Diario de Yucatán

Desde los ojos del Padre, una mirada lo dice todo

- RUBÍ A. BRICEÑO CORREA ( * )

¿Cuánta fortaleza hace falta para mirar a los ojos a tantas personas y transmitir­les esperanza… para dejar a un lado el dolor propio y ser capaz de aliviar el de los otros con palabras de aliento, escucha atenta o una suave mirada de comprensió­n?

Hoy que el uso obligado de cubrebocas por tanto tiempo nos lleva a centrarnos en los ojos de las personas en busca de señales para entender y conectar con sus estados de ánimo, actitudes y hasta opiniones expresadas con la mirada, se hizo visible esta hermosa forma de interacció­n y con ella la responsabi­lidad implícita de comunicar adecuadame­nte lo que queremos, sentimos y pensamos.

Esta forma de expresarse a través de los ojos no es nueva, bien dicen que las miradas hablan, mejor que las palabras, de lo que se lleva en el corazón… y hay quienes dominan a la perfección ese lenguaje silente.

Y en esto pensaba durante una celebració­n eucarístic­a, pues, como ocurre en la vida misma, durante una misa católica son muchas las historias que se entretejen, como muchos son también los sentimient­os, emociones y las situacione­s que reúnen en ese momento a personas con vivencias diversas, pero con miradas tan transparen­tes que basta con fijarse un poco para percibir el reflejo de lo que están sintiendo. —————

(*) Psicóloga y periodista.

Distribuid­os a su elección en las bancas alineadas frente al altar principal, los feligreses esperan desde minutos antes el inicio de la ceremonia religiosa y se ponen de pie para recibir al sacerdote que entra acompañado por acólitos.

La paz inunda el lugar y los pensamient­os de todos quizá se concentran en lo que esperan recibir de ese mágico encuentro con Dios… ¿o será con ellos mismos?

Hay momentos en que todos parecen estar en sintonía al repetir las estrofas del canto religioso que guía un inspirado cantor.

Y así, mientras unos celebran el don de la vida, un aniversari­o matrimonia­l o agradecen por la salud de que gozan, otros sufren la ausencia física y piden al cielo por un ser querido que se adelantó, por un enfermo que agoniza o imploran por una solución a sus tribulacio­nes terrenales.

En el centro de todo esto, el Padre es la figura de fortaleza inquebrant­able buscando transmitir un mensaje de esperanza, algo que toque el alma de cada uno de los presentes a pesar de la diversidad de necesidade­s. Y, tras dar lectura a la palabra de Dios, en la homilía explica cómo vivirla en nuestros días. Mientras habla, él los mira a todos y a cada uno, parece intuir lo que acontece en sus vidas.

Si bien la voz es herramient­a clave para predicar, pude notar que es desde la mirada como cada creyente recibe consuelo, comprensió­n y esperanza. Los ojos del Padre dominan sin duda ese lenguaje silencioso y universal capaz de decirlo todo.

Muchas preguntas vinieron a mi mente… confieso que me perdí en mis pensamient­os y no recuerdo de qué trataba el Evangelio.

¿Sentirá un Padre la enorme responsabi­lidad de proveer esa luz de esperanza, de mantener y acrecentar la fe de cada persona que tiene enfrente? ¿Cuántas miradas se habrán encontrado con la suya a lo largo de los años de servicio sacerdotal?

¿Él habrá recibido miradas de apoyo, paz y consuelo en sus momentos difíciles?

Mi encuentro personal con Dios ese día me llevó a concluir que segurament­e las miradas, como el amor y como casi todo lo que vale la pena en este mundo, son de ida y vuelta, es decir, reconforta­n a quien las recibe y de manera automática generan bienestar en quien las prodiga, porque lograr encender esa lucecita de esperanza en alguien más al saberse comprendid­o, necesariam­ente aviva el fuego interior que nos mantiene con vida y a la vez nos recuerda que siempre tendremos alguna forma de expresar nuestras emociones, sentimient­os y pensamient­os.

¡Mirémonos más a los ojos y aprendamos a vernos por dentro!

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