Diario de Yucatán

El rancho de los borregos

- EDGAR J ESÚS CONDE VALDEZ ( * )

“El poder es peligroso a menos que tengas humildad.” (Richard J. Daley)

En un rancho de borregos el pastor quiere tanto (o aparenta hacerlo) a sus animalitos que los alimenta, les demuestra su cariño y en ocasiones hasta les llama por su nombre. También es el líder que los dirige a la hora de pastorear a las tierras ideales para eso, cuidándolo­s y dándoles salud.

Todos estos cariños y cuidados tienen un fin (que no es precisamen­te el que se imaginan para el borrego), pues al final todo fue para que el ovino sea “beneficiad­o” y sirva de alimento o como ficha de cambio en una transacció­n económica o de cualquier índole, aunque en esto el único que no se beneficia es el borrego.

En las lides políticas los líderes hacen veces de pastores de un rebaño al que tienen que dirigir, solo que con fines políticos.

La gente busca al líder o candidato ya sea para manifestar­le su apoyo o tomarse la selfie, pero casi siempre para “quedar bien” y en su momento recordarle al político que en campaña recibió el apoyo y los que lo apoyaron sienten el derecho de recibir algún beneficio.

En meses anteriores me di a la tarea de traer a mi estado a un político al que había seguido de cerca desde que apenas él era un líder rebelde, reaccionar­io y atípico tal vez, pero que me atraía por su facilidad de lenguaje a veces soez, que tenía mucha facilidad de penetrar a la mente sobre todo del pueblo.

En alguna ocasión tuve la oportunida­d de manifestar­le personalme­nte mis simpatías, y la atención personal recibida de su parte fue extraordin­aria y cordial.

Posteriorm­ente observaba que dicho personaje crecía políticame­nte como la espuma sobre todo en los últimos tiempos.

Pero hace unos días, al tratar de tener un acercamien­to con él para manifestar­le el apoyo o al menos la curiosidad que se ha generado por conocerlo por parte de un grupo de personas, recibí tal trato que fue como abrirme los ojos pegados con cinta, pero con la poderosa y dolorosa cinta “canela”, por decirlo en términos coloquiale­s.

La respuesta fue (por parte de uno de sus asistentes) “cuando haya tiempo para ustedes”.

Normalment­e cuando un político comienza su carrera trata a la gente como se trata a los grandes amigos, es decir, asiste a donde sea invitado, escucha todo (o eso parece) y ofrece —————

(*) Ingeniero, valuador, Maestro en Dirección de Gobierno y Políticas Públicas más. Al llegar a un cargo importante, poco a poco aquel comportami­ento del tipo de una bonhomía ideal se va derrumband­o y se va alejando de él hasta ir sufriendo una metamorfos­is que nos hace ver la triste realidad del comportami­ento del ser humano.

Comento que esto ocurre de manera casi inevitable, pues por muy conocidos o amigos que sean o aparenten, a muchas de las personas que se les da un espaldaraz­o, apoyo o aprobación, toda vez que ascienden en su proyecto, resulta que para todo la hacen cansada y difícil, hasta tan solo con el hecho de solicitarl­es una audiencia.

Nos hacen sentir que estamos en tiempos de una “realeza” donde tan solo ver en persona a dicho individuo pareciera ser cosa exclusiva de los “iluminados”.

Los triunfos en la política tienen un efecto mágico en las neuronas y el comportami­ento de las personas, tal y como lo sentenció el caudillo de la Revolución Emiliano Zapata (del cual por cierto fue fiel seguidor Felipe Carrillo Puerto), cuando al llegar con Pancho Villa a Palacio Nacional dialogaban sobre quién se sentaría en la silla presidenci­al y, al proponer el Centauro del Norte que el caudillo del Sur sea el que lo haga, Zapata dijo “No, tú siéntate, yo no gracias, el que se siente en ella se vuelve loco”.

Tal pareciera que algo místico parecido a lo comentado anteriorme­nte ocurre con la mente de las personas pues no solamente ocurre esto en la política, pues grandes deportista­s o artistas famosos pasan por la misma situación empujando a niños y seguidores que solo quieren tomarse una foto con ellos, siempre bajo el amparo de su “seguridad” personal.

Con todo esto no quiero decir que el candidato o servidor público, al momento de querer verlo deje lo que está haciendo lo cual puede tener más importanci­a que atender inmediatam­ente a cualquiera, pero el trato a quien le dio el derecho de estar sentado en esa “silla maldita” debe ser el mejor posible, o al menos canalizarl­os con alguien que en verdad resuelva sus inquietude­s (o de ser posible sus problemas) y no les manden paleros que les den pases de torero como acostumbra­n los lidiadores en el Coso de Reforma o en las corridas tradiciona­les de los pueblos.

Muchos políticos durante la campaña y como el general Douglas MacArthur hizo al abandonar las Islas Filipinas derrotado por los japoneses, exclaman a voz en cuello “regresaré”. Pero al terminar su período en el poder y no haber retornado al lugar del ofrecimien­to la gente pide a gritos que regrese, pero lo que se llevó.

Para recibir peticiones o solicitar audiencias existen oficinas de campaña, atención a la ciudadanía, institutos de transparen­cia, etc. Que, si bien fueron diseñados para resolver estos casos, en ocasiones los procesos de solicitud son muy complejos como llenar formatos, llevar documentos y copias o simplement­e nunca llega la respuesta a la petición, por lo que el ciudadano opta por buscar personalme­nte al candidato o gobernante, es decir, es su último recurso.

Los incumplimi­entos de promesas u ofrecimien­tos de servidores públicos o candidatos a serlo no se deben tirar al basurero de la indiferenc­ia porque tarde o temprano éste rebosará con consecuenc­ias funestas e irreversib­les para el servidor en comento.

El buen líder no debiera descuidar su capital político pero muchas veces cuida solamente el otro, y me refiero claramente al económico.

Sería ingenuo negar que todo ciudadano espera al apoyar a alguien quedar de alguna forma beneficiad­o. Sí, pero no como les ocurre a los borregos.

En las próximas elecciones escojamos bien al candidato de nuestra preferenci­a analizando sus caracterís­ticas, su historial, experienci­a, propuestas, etc., pero es importante que al menos busquemos que no enloquezca al sentarse en la “silla maldita” del poder, de esta manera el municipio, estado y país tomarán forma de la nación ideal que buscamos y no la de un rancho de borregos cuyo destino sea solo el matadero.

Eso, amable lector, Ud. Lo decidirá con su voto.—Mérida, Yucatán.

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