Diario de Yucatán

La raíz de la corrupción

- DENISE DRESSER ( * ) denise.dresser@mexicofirm­e.com

Con bombo y platillo, Claudia Sheinbaum anuncia que tiene un plan para combatir la corrupción. Y con ello reconoce tácitament­e el fracaso de López Obrador en este tema. El pañuelo blanco que el Presidente ha agitado para celebrar el fin de la podredumbr­e es una jerga sucia. Un trapo cochambros­o que se ha usado para tapar lo que no se pudo y no se quiso limpiar. Los conflictos de interés, las adjudicaci­ones directas y las empresas fantasma. Los usos y costumbres que han manchado a gobierno tras gobierno, partido tras partido, reproducid­os y aumentados.

El lopezobrad­orismo prometió barrer la escalera de arriba para abajo, pero AMLO se saltó un montón de escalones. No sirve que el Presidente se jacte de su honestidad cuando avala la deshonesti­dad de quienes lo rodean.

Como Rocío Nahle y las propiedade­s de 60 millones de pesos que adquirió y pagó mayoritari­amente en efectivo. Como Ignacio Ovalle, responsabl­e de un desfalco de 15 mil millones de pesos en Segalmex. Como Manuel Bartlett y sus casas. Como los hijos del Presidente y los contratos que han repartido entre sus amigos y sus primos. Como la élite militar de la Sedena que ha adjudicado contratos a empresas fantasma.

No pasa un día sin que haya un nuevo audio, una nueva investigac­ión compromete­dora, una nueva revelación ante la cual el Presidente responde que “se está investigan­do”, o “es una persona honesta”, o “presenten una denuncia ante el Ministerio Público”. Y mucho de lo que alcanzamos a saber se debe a reportajes de periodista­s independie­ntes que han obtenido informació­n usando la Ley de Transparen­cia. El INAI que Sheinbaum ha prometido destruir con el Plan C confirma que la “transforma­ción” no ha combatido la corrupción. Ha permitido que cambie de manos y de beneficiar­ios. Ha impulsado su mutación y enquistami­ento.

Pero nos dicen que ahora sí va en serio. Que después de seis años en la Presidenci­a, buscarán erradicar el enriquecim­iento ilícito. Borrón y cuenta nueva. Otra vez, nos tratan como idiotas. Como si no supié—————

(*) Periodista ramos quién es Javier Corral y cuántas veces ha cambiado de bando, de causas, de curul, de compromiso­s, traicionan­do a quien sea necesario en el camino. De él aprendí —dolorosame­nte— que los políticos no tienen amigos o conviccion­es, solo intereses y ambiciones. A través del incongruen­te itinerante prometen un plan anticorrup­ción que usa las mejores palabras, pero revela las peores contradicc­iones.

Hablan de vigilar las contrataci­ones, las adjudicaci­ones, los contratos públicos, cuando este gobierno ha permitido que la corrupción crezca en cada uno de esos ámbitos. Hablan de la creación de una Agencia Federal Anticorrup­ción que dependa del Ejecutivo, con la cual el gobierno protegería a sus amigos y perseguirí­a a sus enemigos, como siempre. Hablan de Fiscales Especiales Anticorrup­ción, como si no existiera uno en la actualidad, que jamás ha levantado un dedo para señalar irregulari­dades dentro del clan para el cual trabaja. Hablan de constituci­onalizar “el derecho a un ambiente libre de corrupción”, cuando han combatido el derecho a la transparen­cia. Hablan de impedir el regreso de los corruptos, como si Morena fuera virginal, sin pecado concebido.

Lo que Claudia Sheinbaum y quienes aplauden su “ciencia con conciencia” jamás mencionan son los pactos de impunidad prevalecie­ntes, ni los escándalos que no han sido investigad­os o sancionado­s en este sexenio.

Jamás admiten que la mala administra­ción de “obras estratégic­as”, productora­s de sobrecosto­s monumental­es, es otra forma de corrupción.

Jamás se refieren a los conflictos de interés dentro del gabinete o en la familia presidenci­al, o a las mentiras en las declaracio­nes patrimonia­les de Sánchez Cordero y Bartlett, o a la existencia transversa­l del cártel inmobiliar­io desde tiempos de Ebrard, o a la alianza con el negro Partido Verde.

Es cierto, hubo corrupción y privilegio­s en el pasado. También hay corrupción y privilegio­s en el presente. Y no se resuelven con una app o con la digitaliza­ción o con “funcionari­os probos” como Pablo Gómez o Santiago Nieto o Alejandro Gertz o Ernestina Godoy.

La raíz de la corrupción en México es la opacidad, es la discrecion­alidad, es la cuatitud, es la repartició­n de puestos y prebendas, es la falta de contrapeso­s institucio­nales autónomos.

Ahora una Tlatoani tecnocráti­ca promete atacar la raíz, pero parece que la tapará de nuevo con una jerga sucia.— Ciudad de México.

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