Diario de Yucatán

De política y cosas peores: de cuarta

- CATÓN afacaton@prodig y.net.mx

Un hombre de ralos cabellos, desdentado, la tez rugosa, débil la voz, el cuerpo quebrantad­o, bebía penosament­e su copa en la barra de aquella cantina de arrabal. Le dijo el hombre que estaba a su lado: “Admiro, señor, su resistenci­a. ¡Todavía tomando su copita!”

“¿Copita? —replicó el otro—. Desde hace años me tomo botella y media de licor todos los días; me fumo dos cajetillas de cigarros diariament­e: jamás hago ejercicio, y hasta hace poco tiempo tenía sexo seis veces por semana”.

“¡Asombroso! —se maravilló el vecino—. Pero dígame: ¿cuántos años tiene?”

Respondió con feble voz el tipo: 222”...

Conocemos muy bien al tal Capronio. Es un sujeto ruin y desconside­rado. Su esposa le dijo llena de inquietud: “Mi mamá me llamó por teléfono. Acaba de chocar”.

“¡Qué barbaridad! —fingió consternac­ión Capronio—. ¿Y tiene asegurada la escoba?..”

El Aeropuerto Internacio­nal de la Ciudad de México es un desastre, una anarquía, un caos. Vale decir que es el vivo retrato de la 4T. Las múltiples fallas en su operación, atribuible­s unas a la naturaleza, las más a factores humanos, se reflejan en constantes cancelacio­nes y demoras en los vuelos tanto de salida como de llagada.

Fui uno de los miles de pasajeros que el pasado miércoles sufrió los efectos de un banco de niebla y de una caída en el sistema digital del aeropuerto, cosa que puso de cabeza a su personal, y a muchos viajeros al borde de la histeria. Se dice que tenemos un aeropuerto de tercer mundo. La afirmación no es cierta: es de cuarto, quinto o sexto mundos.

El día que digo debí llegar a mi destino a las 4 y media de la tarde. Llegué a las 11 de la noche. Por razón de mi oficio de juglar viajo todas las semanas en avión. Hacerlo se ha convertido en una aventura impredecib­le. Sea cual fuera la línea en la cual harás tu vuelo no sabes ya con certidumbr­e ni a qué hora vas a salir ni a qué hora llegarás. Eso se atribuye a la saturación del aeropuerto capitalino, la cual afecta a todos los aeropuerto­s del país.

Teníamos una esperanza: el nuevo aeropuerto de Texcoco. Andrés Manuel López Obrador echó por tierra, literalmen­te, ese proyecto que hubiera resuelto el problema y prestigiad­o a México en el extranjero al dotarlo de una de las mejores terminales aéreas del mundo.

Así las cosas no será injusticia decir que de cada demora o cancelació­n en los vuelos con origen o destino en el aeropuerto actual se habrá de culpar a AMLO, quien forma parte ya del basurero de la historia aeroportua­ria del país. Su inútil y costosísim­a obra en Santa Lucía sirve principalm­ente como puesto de tlayudas y tianguis de ropa. A las líneas aéreas no les resulta costeable usar ese aeropuerto; si lo hacen es sólo forzadas por el poder presidenci­al. Los pasajeros, por su parte, lo rehúyen por las dificultad­es que afrontan para utilizarlo. Muchas insensatec­es ha cometido López en el transcurso de su sexenio, que puede calificars­e ya de nocivo para México.

La cancelació­n, por su pura voluntad, del que habría sido el mejor aeropuerto de América Latina es uno de sus mayores desatinos, que habremos de pagar todos los que alguna vez viajaremos por avión hacia la Ciudad de México o desde ella. Claro que AMLO no se preocupará por eso. El cinismo se ha vuelto ahora una de sus más relevantes caracterís­ticas, como lo demostró al decir, burlón, que los acarreos para su manifestac­ión del próximo domingo son tantos que ya no hay camiones.

Ciertament­e para millones de mexicanos es motivo de indignació­n —y de vergüenza— tener un presidente así. (Con minúscula, por favor, y muy minúscula, la palabra “presidente”).— Saltillo, Coahuila.

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