Diario de Yucatán

La conducta de Zaldívar

- J ORGE CASTAÑEDA ( * ) ————— (*) Excancille­r mexicano y analista político oficinacas­taneda7 @gmail.com

Tal vez algún día sepamos si la denuncia anónima presentada contra colaborado­res de Arturo Zaldívar en la Suprema Corte y el Consejo de la Judicatura es cierta o no.

Asimismo, no es imposible que dentro de algunos meses —o años— se sepa si las acusacione­s contra sus tres subalterno­s lo involucran a él, o no. Pero desde hoy hay algo que sí sabemos: su comportami­ento resulta incomprens­ible fuera del trópico mexicano (aunque él provenga del altiplano).

En muchos países, las designacio­nes al máximo tribunal constituci­onal —llámese suprema corte, consejo constituci­onal, alto tribunal o supremo tribunal de justicia— son vitalicias. En otros, setrataden­ombramient­osdel Poder Ejecutivo, ratificado­s o no por el Poder Legislativ­o, y son vigentes durante un plazo determinad­o.

En el primer caso no existen usos y costumbres en relación con las actividade­s de los integrante­s del órgano en cuestión, por definición; en el segundo caso, pueden existir prohibicio­nes explícitas o tácitas de ciertas actividade­s una vez concluido el período para el cual fueron nombrados.

Pero dudo que en muchos países se permita lo que ha hecho Zaldívar en México. No me refiero, por supuesto, a la renuncia anticipada. En Estados Unidos, por ejemplo, el ministro Stephen Breyer abandonó su cargo en vida, para permitirle a Joe Biden designar a un sucesor de la misma inclinació­n jurídica. Y se le reclamó ácidamente a Ruth Bader Ginsburg el no haber renunciado a tiempo para que Barack Obama postulara a quien la sustituyer­a, aun sabiendo que padecía un cáncer terminal.

Me refiero al paso de Zaldívar de la presidenci­a de la Suprema Corte al activismo electoral en la campaña de Claudia Sheinbaum.

Se podrá responder que nadie puede despojar a un ciudadano de sus derechos políticos, que incluyen, desde luego, el proselitis­mo político. No es del todo cierto: los militares, los curas, ciertos presos, y desde luego los funcionari­os de todo tipo sacrifican algunos de sus derechos políticos a cambio de otros.

La pérdida puede ser formal, o implícita: los ministros de la Suprema Corte norteameri­canos, cuando asisten al informe presidenci­al, no aplauden ni se ponen de pie durante el discurso del mandatario. Y los ministros mexicanos no pueden ejercer un cargo público sino dos años después de haber dejado la Corte.

El problema no es jurídico, sin embargo. Consiste en el famoso adagio sobre la esposa de César: debe estar por encima de toda sospecha. ¿Cómo creer que Zaldívar no simpatizab­a —no era parcial con— las causas jurídicas —los casos ante la Corte— antes de militar en la 4T?

¿Cómo no pensar que pudo haber fallado en tal o cual caso, de tal o cual manera, a cambio de un apoyo posterior a la causa a la que se sumaría, también posteriorm­ente?

Y en efecto ¿cómo no sospechar que la filtración de la denuncia, y ésta misma, no se deben a fuego amigo, es decir a adversario­s jurídicos, personales o políticos de Zaldívar dentro del poder judicial?

La mejor manera de evitar todo esto —así como muchas otras consecuenc­ias de naturaleza parecida— residía en respetar la letra y el espíritu de la ley de “espera’: dos años sin cargo y sin actividad política, por lo menos para un ministro de la Suprema Corte.

Para ahorrarnos a todos las sospechas de la parcialida­d previa de Zaldívar. Y ahorrarle a él las sospechas de que efectivame­nte haya realizado todas las actividade­s descritas en la denuncia, en contuberni­o con funcionari­os del gobierno, jueces y despachos de abogados. A menos de que las sospechas no sean… sospechas, sino realidades.— Ciudad de México.

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