Diario de Yucatán

Visita a un casino

- MARISOL CEN CAAMAL ( * ) marisol.cen@ kookayfina­nzas.com @kookayfina­nzas ————— (*) Profesora Universida­d Anáhuac y Consultora Financiera

La semana pasada hablábamos sobre la ludopatía, un trastorno en el que las personas no pueden resistir los impulsos de jugar, apostando dinero, lo que cada vez va ganando más terreno en nuestra sociedad.

Como parte de la preparació­n para escribir sobre este tema, visité por primera vez un casino en Mérida. Un jueves saliendo de mi oficina a las 8:00 p.m., decidí parar en el casino que me quedaba de paso. Había muchos coches en el estacionam­iento, y parecía que era un horario popular porque vi varios autos llegando.

Al entrar, escuché el clásico sonido de las maquinitas que envolvía el ambiente. Como no sabía qué hacer, me acerqué a una señora mayor que solo miraba y le pregunté cómo se jugaba. De manera muy amable, me explicó que tenía que sacar una tarjeta, recargarla y con eso ya podía empezar a jugar en las máquinas. Me comentó que como la tarjeta era nueva, lo más probable era que ganaría. “Así te enganchan”, expresó.

Las personas que estaban en el casino eran en su mayoría de la tercera edad, más mujeres, que varones. Me llamó la atención que había gente de edad muy avanzada que incluso no podía caminar e iba en silla de ruedas. Todos estaban absortos frente a las pantallas, presionand­o una y otra vez un botón. Había un nivel de concentrac­ión en el juego, que ya quisiera yo ver en mis alumnos mientras doy clase.

Me acerqué a una mujer que solo observaba y le hice plática. Me contó que solo veía, porque ya se había gastado los $400 que era todo lo que llevaba. Me dijo que iba todos los días y se gastaba entre $200 y $500.

Le pregunté si había ganado dinero y me dijo que solo en algunas ocasiones había ganado entre $3,000 y $5,000. Al preguntarl­e por qué iba todos los días, su respuesta me entristeci­ó: “No tengo nada qué hacer, es mi única distracció­n, soy ama de casa y ya no puedo hacer muchas de las cosas que disfrutaba”.

Platiqué con ella como 20 minutos, me contó sobre su familia y de lo que en otra época disfrutaba hacer con ella. Fue una conversaci­ón muy agradable.

Me topé con otra mujer que también observaba, me comentó que igual ya había jugado todo el dinero que tenía y que solo esperaba a su hija que estaba jugando. Me contó que su hija tenía problemas con el juego, que la tenía que cuidar porque no sabía parar, y que constantem­ente tenía que rescatarla financiera­mente.

Había varias mujeres mayores mirando. Supongo que ya se habían gastado el dinero que habían llevado ese día. A los varones a todos los vi jugando y no quise interrumpi­rlos. Alcancé a hablar con algunos de forma muy breve y sólo les pregunté, si habían ganado. Varios me dieron la misma respuesta: “hoy no están dando nada”.

A la mayoría de las personas que les pregunté, que eran mujeres, jugaban entre 200 y $500 al día, e incluso a veces podía ser más. En promedio se gastaban entre 10,000 y $15,000 al mes. Me comentaron que había gente que jugaba más dinero porque contaban con más recursos. Sin duda, una forma muy cara y peligrosa de distraerse, sobre todo cuando se pierde el control sobre el juego y terminan perjudican­do sus finanzas, patrimonio y salud.

Salí del casino con el corazón encogido de ver un lugar lleno de tanta gente, pero ala vez, tan sola y triste.— Mérida, Yucatán.

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