De encuestas, lecciones y Marlon Brando
Esta vez a don Polo no agradó la llegada de su amigo. No por aversión, sí por obligarlo a interrumpir una lectura harto gozosa.
—Don Polo —casi gritó Ángel Trinidad al tomar asiento a la mesa del pequeño café del norte que frecuentaban—. Esto se está poniendo color de hormiga. ¿Qué le parecen los ataques directos contra los hijos de los políticos? Hoy sale uno, mañana otro, pasado otro... Como dice el Buki: ¿a dónde vamos a parar?
Don Polo Ricalde y Tejero aún rumiaba la interrupción de su lectura, pero dejó pasar el asunto para responder:
—Arrieros somos y en el camino andamos.
—Esa es de Cuco Sánchez. —Así es. Tú mencionas al michoacano, yo al tamaulipeco. —A qué don Polo... —Arrieros somos... eso parecen decirse entre políticos: hoy me exhibes, mañana haré lo mismo contigo o con los tuyos. No por nada se abocan a recabar información comprometedora durante años para lanzarla en las campañas negras, como la actual por la presidencia.
—No solo en esa.
—Me refiero a esa por ser la más actual y evidente, pero la razón te acompaña, el lodo se arroja en todas latitudes, hasta en el Mayab. Basta llevar nota de las acciones reprobables o de dudosa índole de unos y otros para, en el momento justo, lanzarlas a quemarropa o bien filtrarlas en algunos medios prestos a ello.
—Parece que las propuestas pasan a un segundo o tercer plano y que, en lugar de construir una candidatura, se trata de destruir la del contendiente.
—En la guerra y en las campañas todo vale. Además, en un país donde todos los políticos tienen cola que les pisen, es natural. Aunque eso tiene otra cara —dijo—: el cinismo. Hay tanto de tantos que por más escandaloso que sea un caso, parece que se les resbala. Y si el escándalo no es capaz de ser absorbido por los votantes, no funcionará por más fuerte y veraz que sea.
—Pero eso puede impactar en las encuestas. —¿Encuestas? ¿Cuáles? —Pues hay muchas. Es más, yo ya no entiendo nada. Unas dan ventaja a una o uno, otras a otro u otra… y no por poca diferencia. —¿Quién las difunde? —Pues aquí y allá... En medios, en redes sociales... los mismos candidatos, sus equipos...
—Me parece, amigo, que no puedes hacer una generalización como esa. Mejor profundiza en tu análisis y revisa bien quiénes las difunden y cuáles.
—¿Por qué es importante eso? Yo he visto que hay candidatos que suben a redes encuestas que les favorecen.
—Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces.
—¡Otra vez usted con sus refranes! ¿Eso qué tiene que ver?
—Todo. ¿Alguna vez oíste a la madre Teresa de Calcuta decir que era buena persona?
—Pues en realidad no. Pero todos lo sabíamos.
—En efecto. No tenía qué decirlo de tan evidente que era.
—Ah... Ahora caigo. Pero las encuestas...
—Las encuestas, querido Ángel Trinidad, dejaron de ser desde hace tiempo instrumentos de medición política para convertirse en meras herramientas propagandísticas. En un principio eran armas indispensables para construir estrategias para campañas exitosas. Podemos remontarnos a la primera campaña política que se consideró como tal, apegándose a los métodos del marketing político, es decir, con estudios de medición, spots publicitarios y mensajes pegajosos, que fue la de Eisenhower para presidente de Estados Unidos, en 1952. “I like Ike” fue el primer jingle político de la historia… y pegó con tubo. Y de ahí p’al real, como se dice… hasta derivar en la encuestitis actual que busca confundir a los ingenuos…
—O a los desinformados. —Has dicho bien. Por eso es importante estar informado. Para no dejarse llevar por el canto de las sirenas.
—Oiga, don Polo, aunque algunas encuestas no sean veraces, si lo que se busca es que sirvan como arma de propaganda y no de medición, pueden ser un instrumento que dé la victoria a una candidata o candidato, ¿no cree usted?
—Vaya que lo creo. Y he ahí un gran peligro. Confirmaría la llegada al poder con base en engaños…
Ángel Trinidad le lanzó una mirada elemental.
—Eso no es nada nuevo, don Polo.
El señor Ricalde y Tejero dirigió a su amigo una mirada profunda, resignada, bebió el resto de su expreso cortado, y exclamó:
—Tienes razón. No es nada nuevo. No seamos nosotros los ingenuos.
—Mejor me retiro para que siga leyendo. Por cierto, ¿qué libro es?
—Así como echar un ojo a la campaña de Eisenhower debe ser materia obligada para los estrategas políticos, este libro debiera serlo para aquellos que viven de la pluma o hacen de ella un gozoso pasatiempo.
—No me diga: es el diccionario de la Real Academia…
—Muy gracioso… No. Lo estoy leyendo porque incluye una larga entrevista a Marlon Brando… entre otras.
—¿Brando? Leí que esta semana se cumplió un siglo de su natalicio.
—Cierto, el miércoles 3. Mucho se ha dicho de ese gran actor: su despunte en Un tranvía llamado deseo, la creación de un personaje de culto y que marcó a una generación (precisamente la de la campaña de Eisenhower) en El Salvaje, el Motín a bordo, Apocalipsis Now… en fin.
—No ha mencionado su papel más importante.
—Es cierto: Vito Corleone, en El Padrino, una lección de actuación de la que deben abrevar los aspirantes a actores y también los ya consolidados. Y la propia historia de Mario Puzo es una lección de liderazgo.
—Se ve que es usted fiel seguidor de la película.
—Y del libro.
—Por supuesto. A usted le gusta leer y seguramente ya lo leyó. —Tres veces.
—¡Vaya! No creí que alguien leyera un libro más de una vez.
—Te sorprenderías… —Bueno, me va a decir qué lee o seguirá hablando de Marlon Brando.
Don Polo Ricalde mostró un libro ajado de hojas amarillentas.
—“Retratos”, Truman Capote —dijo en voz alta Ángel Trinidad.
—Se encuentran tesoros en los libros de viejo. Este incluye una serie de entrevistas realizadas por Capote. La primera es al centenario Brando.
—Luce interesante. —Aquel que quiera aprender a hacer entrevistas y crónicas, que no se limite a leer la monumental “A sangre fría”, del mismo autor, que es materia de estudio en las escuelas de comunicación, sino que lleve “Retratos” como libro de cabecera. Además de lo dicho, es un homenaje a la escritura pulcra y la frase certera.— Mérida, Yucatán.