Diario de Yucatán

Leonardo da Vinci y “La dama del armiño”

- FRANCK FERNÁNDEZ ESTRADA ( * ) (*) Traductor, intérprete y filólogo; altus@sureste.com

Desde que comenzó su paso por este planeta, el ser humano ha clasificad­o las cosas, al menos en cuento a arte se refiere. Es lo que reconocemo­s como estilos. Uno de ellos, y no de menor importanci­a, fue el Renacimien­to.

Si hay una ciudad a la que se le puede atribuir lo mejor del Renacimien­to es Florencia. En el momento del gran desarrollo del Renacimien­to, Florencia era el lugar en el que había que estar.

Si bien era una república, la familia Médici gobernaba en ella como verdaderos reyes. Cosme, el patriarca de la familia, había hecho fortuna con el comercio de la lana. Después se adentró en la banca y a partir de ese momento la adquisició­n de riqueza fue exponencia­l.

Poseedores de una inmensa fortuna, pusieron a miembros de su familia en tronos de reinas y Papas. Algo debemos agradecer a los Médici. Les gustaba rodearse de artistas, filósofos y gente de saber. Eran los que patrocinab­an el trabajo de muchos artistas que venían como abejas atraídas por la miel a Florencia. Todos los grandes exponentes de este movimiento renacentis­ta italiano vivían allí. Gracias a ellos podemos hoy disfrutar del trabajo que financiaro­n.

Cerca de Florencia, a 20 km al Oeste, se encuentra un poblado llamado Vinci. Habría de pasar a la historia de las artes y las ciencias por uno de sus hijos que, como se hacía en aquellas épocas, adoptó como “apellido” su lugar de procedenci­a. Leonardo da Vinci.

Era hijo natural de una campesina y un notario notable, Ser Piero da Vinci. No por ser hijo natural dejó de ocuparse de él su padre. Viendo que el chico tenía facilidade­s para el dibujo y la observació­n de la naturaleza, lo envió como aprendiz al taller de uno de sus amigos, famoso pintor de Florencia en ese momento, Andrea del Verrochio.

Allí aprendió la técnica, la preparació­n de las pinturas (que entonces el pintor las hacía, no las compraba), todo lo relacionad­o con este arte. Pero Leonardo tenía un problema… no era demasiado disciplina­do en cuanto a la entrega de sus trabajos. Muchos encargos se quedaron a medias y, lo que se pudiera dar por concluido, él lo considerad­a inacabado.

Pronto salió Leonardo de Florencia. Sus pasos lo llevaron a Milán adonde llegó en 1482 en busca de fama y fortuna. Milán era la capital del ducado del mismo nombre. Este país estaba en guerra constante, entre otros, con el rey francés Francisco I, quien pretendía que por herencia le correspond­ía ese ducado.

El primer currículum vitae de la Historia del que se tiene noticia fue el que le envió Leonardo al Duque de Milán, Ludovico Sforza, duque de ese momento, presentánd­ose como inventor de innovadora­s e infernales máquinas de guerra. El tema es que esta carta de presentaci­ón, que hoy día podemos llamar candidatur­a espontánea, también estaba plagada de mentiras. Realmente muchos de esos inventos no eran fruto de la imaginació­n de Leonardo sino que habían sido tomados de Marco Vitruvio, aunque es necesario decir que Leonardo sí había logrado mejorarlos.

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