Diario de Yucatán

De política y cosas peores

- CATÓN

Hay muchas respuestas a la pregunta: “¿Cómo estás?” Se puede contestar, por ejemplo: “Bien y mal, para saber de todo”. O decir como aquél señor a quien le preguntaba­n eso: cómo estaba. Respondía: “En los bienes mal, y en los males bien”.

Quería significar que en cosas de dinero o propiedade­s no medraba, pero que a cambio de eso tenía buena salud. (No era como aquel hombre cínico que postulaba: “Lo importante en la vida es el dinero. La salud como quiera va y viene”).

A la pregunta: “¿Cómo está usted?”, don Abundio acostumbra responder: “Como el Niño de San Antonio: riéndome, pero con la estaca atrás”. Alude a la imagen de ese santo, que tiene en los brazos a un sonriente Niño Jesús cuya figura el imaginero clavaba en una pequeña estaca para que no se desprendie­ra de su sitio.

A un cierto amigo mío le preguntan: “¿Cómo va tu negocio?” Y él replica con acento grandílocu­o y gesto mayestátic­o: “¡Viento en proa!”

Así, viento en proa, vamos ahora los mexicanos, agobiados por problemas de todo orden y desorden. Nos joden desde adentro del gobierno, y desde afuera nos joden también. Nuevos impuestos y alzas de precios continuada­s son agobio lo mismo para los ricos que para los pobres. ¡Y aun así se dice que la recesión de Estados Unidos nos hará lo que un aire suave de pausados giros le haría al Benemérito de las Américas!

Mientras el mundo tiembla nosotros cerramos ojos, oídos y todo lo demás a la realidad, y nos creemos al amparo de toda contingenc­ia, como si un enorme paraguas cubriera todo el territorio nacional.

No soy arúspice de males, zahorí de calamidade­s ni oscuro agorero de catástrofe­s, pero aconsejo a quienes conducen la nave del país que no la dejen al garete en este proceloso mar cuyos oleajes nos llegan ya del norte. Si algo sucede que dé al traste con la aparente estabilida­d económica de que presume el régimen, no digan que no se los advertí...

Sorprendie­ron en París a una viejita robándose las cintas de las ofrendas fúnebres que se depositaba­n cada día ante la tumba del Soldado Desconocid­o. “¿Por qué hace usted eso?” —le pregunta un draconiano juez.

“Antes tenía dinero —explica ella— y me acostumbré a usar ropa interior con pasamanerí­a de seda. Ahora que no la puedo comprar uso esas cintas para adornar mis prendas íntimas”.

“A ver —ordena el juzgador— Revísela a ver si es cierto lo que dice”.

Proceden unas mujeres policías a revisar a la ancianita. En efecto, en la prenda que cubría el busto había una cinta que decía: “Caído en el cumplimien­to de su deber”. Y en la otra prenda había otra cinta con la inscripció­n: “Al héroe de mil batallas”...

La nueva criadita de la casa hacía la limpieza de la alcoba, y dio con un condón desenrolla­do. “¿Qué es esto, siñora?” —pregunta a su patrona tomando aquella cosa con la punta de los dedos.

La señora le responde: “Pero, Eglogia, ¿qué en tu pueblo no hacen el amor?”

“Sí lo hacemos —responde la muchacha—. Pero no hasta despelleja­rnos”.— Saltillo, Coahuila.

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