PRI está vinculado al encarcelamiento y tortura del periodista Miguel Ángel Villarino Arnábar.
En consecuencia, aunque los partidos suelen utilizar la represión o asesinato de periodistas como arma política, en los hechos no parece existir un interés genuino en poner un alto a esta barbarie.
MATAR LA PROFESIÓN
La segunda forma de asesinar al periodismo consiste en matar a la profesión sin terminar con la vida de las personas que la ejercen.
Lo anterior puede ser logrado siguiendo dos estrategias principales.
(a) La estrategia favorita de los populistas contemporáneos es hacer que los periodistas críticos sean vistos como enemigos y no como profesionales.
El caso más emblemático es, claro está, el de Donald Trump. Ese expresidente no tuvo empacho en calificar a los periodistas como “el enemigo del pueblo”.
A cada crítica recibida, Trump respondía con la misma estrategia: llamar al periodista o medio crítico “fake news” o vendido. Gradualmente, estos medios fueron colocados en una misma canasta de “enemigos”, sin matices o distinciones.
A su vez, esa estrategia catalizó el ataque de la base trumpista hacia los medios o personas colocados por su líder en esa canasta.
En el caso de México, si bien la cargada de algunos medios o periodistas en contra AMLO es evidente, también lo es el hecho de que nuestro Presidente ha optado por reproducir esta fórmula.
Lo que está en discusión no es entonces si AMLO la está utilizando, sino si es válido hacerlo con tal de volverlo inmune a las críticas.
Los seguidores más radicales del Presidente seguramente responderán a la interrogante anterior en sentido afirmativo. Muchos aceptan sin problema la idea, repetida por AMLO constantemente, de que un buen periodista es aquel que apoya al proyecto y un periodista “enemigo” es aquel que lo critica.
El resultado es una cascada de agresiones en redes sociales contra periodistas –incluyendo a muchos históricamente independientes y libres– documentada con pulcritud por el Seminario sobre Violencia y Paz del Colmex.
Pero sería un error suponer que el Presidente es el único político en México que utiliza esta estrategia. Como gobernador de Campeche, Alito Moreno, el hombre que hoy pretende dar clases de democracia, no tuvo empacho en etiquetar a un grupo de periodistas como “enemigos de Campeche”.
(b) La segunda estrategia para matar a la profesión sin matar a los periodistas, es hacer del periodismo en general una simulación. Esto es posible si se le convierte en un mero sistema de reproducción de boletines, inserciones pagadas, entrevistas a modo, notas cómodas.
Desde luego, siempre habrá personas ambiciosas y ruines que estarán dispuestas a prostituir su ejercicio del periodismo a cambio de beneficios económicos o políticos.
Para efectos de este texto, lo importante es que también es cierto que nunca faltarán personas con principios, valientes e independientes que no están dispuestas a vender su alma a ese diablo.
Intuyo que buena parte de quienes ejercen el periodismo en México forman parte del segundo grupo, pues de lo contrario sería un sinsentido entrar a una profesión riesgosa y precaria. Sólo quienes tienen de entrada una posición económica privilegiada y una ambición vulgar pueden jugar al periodismo para volverse millonarios.
¿Qué hacer con este grupo de personas? Alito Moreno es claro: doblarlas matándolas de hambre.
Es más probable que una persona con ideales, pero desesperada por llevar comida a su mesa, esté dispuesta a poner su pluma al servicio de quien le ofrezca reparar su carencia. O, por ponerlo de otra forma, mientras menos ingresos tengan los periodistas, más fácil será cooptarlos.
Esta ha sido, sin duda, la fórmula predilecta de gobiernos priistas y panistas durante este siglo. Los ejemplos más claros pueden verse a nivel local, donde el PRI y el PAN han construido, con notables excepciones, sinfonías mediáticas que tocan la melodía que se les indica desde las oficinas de los gobernantes.
Cuando el PRI o el PAN critican, con razón, el uso de la estrategia populista del Presidente, estos partidos no ofrecen el respeto y el apoyo al periodismo. Lo que ofrecen es una forma distinta de matarlo, tal como dijo con claridad Alito Moreno.
POR QUÉ SALVAR AL PERIODISMO
Es momento de hacer un corte de caja. Hemos revisado dos formas en que el periodismo se mata cotidianamente en México. También hemos visto que sería ingenuo suponer que a las élites políticas les interesa genuinamente evitar este fenómeno.
Este resultado no es sorpresivo. Suele perderse de vista, pero el periodismo no es un elemento adicional en una democracia, sino un engrane indispensable para su constitución y funcionamiento.
Esto es claro cuando se considera que una democracia presupone un público capaz de tomar decisiones informadas.
La información veraz claramente no puede venir de los grupos políticos en disputa. Tampoco puede surgir de personas sin los recursos técnicos para recopilarla, procesarla y difundirla. En consecuencia, es indispensable contar con profesionales dedicados a estas tareas.
Pero esto no es todo. En democracias débiles, en particular en aquellas sin pesos y contrapesos suficientes, como la mexicana, el periodismo se constituye en un auténtico mecanismo para la publicación de datos de interés público, la rendición de cuentas y la generación de presión ciudadana.
Felipe Calderón probablemente hubiera logrado imponer a su sucesor si la prensa no hubiese dado cuenta del baño de sangre que generó y de la colusión de su gobierno con el crimen organizado.
Enrique Peña Nieto, con la oposición domesticada, hubiese navegado seis años en el poder si no hubiese sido por reportajes como la “Casa Blanca” o distintas investigaciones sobre el caso Ayotzinapa.
El periodismo incomoda a quienes buscan acumular poder o recursos en un régimen antidemocrático. Es natural que los partidos políticos en México no tengan el menor interés en ejecutar las reformas necesarias para protegerlo.
Lo que sí sorprende es la apatía de parte de la población ante estos asesinatos cotidianos. Mientras eso no cambie, nuestras élites, incluido Alito Moreno, seguirán ignorándolos, solapándolos o, en el peor de los casos, alentándolos.— Edimburgo, Reino Unido