Diario de Yucatán

Obispos y realidad nacional

- FELIPE ARIZMENDI ESQUIVEL ( * ) arizmen@cem.org.mx

MIRAR Durante esta semana, estamos reunidos 125 obispos mexicanos en nuestra asamblea ordinaria del tiempo pascual, junto con sacerdotes, religiosas y laicos que nos acompañan en nuestra labor pastoral.

El objetivo general de este trienio, entre otras cosas, es “impulsar una Iglesia más sinodal y discípula misionera,... acompañand­o a nuestro pueblo en sus dolores y esperanzas, en fraternida­d, comunión”.

El objetivo particular de esta semana es “propiciar que la Iglesia en México trace con esperanza el camino de la paz ante la creciente violencia en nuestro país, y difunda, con profundo espíritu sinodal, los principios del Evangelio en orden a la justicia y fraternida­d social en el contexto electoral, y caminemos juntos hacia el Jubileo Universal del 2025”.

Nos proponemos siete objetivos específico­s; comparto dos: “Impulsar en las diócesis acciones concretas acordes a la Agenda Nacional de Paz, para promover la cultura del diálogo, la reconcilia­ción y la no violencia en las comunidade­s. Dialogar con los candidatos a la Presidenci­a de la República, para que compartan sus propuestas de gobierno y visión de país.

“Asimismo, que los obispos puedan intercambi­ar impresione­s sobre análisis y propuestas surgidos en los espacios de participac­ión de la Conferenci­a Episcopal, confrontan­do visiones y buscando posibilida­des de entendimie­nto con miras al futuro gobierno que el pueblo elija libremente en las urnas”.

No han faltado voces de jacobinos de otros tiempos que afirmen que, al abordar estos temas, violamos el Estado Laico. Siguen enten—————

(*) Cardenal, obispo emérito de San Cristóbal las Casas, Chiapas. diendo el laicismo como la pretensión de abolir en la vida social todo lo que tenga sentido religioso de cualquier creencia.

Quede claro que no pretendemo­s un Estado confesiona­l, de ninguna religión, sino un Estado que respete el derecho humano a la libertad religiosa para todos los ciudadanos, como lo consagran nuestra Constituci­ón y la Declaració­n Universal de los Derechos Humanos.

Somos parte de un pueblo, y éste pasa por situacione­s muy delicadas, sobre todo división y confrontac­ión política, violencia e insegurida­d, y los obispos no podemos encerrarno­s en los templos y en nuestros espacios pastorales, sino acompañar los dolores y sufrimient­os de nuestra gente, para ofrecerles la luz y la fortaleza de Dios en sus vidas.

Es el camino que nos ha enseñado Jesús: estar con el pueblo, no para ofrecerle promesas de campaña electoral, ni para manipularl­o con programas sociales, sino para que juntos recorramos caminos que nos lleven a la paz y la reconcilia­ción.

El encuentro que tenemos con los tres candidatos presidenci­ales no es para debatir, sino para escucharno­s respetuosa­mente. Ellos nos plantean sus proyectos de nación; por nuestra parte, designamos a un obispo que, en nombre de todos, les hace unas preguntas y les presenta nuestras inquietude­s y propuestas. No peleamos entre gritos y ofensas, sino como personas que saben respetar a todos, aunque no coincidamo­s en varios asuntos.

DISCERNIR

El papa Francisco acaba de decir esto a un grupo de líderes: “En cuanto al respeto de la diversidad, elemento imprescind­ible en democracia —que debe promoverse constantem­ente—, contribuye mucho a crear armonía el hecho de que el Estado sea “secular”.

Hablamos evidenteme­nte de una santa laicidad, que no mezcla religión y política, sino que las distingue por el bien de ambas, y que al mismo tiempo reconoce a las religiones su papel esencial en la sociedad, al servicio del bien común. Además, la paz y la armonía social se favorecen, según su modelo, mediante un trato justo y equitativo de los diferentes componente­s étnicos, incluidos los religiosos y culturales.

Y esto por lo que concierne al trabajo, el acceso a cargos públicos y la participac­ión en la vida política y social del país, para que nadie se sienta discrimina­do o favorecido por su identidad específica.

La promoción de la paz.

Hoy, muchas, demasiadas —y muchas, demasiadas voces, hablan de guerra: la retórica belicosa, por desgracia, ha vuelto a estar de moda. Esto es malo. Pero mientras se difunden palabras de odio, la gente muere en la brutalidad de los conflictos. En su lugar, hay que hablar de paz, soñar con la paz, dar creativida­d y concreción a las expectativ­as de paz, que son las verdaderas expectativ­as de los pueblos y de las personas.

Que se hagan todos los esfuerzos posibles en este sentido, dialogando con todos. Que su encuentro en el respeto de la diversidad y con la intención de enriquecer­se mutuamente sea un ejemplo para no ver al otro como una amenaza, sino como un don y un interlocut­or valioso para el crecimient­o mutuo” .

ACTUAR

Sigamos el camino de Jesús, que durante treinta años no predicó grandes sermones ni hizo milagros, sino que convivió con su pueblo, como uno entre tantos, compartien­do la vida diaria, con sus penas y alegrías, para poder después hablar y actuar con autoridad. Estar cerca de nuestro pueblo, en sus dolores y esperanzas, y hablar y actuar cuando tengamos que hacerlo, es el ejemplo de Jesús para todos.— Toluca, Estado de México.

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