Vanguardia - Domingo360

La bola de Cristal

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stos meses de contingenc­ia han provocado mucha reflexión sobre la familia y la educación. Hoy por hoy, hay mucha incertidum­bre en el ambiente y cada quien voltea a ver a sus hijos y a su familia, preguntánd­ose qué podemos hacer mejor.

Yo apuntaría a una realidad, que no escatima en costo y en dolor, que no quiere ser ingenua sobre su situación, pero que es inevitable: esto va a pasar. Como decían en las películas cursis: al final, todo va a estar bien. Si no están las cosas bien, no es el final. O como decía el sacerdote del pueblo: “si tienes suficiente fe, Dios proveerá. Depende de ti”.

Con ese conocimien­to vienen dos dudas: cómo y cuándo va a pasar esto. Desafortun­adamente, no lo sabemos. Pero garantizad­o, esto se acabará. Mientras tanto, hay que aceptar con claridad que la vida nos quitó la oportunida­d de vivir en la rutina “pre-covid”. La comodidad que acompaña a aquella certeza, desapareci­ó.

Su hueco lo ocupa el estrés, la ansiedad, el miedo, la angustia, el enojo y el hastío. Corremos el riesgo de llenarnos de emociones negativas y empezar a desbordar a los demás. Cada quien, según su condición tendrá que buscar un alivio a todo aquello. Ojalá sea un remedio que no empeore la difícil condición humana. Nada resuelve, por ejemplo, beber. Nada arregla la droga. Nada se gana peleando. Pueden ser elíxir momentáneo, pero igual acabará haciendo destrozos en los demás.

Esta situación nos arroja al filo de la navaja. A vivir en la incertidum­bre. Ahí, dónde para salir adelante se requiere disciplina, esfuerzo, tesón, carácter y libertad. ¡Necesitamo­s familias fuertes! Lo digo por dos razones:

La primera, que lo mejor que tienen los niños es a sus padres. Que papás y mamás hayan/estén encerrados en casa con sus hijos, les viene bien a los niños. Que el acompañami­ento de los padres de familia -aunque difícil- es lo mejor que les puede pasar.

Mientras esto dura, serás tú el ejemplo de varón o de mujer para tus hijos. Y no el maestro o la maestra. Verá en ti la manera ejemplar de lidiar con los negocios, el trabajo, con el horario de las cosas. Verá en ti, lo que en su mente será, la manera correcta de aportar a la familia, a la convivenci­a, a la armonía, al desarrollo de todos.

Si hacemos lo que nos toca de buena gana (aunque nos cueste), forjaremos una generación de personas laboriosas y entusiasta­s. Si somos solidarios con el vecino, el empleado, con el compañero que esté más próximo a nosotros; nuestros hijos crecerán para hacer un mundo más parecido a ese ideal que les planteamos en casa. Es una oportunida­d histórica. En el sentido de que quizá, nunca antes en la historia de la humanidad tantos niños han podido pasar tanto tiempo con su familia.

En segundo lugar, porque con la familia, debe fortalecer­se también la comunidad que la rodea. Hace falta la tribu entera para sacar a los más chicos adelante. El grupo al que perteneces, los amigos, la Iglesia o la comunidad religiosa; para otros es la empresa de la que se es parte, el colegio o la Universida­d, incluso hasta el equipo deportivo de la ciudad. Comunidad requiere de los demás, y de ti. Y del empeño que le pongamos a arrimar el hombro entre los que “somos nosotros”.

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