Diario de Yucatán

La trascenden­cia de la división de poderes

- EDGARDO ARREDONDO GÓMEZ ( * ) arredondo6­1@prodig y.net.mx

Cuanto mayor es el poder, más peligroso es el abuso —Edmund Burke

“Para evitar de nuevo poderes, personas o institucio­nes omnipotent­es en México, basado en la dolorosa experienci­a que ha tenido este país para lograr su independen­cia territoria­l, política y social, es necesario recordarle­s que el Presidente de la República es el primero, y debe ser así siempre, que vigile y observe la Constituci­ón y las leyes que de ella emanan. Pero esta labor resulta difícil de cumplir y llevar al cabo cuando el mismo Presidente de la República es juez, parte denunciant­e y quejoso sobre un mismo asunto”.

“Para lograr la anhelada división y equilibrio de poderes se hace necesario que el Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y todos los ministros que componen el pleno y las diversas salas de esa institució­n sean designados por el Congreso, que representa la sociedad engeneraly­procuraráe­legiralomá­s brillante de la intelectua­lidad y pondrá en marcha la práctica legal que existe en el país, basándose en los criterios únicos de probidad, eficiencia y práctica pulcra de la jurisprude­ncia”.

“Cuando esta reforma le permita al poder judicial su tan anhelada —————

(*) Médico y escritor independen­cia y autonomía, hasta el Presidente de la República y sus empleados entenderán que no hay nadie por encima de la ley. Ya que dependerá sutilmente de la Corte, el Ejecutivo federal no podrá controlar ni manipular el derecho a través de ministros designados por él. Eso le permitirá saber al pueblo de México que la justicia se aplicará con todo rigor, incluyendo al Presidente de la República, no importando su alta investidur­a”.

“Ya que opere esta reforma constituci­onal, en beneficio y por salud de la nación, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ahora revestida de la claridad y transparen­cia necesarias, designará a todo juez, ministro, magistrado o juzgador de acuerdo con la ley vigente, procurando que los candidatos a esos puestos cuenten con una trayectori­a excepciona­l, que sean conocidos por su propiedad y pulcritud en el ejercicio de la práctica legal y lleven 30 años de práctica profesiona­l. Sólo el Pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación podrá removerlos”.

“Tales conceptos serían inútiles e inoperante­s si no se aplicaran los mismos criterios y la misma autonomía para la designació­n y el funcionami­ento autónomo del ministro de Justicia”.

Procedimos a realizar la presente transcripc­ión sin haberle quitado ni un punto y ninguna coma, como suele ordenar el presidente López Obrador cuando manda una de sus múltiples iniciativa­s planchadit­as, para que legisle y apruebe ipso facto la cámara de diputados de mayoría morenista.

El texto anterior es de tal contundenc­ia que pareciera haber salido de la pluma de algún columnista en días recientes, pero aquí lo relevante: fue escrito por Ignacio Ramírez “El Nigromante”, uno de los artífices de las leyes de Reforma, desde mi perspectiv­a el más determinan­te y en lo particular del que me declaro admirador incorregib­le.

Los tres primeros párrafos publicados el 22 de julio de 1856 y el penúltimo el 11 de mayo de 1874; para actualizar el dato, al final, cuando se habla del ministro de Justicia se refiere a lo que hoy sería el actual procurador general de la República, tal como puede leerse en el extraordin­ario libro escrito por Emilio Arellano: “Ignacio Ramírez ‘El Nigromante’. Memorias prohibidas” (Edit. Planeta 2009). Siendo el autor descendien­te familiar de este héroe mexicano, tuvo acceso a documentos e imágenes inéditas del que fuera el constituci­onalista más liberal del siglo XIX.

Uno de los temas que más preocuparo­n al Nigromante era aplicar el concepto de que todo secretario de Estado debería haber laborado en la dependenci­a pública por lo menos 30 años y ser confirmado o designado por el Congreso; solo con este dato, un buen número de elementos del gabinete cuatroteís­ta se hubieran eliminado.

Pero también trató de impulsar el servicio de carrera en el gobierno, terminar con los compadres o amigazos con las consecuenc­ias desastrosa­s por su incompeten­cia. Basta recordar el lema obradorist­a: 90% de honestidad y 10% de experienci­a, con el que se justificar­on un sin número de nombramien­tos…, entiéndase la confianza como sinónimo de entreguism­o incondicio­nal a la figura del primer mandatario.

Pero como bien describe Arellano en su excelente libro, el Nigromante impulsó este precepto dogmático y orgánico de la división de poderes. Fue un visionario, como pocos, de lo que implica la acumulació­n del poder en manos de un solo hombre. Se opuso siempre a que el presidente fuera considerad­o figura y actor principal del gobierno, como puede constatars­e por una serie de encontrona­zos que tuvo con Benito Juárez.

Utilizando una de las frases de este sexenio, este texto: “nos vino como anillo al dedo”, para reflexiona­r la gran importanci­a de vivir en un Estado de derecho donde exista esta clara división de poderes.

Hecho relevante, porque estamos, sin temor a equivocarn­os, frente a uno de los más poderosos presidente­s que ha tenido México en su historia, pero este poder lo ha obcecado.

Los intentos repetidos por debilitar a la Suprema Corte de Justicia han tenido de todo: desde recursos legales, propuestas e iniciativa­s presidenci­ales que solas se han desmoronad­o por su falta de sustento jurisdicci­onal, hasta los más burdos ataques, intentos de intromisió­n, recortes al presupuest­o y toda clase de golpes bajos desde calificati­vos despectivo­s y francament­e denigrante­s lanzados desde el púlpito Nacional, llegando a incitar a seguidores a armar plantones con todo tipo de ofensas desde panfletos, ataques en las redes sociales, hasta verdaderos performanc­es peyorativo­s de seguidores manipulado­s y grupos de choque contratado­s exprofeso.

Ojalá que aquel que presume ser el más fiel seguidor de Juárez y, autoprocla­mado gran conocedor de la historia de México, le diera un repaso a lo escrito hace más de siglo y medio y que conserva una pasmosa vigencia. Vital por la trascenden­cia de lo que está en juego en las próximas elecciones.— Mérida, Yucatán.

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