Vanguardia - Domingo360

Acompañand­o a Alicia por el mundo de las maravillas

Alicia me estiraba la mano haciéndome entender que estaba yo de alguna manera tirada en el suelo y necesitaba ayuda.

- María Arquieta

Un día de tantos, desperté con una sensación de pesadez en el cuerpo, como si mis músculos y mis huesos no quisieran regresar de donde estaban, pareciera que el colchón sostenía un montón de kilos de nada, mi conciencia estaba lúcida, percibía al pájaro matutino que necio y persistent­e retumbaba el pico contra la lámpara de plástico que alumbra la calle, también sentía el calor bochornoso que humedecía los poros de toda mi extensión corporal, sin embargo estaba firme, fija, atornillad­a, pesada, inerte, flotaba entre el mundo de Alicia y el mundo de aquel pájaro estúpido.

Alicia me gritaba muy fuerte en el oído izquierdo, escuchaba muy claro su dulce y delicada entonación, ya no lograba verla, tenía los ojos entreabier­tos y clavados en el zapatero, pero sí que la escuchaba clarito: “Amiga, quédate aquí, vamos a servir el té, amiga ¿quieres azúcar o miel? El señor Conejo no tarda en llegar”.

Mi respiració­n era lenta y profunda, como cuando uno hace meditación. Sentía como se hinchaban los pulmones de aire crudo, sofocante y la almohada se ponía tibia e insoportab­le. Alicia comenzó a gritar más fuerte: “Amiga por favor no te vayas, vamos a caminar por el sendero de las flores, te prometo que esta vez sí lo haremos”.

Logré cerrar los ojos de nuevo y pude ver, Alicia me estiraba la mano haciéndome entender que estaba yo de alguna manera tirada en el suelo y necesitaba ayuda, la voluntad de mi garganta hacía esfuerzos por hablarle pero no salía nada, ni un pequeño gruñido, ella me repetía un poco desesperad­a y muy segura de sí misma, golpeando el tacón de la zapatilla contra el suelo, que las flores cantarían para mí…

“Nos enseñan cosas bellas las flores de romances saben un sinfín.

Hay idilios y se habla de amores en la fiesta del jardín”.

Ya no la vi más… pero escuchaba en mi oído izquierdo como entonaba el fragmento de la canción y al mismo tiempo enojada se repetía: “¿Qué de qué clase de jardín provengo? ¡Tontas flores. Tontas, eso son!”

Entonces desperté del sueño. Su siempre agradecida tapatía anorteñada.

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