La Condesa Sangrienta
Desde la antigüedad, a las mujeres les ha gustado mantener su aspecto juvenil y un cutis lozano. En excavaciones en el sitio de Pompeya se han encontrado potes con cremas faciales, cuyo principal elemento es el aceite de oliva. Otros ya en el pasado, sumerios, chinos y egipcios, usaban el maquillaje. Después llegó la cirugía plástica, que contribuyó a arreglar lo que la edad y la ley de gravedad hacen a los rostros.
No nos equivoquemos, hay muchos hombres a los que les gusta también cuidar su rostro con cremas, incluso con cirugía plásticas. Sabemos de casos de personas que se han convertido en adictos al bisturí y terminan desfigurándose el rostro. Hay quienes llevan este deseo de permanecer eternamente joven al extremo, como lo hemos visto en varios momentos de la historia.
Toda esta reflexión es para hablarles de una condesa húngara, de la zona de Transilvania, que vivió de finales del siglo XVI a comienzos del XVII. Su nombre era Isabel Báthory y que ha pasado a la historia con el sobrenombre de la Condesa Sangrienta.
Para comenzar les quiero decir que en húngaro primero se coloca el apellido y detrás el nombre de pila y, en el caso que nos ocupa, es Erzsébet. Su nombre en húngaro es Báthory Erzsébet. Era de muy alto linaje. Entre sus familiares cercanos encontramos a príncipes y reyes. Era extremadamente rica y también bella.
A los 13 años la casaron con Ferenc Nádasdy (Francisco en húngaro) que se destacó en batallas contra los turcos, principales enemigos de Hungría en ese momento.
Durante estas batallas se mostraba tan valiente que le dieron el sobrenombre de Caballero Negro, por ir siempre vestido de ese color.
No olvidemos otras historias procedentes de Transilvania en relación con la sangre humana, la vida eterna y los vampiros. El exponente mayor es Drácula que todos conocemos por la múltiples versiones que hemos visto en los cines.
Tuvieron cinco hijos, de los cuales tres sobrevivieron hasta la edad adulta. El detalle de nuestra Isabel o Erzsébet es que era una mujer de gran crueldad. Sus empleadas, o mejor dicho siervas, porque es lo que se usaba en esta época, por la más mínima indisciplina, el más mínimo descuido o la más pequeña falta eran sometidas a golpes y torturas.
Le encantaba introducir en la piel de sus esclavas grandes agujas y tijeras para hacerles daño. Cuentan que una vez le dio una bofetada tan fuerte a una de sus esclavas que la sangre salió de su rostro y vino a caer sobre la mano y el rostro de la condesa. Poco después, al verse en el espejo, pudo apreciar cómo, en el lugar donde había caído la sangre, la piel se veía más sana.