Diario de Yucatán

La historia del zar Pedro el Grande

- FRANCK FERNÁNDEZ ESTRADA ( * ) (*) Traductor, intérprete y filólogo

Lamentable­mente, para hacer una profunda transforma­ción en una sociedad por lo general hay que hacerlo con mano dura. Es obvio que esto también da paso a dictaduras.

Cuando hablamos de un rey, que en principio reinará hasta que se muera, ya la cosa cambia. Cuántos crueles reyes hemos visto en el pasado cuyos súbditos han recibido como gracia divina la muerte de su soberano. Otros han llegado para realmente hacer que sus países den un importante paso adelante.

Todo esta reflexión me lleva a pensar en uno de los más grandes zares de Rusia, Pedro el Grande. La dinastía Romanov comenzó en 1613 y duró hasta 1918. Durante siglos Rusia, a pesar de ser considerad­a geográfica­mente como parte de Europa, se veía como algo muy lejano. Razones no faltaban.

Alexei I tuvo una primera esposa con la que tuvo una hija, Sofía. En Rusia no existía la ley sálica que impedía que las mujeres ocuparan el puesto de zarina. Después tuvo un segundo matrimonio y con él dos hijos varones. El primero, Iván, era un muchacho con retraso mental, y el segundo fue Pedro, que sentía un gran amor por su hermano mayor.

Iván no estaba en condicione­s de ejercer su derecho de reinar. Alexei I muere cuando Iván y Pedro tienen respectiva­mente 16 y 10 años. A pesar de que no había ley sálica, un varón tenía supremacía sobre una hermana mayor. Sofía sabía que en algún momento tendría que dejar la “regencia” de su hermano Iván. Se deshizo de los dos medio hermanos y de su madrasta enviándolo­s a un pequeño poblado de la periferia de Moscú.

Más bien, Sofía le hizo un favor a Pedro. Hasta ese momento, pocos extranjero­s se aventuraba­n a visitar y menos aún vivir en aquella Rusia atrasada y medieval. La Iglesia decía que aquéllos que tuvieran contacto con personas que no fueran de la religión ruso-ortodoxa ponían en peligro la salud de sus almas.

Los pocos extranjero­s que vivían en Moscú, para no contaminar al resto de los súbditos, eran enviados a vivir en un gueto donde se encontraba el palacio donde vivía el pequeño Pedro.

Pedro nació con el bichito de la curiosidad. Iba a visitar a los extranjero­s, fundamenta­lmente alemanes, para que le explicaran cómo era la vida en Europa occidental, le explicaran cómo eran los barcos y cómo se fabricaban, cómo eran las ciencias.

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