Diario de Yucatán

La crisis de los misiles

- FRANCK FERNÁNDEZ ESTRADA ( * ) altus@sureste.com

Su nombre era Juan Pérez. En español Juan Pérez es tan común como John Smith en inglés o Iván Ivanov en ruso. Lo llamábamos Padrino, porque era el padrino de bautizo de mi madre y fue el segundo esposo de mi abuela.

Yo tenía solo ocho años. La angustia en mi casa era muy grande. Él le decía a mi madre: —Tú busca el marco de una puerta y trata de refugiarte ahí. Este consejo también se da en caso de terremotos.

Pero lo que se esperaba en La Habana, en toda Cuba en octubre de 1962, era bastante más fuerte que un terremoto. Todo el país hubiera podido desaparece­r por las bombas atómicas. Pero hagamos un poco de historia.

Triunfal habían bajado Fidel Castro y los suyos de la Sierra Maestra el primero de enero de 1959. El pueblo cubano y muchos otros estaban bajo el embrujo de su encanto, de su mítica historia y del hechizo de sus palabras. Aún no había habido tiempo para desilusion­ar a aquéllos que habían creído en sus promesas.

Es necesario reconocer que la mayoría del pueblo cubano y muchos otros del mundo, en particular de América Latina, lo seguían. Los más entendidos, o los más advertidos como fue el caso de mi abuela, pronto vieron en él las caracterís­ticas de un comunista. Los primeros en poder salir de Cuba, con la esperanza de poder regresar muy pronto, fueron los afortunado­s que pudieron sacar una parte de su dinero y alhajas.

De las promesas de prontas elecciones rápido se olvidó y comenzó una política que en un principio se creyó nacionalis­ta. Empezaron las nacionaliz­aciones de la industria. Educación, salud, prensa y el resto de los ramos más siguieron.

Los afectados fueron no solo norteameri­canos, que según cálculos eran propietari­os del 18-20% de la economía del país, sino los propios cubanos, propietari­os de industrias y centrales azucareras, entre otros, y todo aquél que hubiera invertido en Cuba. Es evidente que quienes perdieron sus propiedade­s, muchas de ellas adquiridas con gran tesón y esfuerzo, estuvieran tremendame­nte descontent­os. Entre ellos los norteameri­canos.

Primero reunieron a un grupo de jóvenes cubanos que ya habían huido del país, entrenándo­los para una invasión a Cuba. —————

(*) Traductor, intérprete y filólogo;

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