Las relaciones de pareja y la soltería
Nos relacionamos con nosotros mismos a través de los demás. Necesitamos a otros para saber más sobre nosotros mismos.
En este mundo dual, donde uno más uno es igual a dos, la pareja es el espejo en el que nos reflejamos para poder conocernos y alcanzar una mejor versión de nosotros.
Sin embargo, la gente, hoy día, se ha convencido de que no necesita una pareja para ser feliz, cuando antes, tener pareja era casi un deber. Claro, están los que celebran su soledad, otras la lamentan, y otros muchos se preguntan, a manera de queja: “¿Qué hago con esta persona que está a mi lado?”
Yo pienso que, definitivamente, nadie necesita una pareja para ser feliz. En realidad, no necesitamos nada de afuera para ser felices. Sin embargo, en este tema de la pareja, de tenerla o no tenerla, hay muchos aspectos que se han perdido de vista.
En estricto sentido, tener pareja no es opcional. Es decir, la pareja es un concepto natural propio de este mundo dual. Es imposible que no estemos en pareja. Déjame repetirlo, pero en las palabras exactas de Enric Corbera: “Es imposible que no tengas pareja”. Y bueno, muchos de los que me están leyendo y no tienen pareja dirán: “Vaya, pues ahora resulta que tengo pareja y no me había enterado”. Vayamos por partes.
Primero, y antes que nada, revisemos que es eso de “mundo dual”.
Este mundo físico se rige por el Principio de Polaridad: femenino-masculino, positivo-negativo, —————
(*) Coach Profesional y Acompañamiento Espiritual. Podcast Gabriela Soberanis hombre-mujer, luz-oscuridad, frío-calor, amor-miedo, etc.
Este principio dice: “Todo es doble; todo tiene dos polos; todo tiene su par …” De modo que todos tenemos una pareja, aunque creamos que no. Desde luego que la pareja que tienes puede que no coincida con el concepto de pareja que nos hemos construido.
Sin embargo, hagamos esta explicación más sencilla. Si no tienes pareja —lo que convencionalmente conocemos como pareja—, ¿qué o quién ocupa ese lugar?, ¿tu trabajo?, ¿alguno de tus padres?, ¿tus hijos?, ¿tu ex?, ¿tu mascota?
En el pasado, nos aparejábamos para formar una familia porque la familia representaba un modo de supervivencia. La pareja se constituía para prevalecer la especie y llevar un hogar en común.
Hoy día, la institución de la familia está inevitablemente influenciada por las nuevas realidades sociales, económicas y culturales. Ahora es posible sobrevivir sin la ayuda de otro —al menos, en apariencia—.
Más y más personas se convencen de que pueden vivir en soltería de manera absolutamente funcional. Yo pienso diferente. Aunque es cierto que ya no se necesita una pareja para ir a un restaurante, para ir al cine o para viajar, o lo que es más sorprendente, tampoco para tener sexo o hijos; yo creo que se experimentan muchísimos desafíos emocionales cuando no se cuenta con alguien para compartir la vida.
Nos han vendido la idea de que las personas sin pareja gozan de mayores libertades y beneficios, y disfrutan más de la vida porque no tienen las responsabilidades adicionales que conlleva ver por alguien más que su propia persona.
Desde mi punto de vista, se nos ha hecho creer que todo eso es la manifestación máxima de la libertad, el gozo y la independencia (no profundizaré en la liberación femenina que ha conducido a la mujer a creer que decidir y planificar su maternidad fuera de la pareja no supone un problema con diferentes aristas).
Entonces, las preguntas que me surgen son: ¿realmente estamos hechos para vivir solos? Si estar soltero tiene tantas ventajas, ¿por qué la mayoría de la gente quiere tener pareja?, ¿por qué la gente que se separa o se divorcia vuelve a intentarlo?
Pienso que hemos perdido de vista que somos seres gregarios y que sí nos necesitamos unos a otros. Sí, si necesitamos de otros, y no para sobrevivir, como era en el pasado, sino para realizarnos como seres humanos plenos.
Tal como mencioné al principio, sin la presencia de otros no somos capaces de conocernos en nuestra totalidad. Solo a través de la presencia de otros, en una convivencia estrecha, puedo verme en acción, de qué adolezco, cuáles son mis heridas y dónde están mis cualidades más preciadas.
La pareja suele ser el espejo más nítido a través del cual podemos mirarnos en profundidad. Y de ahí, su trascendencia.
Sin embargo, muchos ignoran que sí es posible estar en pareja y aun así gozar de libertad, disfrutar ampliamente de la vida y tener una independencia bien entendida.
Se valora tanto la soltería que ya no se aprecian las cualidades que podemos desarrollar en pareja: la cooperación, la empatía, el respeto, la confianza, la paciencia y la comprensión, por mencionar algunas. Por ahí leí —y coincido— que nos hemos convertido en tacaños emocionales. Queremos todo pero damos muy poco. Es precisamente por esto que las relaciones se han vuelto desechables y de muy poca duración.
Como mencioné en líneas anteriores, si partimos de la premisa de que todos estamos en pareja, tenemos que preguntarnos qué o quién es nuestra pareja y evaluar con sinceridad hasta qué punto esa “pareja” es la queremos.
La respuesta a esta pregunta no está afuera, sino dentro de ti. Cualquiera que sea nuestra experiencia del momento siempre está vinculada a nosotros.
Es en ese sentido que lo de afuera es un “espejo” de nuestra mundo interno. Dicho de otra manera, nuestros vínculos, el entorno que nos rodea, nuestra pareja o nuestra soledad, solo son una proyección de nuestro interior.
Si genuinamente deseas una pareja, no renuncies a ese deseo. Es el deseo natural de cualquier ser humano saludable. Si no ha llegado esa persona es porque todavía estás “casado o comprometido” con algo o con alguien que hoy funge como pareja. Por eso, no evalúes como bueno o malo estar con alguien o estar solo, cambia tu mirada hacia tu nuestro interior y pregúntate qué miedos o creencias te alejan de vivir la experiencia que deseas.— Mérida, Yucatán.