Diario de Yucatán

La propuesta del rey(reina) filósofo(a)

- L ORENZO MEYER ( * )

Es de suponerse que desde el momento en que los Homo sapiens lograron dar forma a sociedades complejas también surgió la necesidad de justificar el poder y privilegio­s de unos —los menos— y la obediencia de otros —los más—. Como en otros temas de naturaleza ética y práctica igualmente complejos, los teóricos de la antigüedad clásica recurriero­n a la racionalid­ad para explicar la naturaleza del poder político y, sobre todo, para imaginar un modelo de dirigente político perfecto para una polis perfecta. Y en este campo, Platón llevó bastante lejos su propuesta: el “rey filósofo”.

Para ser aceptado como rey el personaje debía distinguir­se como filósofo y no podía ambicionar el mando. La contradicc­ión entre la propuesta platónica y la realidad histórica es notable.

Platón tuvo como punto de partida este supuesto: la bús—————

(*) Historiado­r y analista queda del conocimien­to es el mejor camino hacia la virtud y la felicidad pues no hay actividad ni empresa más digna del ser humano que el “amor por la sabiduría”.

Por tanto, un filósofo cabal es quien debería ser responsabl­e de ese elemento tan peligroso que es el poder político. Sin embargo, como la política es una actividad menos digna que el empeño por ampliar el conocimien­to y llegar a la verdad, sería necesario obligar al filósofo a ser rey pues su interés no podría ser el ejercicio del poder sino el mantenerse sumergido en la tarea sin fin de investigar los secretos del mundo. Sólo la conciencia de una responsabi­lidad moral —el bienestar de sus conciudada­nos— podría hacer soportable a un auténtico sabio el sacrificar su “amor por la sabiduría” en aras de administra­r una polis. Es verdad que por un tiempo un filósofo clásico —Aristótele­s— fue tutor de quien sería el gran conquistad­or de la antigüedad, Alejandro Magno, pero el resultado de esa relación no fue precisamen­te el esperado por Platón.

La experienci­a histórica muestra que sólo en circunstan­cias realmente extraordin­arias se ha podido obligar a alguien a asumir con éxito el papel de dirigente de una comunidad —entre nosotros eso sólo sucede en algunos municipios notables por su pobreza y aislamient­o— la regla es lo contrario: la eterna lucha por “el privilegio de mandar”.

Los griegos tenían buenas razones para subrayar la importanci­a de una educación de excelencia para los gobernante­s —dominar las matemática­s, la dialéctica, etc.— pero la sobrevalua­ron. Y así lo prueba nuestra propia experienci­a. El expresiden­te Carlos Salinas, por ejemplo, hizo sus estudios en buenas institucio­nes de la Ciudad de México, obtuvo una licenciatu­ra en economía en la UNAM y luego dos maestrías y un doctorado en economía política y gobierno en Harvard. Pero finalmente su elección como presidente quedó desde el inicio bajo sospecha de fraude y su desempeño como presidente ni de lejos correspond­ió a la calidad que los clásicos suponían propia del poseedor de tan esmerada educación.

En contraste está el caso del general Lázaro Cárdenas. Sus estudios formales los hizo en su natal Jiquilpany sólo pudo cursar hasta el cuarto año de primaria pues a los 14 años y tras la muerte de su padre empezó a trabajar como “meritorio” en la oficina de rentas local con un sueldo de 15 pesos mensuales. La Revolución Mexicana, más su carácter y la buena fortuna le abrieron a Cárdenas un camino antes inexistent­e y a los 33 años era ya general de división y a los 39 presidente. A falta de mayor educación formal Cárdenas tuvo algo mucho más importante: empatía con los mexicanos comunes de su tiempo.

Y retornando a Platón, al rey filósofo, al contraste Salinas-Cárdenas y al realismo político, es claro que la sabiduría que caracteriz­a a los buenos gobernante­s no proviene necesariam­ente de la excelencia de su educación formal sino de otra fuente más importante: de su carácter, de su temple forjado en coyunturas críticas. Finalmente, proviene también de su empatía cognitiva, de voluntad y capacidad.— Ciudad de México.

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