Lágrimas y congruencia
En la Misa Crismal de cuaresma, el papa Francisco se dirigió a sus sacerdotes con agradecimiento: “Gracias por vuestros corazones abiertos y dóciles; gracias por vuestros dolores y lágrimas”.
Y añadió: la tumba de Jesús está abierta y vacía.
A partir de ahí comienza todo. A través de ese sepulcro vacío pasa el camino nuevo, aquel que ninguno de nosotros sino sólo Dios pudo abrir: el camino de la vida en medio de la muerte, el camino de la paz en medio de la guerra, el camino de la reconciliación en medio del odio, el camino de la fraternidad en medio de la enemistad.
Los anima a no rendirse a la secularización y no encerrarse en la queja, pues se volverán amargados e irritables.
Ese día marca la fiesta de los sacerdotes de todo el mundo. Con su franqueza habitual de avanzada, les advierte también contra la hipocresía clerical, al tiempo que también agradece, porque llevan la maravilla de la misericordia a los hermanos y hermanas de nuestro tiempo.
Su larga homilía abunda en consejos para sus soldados de Cristo, y eso nos toca a nosotros laicos también. No se dejen dominar por la impotencia, la decepción, la preocupación. No se centren en los agravios.
“Dejen brotar las lágrimas de arrepentimiento que suavizan la dureza del corazón cuando envejece por dentro”. La adoración y la oración del corazón siempre serán básicas.
Continúa y exhorta: librarse de “la dureza y la recriminación, el egoísmo y la ambición, la rigidez y la insatisfacción”. Este es un mal que también campea ampliamente entre los que se dicen católicos practicantes pero olvidan que el Señor pide “misericordia y no sacrificios”.
Los juicios que se suelen externar en puntos álgidos que están alejando a tantos fieles de la Madre Iglesia, como los divorciados vueltos a casar, la bendición a las personas (que no a la unión) del mismo sexo, la apertura a una participación femenina más efectiva y actuante, el análisis y aceptación al cambio que piden las bases de las iglesias de a pie que somos nosotros, por una iglesia más inclusiva, moderna y abierta son tan duros, cerrados y tantas veces crueles, que avergüenza oírlos salir de labios de personas que se confiesan muy católicas y son de misa, comunión y rosario diario.
Una incongruencia absoluta. Es importante que recen menos y sean más compasivos y en verdad piadosos, no más de esos fervores nunca sentidos hondamente en lo más profundo del corazón. Eso se llama nada más y nada menos que santurronería y escrúpulo.
SuSantidadpregunta¿quiénnos correrá estas piedras, como se corrió la del sepulcro del Señor porque resucitó?: la roca de la guerra, la roca de las crisis humanitarias, la roca de las violaciones de los derechos humanos, la roca del tráfico de personas, y otras más. Son piedras que cierran la esperanza en la humanidad.
El Papa afirmó que con su resurrección, “el Dios de lo imposible” ha hecho que “la esperanza no tenga fin”. Menciona y ora por Israel y Palestina, Rusia y Ucrania. Armenia y Azerbaiyán. La Región de los Balcanes Occidentales. Los Rohinyá. El pueblo haitiano, para que cese cuanto antes la violencia que lacera y ensangrienta el país.
Sudán y toda la región del Sahel, en África, en la región de Kivu en la República Democrática del Congo y en la provincia de Cabo Delgado en Mozambique.
Y hoy hay miedo en el mundo y la ONU se reúne de emergencia ante el ataque armado sin precedente de Irán contra territorio israelí, y el temor a que la guerra se extienda a más países del Medio Oriente y de otras partes del orbe. Existe la posibilidad de una guerra total, de consecuencias devastadoras para todos. Se extendería el conflicto de Hamás e Israel a proporciones apocalípticas.
El Papa pide por la reconciliación en Myanmar. Por el continente africano. Los migrantes. El comercio de seres humanos. Los menciona a todos. Nuestro corazón llora y tiembla por este mundo que se destruye a sí mismo y mata y desprecia al hermano.
Sus palabras duelen porque a diario leemos en la prensa y vemos en los noticieros lo que el pregunta: “¿Por qué? ¿Por qué tanta muerte? ¿Por qué tanta destrucción? La guerra es siempre un absurdo y una derrota. Que no se ceda a la lógica de las armas y del rearme. La paz no se construye nunca con las armas, sino tendiendo la mano y abriendo el corazón”.
Su Santidad se ha ido desvelando con el paso de estos 10 años, como un ser humano pleno y consciente de la dura realidad que nos acecha. Es imposible soslayar su “estilo cercano y su énfasis en la misericordia que han dejado una marca distintiva e indeleble en su pontificado”.
¿Ha perdido el mundo la buena voluntad?, me pregunto. ¿El deseo por una existencia mejor? ¿Cuándo empezamos a despreciar el don de la vida? ¿Por qué entronizamos los abusos y la violencia? ¿Desde cuándo el tráfico de seres humanos se ha vuelto moneda de cambio y explotación? ¿Por qué en vez de corazones de carne guardamos en el pecho un hierro que mata, olvidando que también se morirá por el mismo hierro?
¿Qué fue del consuelo y la esperanza, la generosidad y la compasión, el amor por el prójimo, el próximo?
Raniero Cantalamessa, O.F.M., predicador de la Casa Pontificia desde 1980, en su homilía de Viernes Santo recordó que “Dios respeta hasta el infinito la libre elección de los hombres, continúa amando y perdonando, sin condenar jamás. ¡Qué lección sobre todo para los poderosos de la Tierra! Para aquellos entre ellos que ni remotamente piensan en servir, sino sólo en el poder por el poder”.
Mientras, el Papa se dirigió a los pueblos destruidos por el mal y golpeados por la injusticia, pueblos sin tierra, pueblos mártires, para que alejen “en esta noche a los cantores de la desesperación”.
Es una incógnita si los líderes del mundo atenderán este llamado de paz para que dejen de existir los pueblos mártires, y los cantores de la desesperación no sigan dominando la escena mundial.
Tenemos ahora mismo un mundo en vilo. El Santo Padre responde: “con la resurrección, el Dios de lo imposible ha hecho que la esperanza no tenga fin”.
Hay que confiar. A pesar de todo y a pesar de todos. Para Él todo es posible. Regresó de la muerte.— Mérida, Yucatán.