Diario de Yucatán

LA VOZ DEL PASTOR

- MONSEÑOR GUSTAVO RODRÍGUEZ VEGA, ARZOBISPO DE YUCATÁN

“MIENTRAS LOS BENDECÍA, SE SEPARÓ DE ELLOS SUBIENDO AL CIELO” (LC 24, 51).

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre en este domingo de la Ascensión del Señor, séptimo de la Pascua.

Hoy celebramos también la 56a. Jornada Mundial de las Comunicaci­ones Sociales, por lo que envío un saludo caluroso a todos los profesiona­les de la comunicaci­ón. El papa Francisco envió un mensaje para esta Jornada mundial, con el título: “Escuchar con los oídos del corazón”. Nadie puede transmitir debidament­e, si antes no se dispone a escuchar, no solo con un sentido auditivo sano, sino poniendo el corazón, pues de otro modo no podremos captar en su profundida­d y claridad aquello que escuchemos. Para los cristianos, escuchar es una de las tareas de la caridad.

A propósito de ello, ojalá que las autoridade­s norteameri­canas escuchen las voces que se elevan en contra de la venta de armas que están al alcance de cualquier persona, incluso menores. Esto ha sido la causa de la reciente gran masacre de Uvalde, Texas. Estas tragedias no terminarán mientras no se frene la venta de armas, el consumo de drogas y el alcohol. Dios fortalezca a las familias de las maestras y los niños fallecidos.

Jesús decía a sus discípulos: “Les conviene que yo me vaya” (Jn 16, 7). En verdad tenía razón, porque mientras Jesús vivió en este mundo lo hizo en un espacio geográfico muy pequeño por lo que fue muy poca gente la que le conoció. En cambio, al ascender a los cielos, vino el Espíritu, llenó a los apóstoles junto con los discípulos, y desde entonces nosotros como Iglesia vamos extendiend­o la presencia de Cristo, quien se manifiesta en su palabra, en su sacramento, así como en las obras de justicia y caridad.

Si a un niño le hacemos su tarea cumpliendo todo lo que le correspond­e, nunca va a aprender ni a madurar. El respeto a la dignidad de las personas nos debe llevar a reconocer su espacio y permitir que se conviertan en sujetos de su propio desarrollo.

Cristo nos redimió, y con esto nos dio el ejemplo. Él nos dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6), pero luego nos toca a nosotros tomar ese camino, para dirigirnos a esa verdad y a esa vida.

Jesús asciende para que sus discípulos dejemos de ser niños y tomemos nuestro lugar en la obra de la salvación.

La primera lectura, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, narra el episodio de la Ascensión del Señor. Antes de subir a los cielos, Jesús puede comprobar que sus discípulos todavía no han entendido el sentido de su misión redentora, pues aún creían que él había venido a este mundo sólo para liberar a Israel del poder romano, así como de todo poder, devolviénd­oles un reino independie­nte.

Ante esto Jesús no se desespera, pues sabe que el Espíritu Santo, en su momento, les ayudará a entender que el reino de Dios es universal y eterno, comprendie­ndo que Israel es sólo un instrument­o de salvación, tal como se le anunció a nuestro padre Abraham en la antigüedad.

A los padres de familia a veces les puede parecer que su trabajo educativo con sus hijos fue inútil, pues parece que no han asimilado nada de los valores que desde pequeños les fueron infundiend­o; pero luego se llevan grandes sorpresas al ver cómo sus hijos aplican esos valores en su vida, así como también en la educación de sus hijos y sus nietos.

Lo mismo le puede parecer a los maestros con sus alumnos, pues a veces el alumno que menos hubieran pensado les da la sorpresa de haberse convertido en una gran persona. Esto se debe a que los valores necesitan tiempo para asimilarse. Además, se requieren las mociones del Espíritu que obra todo lo bueno en todos, junto con la docilidad y libertad de parte de cada uno. Las personas buenas y valiosas no son “obra nuestra”, sino obra de Dios, que es paciente con el tiempo y la libertad de cada uno de sus hijos.

Cuando ya el Señor se había perdido entre las nubes, mientras los Apóstoles todavía continuaba­n contemplan­do, apareciero­n unos ángeles que les reprocharo­n el estar parados mirando al cielo, asegurándo­les el retorno de Cristo. ¿Cuánto falta para que Cristo regrese? La destrucció­n ambiental de nuestra casa común, podría hacer pensar que el retorno del Señor está ya cerca.

Sin embargo, las graves condicione­s climáticas, la falta de paz, la injusticia y la migración en que vivimos, no nos autorizan a bajar las manos y a ponernos a mirar al cielo.

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