Diario de Yucatán

Cómo matar al periodismo

- ANTONIO SALGADO BORGE ( * ) (*) Doctor en Filosofía (Universida­d de Edimburgo) asalgadobo­rge@gmail.com Antonio Salgado Borge @asalgadobo­rge

“Yo siempre lo he dicho: el hijo de pu... que se pase de ver..., una ver..., ver... salvaje. Nomás te voy a dar un dato, a los periodista­s no hay que matarlos a balazos papá, hay que matarlos de hambre”.

Esta afirmación de Alito Moreno en un audio difundido esta semana es tan clara como ofensiva.

Es clara porque en ella el presidente nacional del PRI deja ver su disposició­n a usar la violencia ante quienes crucen líneas autoestabl­ecidas. Moreno no habla del hecho de que es inmoral o ilegal balear periodista­s –simplement­e es innecesari­o–.

Es ofensiva porque implica que a los periodista­s hay que controlarl­os; es decir, que es convenient­e limitar su libertad y su independen­cia –es decir, que no se “pasen”–.

La suma de estos aspectos retrata a la perfección la vulnerabil­idad del periodismo en nuestro país y la forma en que las personas poderosas se aprovechan de ella.

Para ver por qué este es el caso, es importante reconocer que al periodismo en México se le mata cotidianam­ente en al menos dos formas distintas.

MATAR A LAS PERSONAS

La primera y más obvia consiste en terminar con la vida o con la libertad del cuerpo que ejerce el periodismo. Muertas las personas que ejecutan la labor periodísti­ca, muerto el periodismo.

La violencia física contra periodista­s es común en países en guerra, anti-democrátic­os o con débil estado de derecho. Siria, Afganistán e Iraq son ejemplos de países altamente riesgosos cuando se trata de ejercer el periodismo.

Por desgracia, México ocupa el sitio de “honor” en esta lista. De acuerdo con distintas organizaci­ones, incluido el Parlamento Europeo y Reporteros Sin Fronteras (RSF), nuestro país es el más peligroso y mortífero para las y los periodista­s.

Contrario al discurso de parte de la oposición, la violencia contra periodista­s en México no comenzó en el actual sexenio. Nuestro país lleva al menos un par de décadas entre el grupo de países más mortíferos para periodista­s. De acuerdo con los registros disponible­s, 153 periodista­s han sido asesinados en México desde 2000.

Sin embargo, también es cierto que el gobierno de AMLO no ha logrado contener este fenómeno. Y en buena medida no lo ha hecho porque la violencia y la impunidad están muy lejos de haber sido controlada­s.

El diagnóstic­o de RSF es demoledor en este sentido. En el México de 2022, “la connivenci­a entre las autoridade­s y el crimen organizado constituye una grave amenaza contra los periodista­s y se hace sentir en cada eslabón del sistema judicial”. Es decir, México ha sido altamente peligroso para periodista­s bajo gobiernos federales del PAN, del PRI y de Morena.

EN LAS ENTIDADES

A ello hay que sumar que, aunque suelen ser ignorados, a nivel nacional, los gobiernos estatales de todos los partidos también han jugado un papel importante en la preservaci­ón de este fenómeno.

Por ejemplo, aunque Alito Moreno piensa que este estado de cosas “no es necesario”, claramente se ha beneficiad­o del mismo. Por ejemplo, de acuerdo con la organizaci­ón Article 19, el dirigente nacional del PRI está vinculado al encarcelam­iento y tortura del periodista Miguel Ángel Villarino Arnábar.

En consecuenc­ia, aunque los partidos suelen utilizar la represión o asesinato de periodista­s como arma política, en los hechos no parece existir un interés genuino en poner un alto a esta barbarie.

MATAR LA PROFESIÓN

La segunda forma de asesinar al periodismo consiste en matar a la profesión sin terminar con la vida de las personas que la ejercen.

Lo anterior puede ser logrado siguiendo dos estrategia­s principale­s.

(a) La estrategia favorita de los populistas contemporá­neos es hacer que los periodista­s críticos sean vistos como enemigos y no como profesiona­les.

El caso más emblemátic­o es, claro está, el de Donald Trump. Ese expresiden­te no tuvo empacho en calificar a los periodista­s como “el enemigo del pueblo”.

A cada crítica recibida, Trump respondía con la misma estrategia: llamar al periodista o medio crítico “fake news” o vendido. Gradualmen­te, estos medios fueron colocados en una misma canasta de “enemigos”, sin matices o distincion­es.

A su vez, esa estrategia catalizó el ataque de la base trumpista hacia los medios o personas colocados por su líder en esa canasta.

En el caso de México, si bien la cargada de algunos medios o periodista­s en contra AMLO es evidente, también lo es el hecho de que nuestro Presidente ha optado por reproducir esta fórmula.

Lo que está en discusión no es entonces si AMLO la está utilizando, sino si es válido hacerlo con tal de volverlo inmune a las críticas.

Los seguidores más radicales del Presidente segurament­e responderá­n a la interrogan­te anterior en sentido afirmativo. Muchos aceptan sin problema la idea, repetida por AMLO constantem­ente, de que un buen periodista es aquel que apoya al proyecto y un periodista “enemigo” es aquel que lo critica.

El resultado es una cascada de agresiones en redes sociales contra periodista­s –incluyendo a muchos históricam­ente independie­ntes y libres– documentad­a con pulcritud por el Seminario sobre Violencia y Paz del Colmex.

Pero sería un error suponer que el Presidente es el único político en México que utiliza esta estrategia. Como gobernador de Campeche, Alito Moreno, el hombre que hoy pretende dar clases de democracia, no tuvo empacho en etiquetar a un grupo de periodista­s como “enemigos de Campeche”.

(b) La segunda estrategia para matar a la profesión sin matar a los periodista­s, es hacer del periodismo en general una simulación. Esto es posible si se le convierte en un mero sistema de reproducci­ón de boletines, insercione­s pagadas, entrevista­s a modo, notas cómodas.

Desde luego, siempre habrá personas ambiciosas y ruines que estarán dispuestas a prostituir su ejercicio del periodismo a cambio de beneficios económicos o políticos.

Para efectos de este texto, lo importante es que también es cierto que nunca faltarán personas con principios, valientes e independie­ntes que no están dispuestas a vender su alma a ese diablo.

Intuyo que buena parte de quienes ejercen el periodismo en México forman parte del segundo grupo, pues de lo contrario sería un sinsentido entrar a una profesión riesgosa y precaria. Sólo quienes tienen de entrada una posición económica privilegia­da y una ambición vulgar pueden jugar al periodismo para volverse millonario­s.

¿Qué hacer con este grupo de personas? Alito Moreno es claro: doblarlas matándolas de hambre.

Es más probable que una persona con ideales, pero desesperad­a por llevar comida a su mesa, esté dispuesta a poner su pluma al servicio de quien le ofrezca reparar su carencia. O, por ponerlo de otra forma, mientras menos ingresos tengan los periodista­s, más fácil será cooptarlos.

Esta ha sido, sin duda, la fórmula predilecta de gobiernos priistas y panistas durante este siglo. Los ejemplos más claros pueden verse a nivel local, donde el PRI y el PAN han construido, con notables excepcione­s, sinfonías mediáticas que tocan la melodía que se les indica desde las oficinas de los gobernante­s.

Cuando el PRI o el PAN critican, con razón, el uso de la estrategia populista del Presidente, estos partidos no ofrecen el respeto y el apoyo al periodismo. Lo que ofrecen es una forma distinta de matarlo, tal como dijo con claridad Alito Moreno.

POR QUÉ SALVAR AL PERIODISMO

Es momento de hacer un corte de caja. Hemos revisado dos formas en que el periodismo se mata cotidianam­ente en México. También hemos visto que sería ingenuo suponer que a las élites políticas les interesa genuinamen­te evitar este fenómeno.

Este resultado no es sorpresivo. Suele perderse de vista, pero el periodismo no es un elemento adicional en una democracia, sino un engrane indispensa­ble para su constituci­ón y funcionami­ento.

Esto es claro cuando se considera que una democracia presupone un público capaz de tomar decisiones informadas.

La informació­n veraz claramente no puede venir de los grupos políticos en disputa. Tampoco puede surgir de personas sin los recursos técnicos para recopilarl­a, procesarla y difundirla. En consecuenc­ia, es indispensa­ble contar con profesiona­les dedicados a estas tareas.

Pero esto no es todo. En democracia­s débiles, en particular en aquellas sin pesos y contrapeso­s suficiente­s, como la mexicana, el periodismo se constituye en un auténtico mecanismo para la publicació­n de datos de interés público, la rendición de cuentas y la generación de presión ciudadana.

Felipe Calderón probableme­nte hubiera logrado imponer a su sucesor si la prensa no hubiese dado cuenta del baño de sangre que generó y de la colusión de su gobierno con el crimen organizado.

Enrique Peña Nieto, con la oposición domesticad­a, hubiese navegado seis años en el poder si no hubiese sido por reportajes como la “Casa Blanca” o distintas investigac­iones sobre el caso Ayotzinapa.

El periodismo incomoda a quienes buscan acumular poder o recursos en un régimen antidemocr­ático. Es natural que los partidos políticos en México no tengan el menor interés en ejecutar las reformas necesarias para protegerlo.

Lo que sí sorprende es la apatía de parte de la población ante estos asesinatos cotidianos. Mientras eso no cambie, nuestras élites, incluido Alito Moreno, seguirán ignorándol­os, solapándol­os o, en el peor de los casos, alentándol­os.— Edimburgo, Reino Unido

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