“¿Y la rezadora?”
Odilia Cruz, una exponente de esa labor tradicional
El 31 de octubre de 2021, la muerte nos tomaba desprevenidos a todos. En un momento en que el que degustábamos el tradicional pib y vivíamos una convivencia dominical, el teléfono sonaba y detrás la voz temblorosa de una joven anunciaba: “Mi papá acaba de morir”.
En pocas horas, el dolor de la pérdida tan repentina ya embargaba a una familia, y entre los abrazos y condolencias alguien alcanzó a preguntar: “¿Y la rezadora?”. La cara extrañada de la joven dio cuenta de la rareza de esa pregunta en medio del duelo, pero con prisas la familia salió en busca de alguien que pudiera comenzar el rito de nueve días.
¿Por qué rezamos a los muertos? En un tiempo en el que las manifestaciones de violencia hacen mella sobre la fe, son cada vez más las personas que pierden la esperanza y con ello también las tradiciones, así como el significado detrás de rezar.
Para Odilia Cruz Torres, una rezadora de vocación, el rezo a los difuntos es un acto de caridad y amor; es esa última muestra de cariño al alma desprendida que comienza su transición al encuentro con Dios. Es un rito que, concuerda, se ha ido perdiendo a través de los años, ¿por qué?
“Hoy en día son pocos los jóvenes que se acercan a la iglesia (católica), porque en las universidades les han enseñado a ver a la Biblia como un libro y no como palabra. Los adultos, o personas de mayor edad, tienen el arraigo en su fe, tenemos la confianza en que Dios no es una mentira y que el rezo a María hará que esta interceda por nosotros ante él”, señala en entrevista.
Odilia Cruz Torres es una rezadora de vocación, pues realmente realiza estos servicios en caridad, es decir, de forma gratuita; tal y como realiza actividades para la Iglesia y su comunidad, ya que considera que el rezo es un acto de amor al prójimo. Esto último le ha valido para acudir a cada llamado de sus compañeros para rezar el rosario de los difuntos en un velorio, aún sin conocer a la persona fallecida.
Primera vez
No obstante, no olvida aquella primera vez que tuvo que enunciar los cinco misterios del rosario, pues una amiga cercana acababa de perder la vida y el viudo se acercó a ella para pedirle el favor: “No creo que nadie pueda hacerlo con más amor”, le dijo.
Y es que para ella, el acto de rezar “debe salir del corazón, no puede hacerse sin amor, porque debe tener ese valor para compartir el mismo duelo que la familia presente”.
Y aunque intenta no juzgar a las personas que han hecho del rezo un oficio, considera que, sino todas, al menos la mayoría se dedica a enunciar los misterios a manera de corrido, de lectura rápida, como si se intentara romper una marca de quién termina antes un rezo.
“Si esa gente supiera que el difunto sigue ahí, que el rezo es un consuelo para ellos, creo que entonces revalorarían hacerlo de otra manera”.
Suceso extraño
En su vocación, ha sido testigo de esas manifestaciones de liberación, que le han motivado a seguir adelante. En este sentido, comparte aquella ocasión en la que fue invitada, junto a otras compañeras de la iglesia, a un almuerzo.
Aunque admite que ese día no se sentía con el humor de salir, pues esperaba la llegada de su esposo; decidió acompañar a las otras mujeres a la comida, pero justamente al entrar a la casa comenzó a sentirse mal.
“De repente me entró un dolor terrible de cabeza, sentía que me quería estallar y cuando cerraba los ojos podía ver un árbol de tamarindo y en ella la sombra de una persona”.
Explica que esa persona, si bien no veía su rostro, la podía ver colgada del árbol; así que en ese momento comenzó a rezar para sí misma, pero la visión no desaparecía. Sus compañeras se dieron cuenta de su malestar y al preguntarle qué le sucedía ella aprovechó la ocasión para cuestionar a la anfitriona sobre esa manifestación:
— ¿Tiene usted un árbol de tamarindo en su patio?
— Teníamos —le respondió—. Hace años la quitamos, ahí se mató mi suegra.
Ante esto, se decidió a hablar sobre lo que estaba viendo, por lo que entre ella y sus compañeras se pusieron a rezar. Una de ellas pidió un cirio y lo encendió. En un momento, la llama comenzó a crecer y elevarse, relata; hasta que finalmente regresó a su estado normal.
— Ya la tomó —refirió la persona que pidió el cirio al señalar que esa alma el pena ya había comenzado su camino a la luz.
Confesión
Tiempo más tarde, la anfitriona les confesó que desde la partida de su suegra, en el baño de la casa se escuchaban lamentos, que suponen, era el lugar donde ella iba a desahogarse de esa pena que finalmente la llevó a tomar esa fatal decisión. Tras la manifestación a través de la luz de la vela, esos llantos habían cesado.—