Por una mejor calidad de vida
La movilidad humana es uno de los derechos que tenemos los seres humanos. El derecho al desplazamiento, libre y voluntario está reconocido en los tratados internacionales.
Buscar mejores condiciones de vida es un “derecho humano” que conlleva, muchas complicaciones, retos y riesgos, sea para los que emigran como para los que deben acogerlos.
Desde luego, es un problema complejo por sus facetas: económica, cultural, política, ética y religiosa. La “movilidad humana”, de hecho, ha llegado a ser uno de los problemas más graves que afronta, hoy, la humanidad, por la precariedad en que deben vivir millones de desplazados y por la muerte de millones de inocentes en tierras extrañas.
El papa Francisco, al inicio de su pontificado, decidió viajar a Lampedusa tras quedar impactado por un naufragio ocurrido en aguas de esa isla el día 16 de junio de 2013, cuando en medio de la “indiferencia general” unas decenas de inmigrantes murieron ahogados en el intento de salvarse, desesperadamente, agarrándose a una red para pescar atunes.
En la homilía de la misa, que siguió al homenaje de las flores, el papa Francisco denunció esa especie de “globalización de la indiferencia que nos ha quitado, incluso, la capacidad de llorar ante los muertos”. Frente a esta angustiosa realidad, dice el Papa, nadie se siente responsable porque “hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna”.
Luego, el Papa ha invitado a los asistentes a pedir a Dios la gracia de llorar “por nuestra indiferencia, de llorar por la crueldad que hay en el mundo… y por aquéllos que en el anonimato toman decisiones socioeconómicas que hacen posible dramas como éste…”.
En nuestro país, México, cada día vemos este fenómeno humano como algo que implica a toda la sociedad, pues es más frecuente encontrarnos a personas de diversos países que intentan llegar a Estados Unidos para cumplir el llamado “sueño americano”.
No podemos permanecer indiferentes ni individualmente ni como sociedad. Como Iglesia nos corresponde acogerlos para que su tránsito sea lo más benévolo. Es muy loable el trabajo que realizan las casas de migrantes promovidas por asociaciones civiles y de la misma Iglesia, que ve en cada hermano migrante al mismo Cristo que migra.
Seamos empáticos con esta situación, una obra de misericordia muy concreta es ayudar acogiendo a estos hermanos que se desplazan para encontrar una mejor calidad de vida.—