Muertos que viven como tesoros dentro de los corazones
Hoy recordamos a aquellas personas que nos han dejado físicamente, que ya han experimentado el paso de esta vida a otra realidad.
Hoy nos unimos para hacer presentes tantos recuerdos que forman parte de nuestro interior y que, indudablemente, son el mejor tesoro que nuestro corazón puede resguardar. Por tanto, la celebración del Día de Muertos o fieles difuntos es también una oportunidad para reflexionar sobre la importancia de la vida presente, para vivir al máximo cada instante de tiempo que tenemos en el día a día.
Como ministro he podido comprobar el dolor que se experimenta ante la pérdida de un ser querido, pero más profundo ha sido el remordimiento que se contempla cuando no se han aprovechado las oportunidades para estar, para apoyar e incluso para reconciliarse con la persona que ha partido.
Por esto, este día debe ser una práctica de acciones que nos unan no solo a recordar a quienes ya no viven entre nosotros sino a disfrutar de la presencia de los otros, de los que sí están aquí.
Resultan tan variadas las formas como cada familia o comunidad rinde tributo a sus muertos: el colorido de las flores, el agradable aroma de los olores en las ofrendas de cada plato de comida o dulce puesto sobre el altar.
Sin embargo, insisto en lo valioso que tiene el aprovechar el tiempo, el instante que se nos ofrece para estar y para dar de lo que somos a todos aquéllos con los que cruzamos palabras, vivencias y experiencias.
Cada momento, cada ciclo de vida es invaluable en cuanto que nos permite dar lo mejor de sí para con aquéllos que están aún vivos; son espacios oportunos para amar, para decirle con tu presencia al otro que su persona es parte fundamental y que ahora en vida vamos disfrutando de lo que después solo será un recuerdo.
Por eso, el vacío que sentimos en el interior ante la pérdida del ser que se ama y la dolorosa ausencia que late todos los días en nosotros son la manifestación más clara de que todo ser humano tiene una conexión con la trascendencia y que las súplicas, los cánticos y oraciones solo exteriorizan la paradoja del espíritu que siempre hace presente a los muertos que viven en el corazón.