La tarde que supe sobre la muerte
En México, celebramos la muerte y le dedicamos a nuestros difuntos ofrendas y rezos.
Tenemos la idea de que, en estos días, regresan del más allá para convivir con nuestros recuerdos, en celebraciones surrealistas, únicas en el mundo.
No son celebraciones de terror o de miedo, sino por el contrario de fe en la vida después de la muerte y de añoranzas.
Todos tenemos un primer recuerdo de cuando cobramos conciencia de la muerte, regularmente, en nuestros años de infancia.
En lo personal, siempre me acuerdo de aquella tarde que descubrí lo desgarradora que suele ser.
Era un domingo de verano lleno de luz y de alegría, con la expectativa de ir con la familia a la playa.
SU ERTE
Sin embargo, mi mejor amigo y yo no tuvimos esa suerte, porque el auto de su papá no alcanzó a darnos espacio a todos y algunos tuvimos que resignarnos a quedarnos en la casa en el pueblo por decisión de los mayores.
Con tristeza, vimos la vagoneta alejarse repleta de alegría y de jóvenes y mayores felices.
Entonces, nos entretuvimos con nuestros soldaditos y vaqueros, vimos tele y bajamos guayabas del huerto de la casa.
Sin embargo, como a las 6 de la tarde el mundo empezó a cambiar y el cielo comenzó a nublarse.
Escuchamos a personas correr en la calle y otras que llegaban llorando a casa, familiares hablando en voz baja y la orden de mamá de quedarnos encerrados en la habitación viendo tele.
DESCUBRIMIENTO
Pero, curiosos y traviesos como cualquier niño de pueblo, nos escabullimos y, entre el tumulto de gente que se arremolinaba en la casa de la esquina de mi amigo, burlamos la vigilancia de los mayores y entramos a la sala, solo para encontrar el dantesco espectáculo de seis cuerpos cubiertos con sábanas blancas; eran los cadáveres de los papás de mi amigo, de su hermana y de unos muchachos que se ahogaron con ellos en “las bocas” de Dzilam de Bravo.
La marea les jugó una mala pasada al subir intempestivamente mientras confiadamente se bañaban y varios de ellos no sabían nadar.
Ese fatídico día, entendí el dolor de la muerte, sufrí la orfandad de mi amigo y miré cómo una nube gris lo envejeció en un instante.
Hasta aquí mi historia. A todos mis lectores les deseo unos días de finados reconfortantes y de reencuentro con nuestras tradiciones, con el pib y el xec, los altares y los rezos, celebremos la muerte y la vida. Lo dejo de tarea.— Mérida, Yucatán
————— (*) Profesor