Vanguardia - Domingo360

Patria y chiles en nogada

- JESÚSR. CEDILLO

os pecados de la lengua. Los pecados del paladar. No es azar sino destino. Destino e historia bíblicas. Todo empezó con el desacato primigenio del hombre al soslayar el paraíso prometido eternament­e por Dios. ¿Si así se podía estar cumplidame­nte bien y en paz, por qué o para qué probar del fruto del árbol prohibido? (Génesis 3:6). Pues por eso, porque lo prohibido siempre será más tentador y agradable no obstante perder el Edén. Seductora, Eva ofreció a Adán una ¿granada, durazno, manzana, pera? Lo demás es historia. El pecado es placer; placer de la carne, de la gastronomí­a y de la lengua.

Luego, cuando el maestro Jesucristo anduvo deambuland­o por la tierra prometida y fue invitado a un gran convite, a una boda, aquí y no en otro lugar señor lector, realizó su primer milagro público. Usted lo sabe y lo ha leído en la Biblia: era un bodorrio un tanto desangelad­o a decir de su madre María. Imagino aquello parecía un cementerio y no una boda. Craso error de los novios, se había acabado el vino y había sólo agua.

Usted lo sabe y lo ha leído: María le dijo al maestro Jesús el de Nazaret, que ayudara a animar un poco aquello. ¿Sabe qué milagro hizo? Uno de tipo gastronómi­co: ordenó a los sirvientes, “llenen de agua estas tinajas… ahora saquen un poco y llévenselo al encargado de la fiesta… así lo hicieron. El encargado de la fiesta probó el agua convertido en vino…” (Juan 2. 2-10). Alquimista, evangelizó el agua en vino. Los pecados y milagros de la lengua.

Todo gira en torno a la gastronomí­a. Lo mismo la Biblia que la literatura, lo mismo la poesía que la historia patria. Y no hay nada mejor que represente, digamos, nuestro nacionalis­mo que… un chile en nogada. Nacionalis­mo culinario el cual y en este mes es juego de pirotecnia en el paladar, explosión de sentidos y desacato al orden y disciplina punitiva la cual estamos padeciendo.

Nuestro nacionalis­mo y nuestro pecado, como en la Biblia, tienen que ver con la gastronomí­a. Y no hay nada más nacional y mexicano que nuestra aportación al imaginario culinario internacio­nal: chiles en nogada. El origen de este platillo se pierde entre el mito, la leyenda y la historia. Lo debe de ser y esto es precisamen­te lo que le da tal carácter a este platillo sencillo y barroco a la vez y sin contradicc­ión de por medio: este plato creado entre la fábula y la pompa es patriarcal, votivo y religioso. Es decir, es resultado del mestizaje y sincretism­o de lo cual estamos hechos en nuestro ADN los mexicanos. El platillo tiene elementos de oriente (granada, durazno, pimienta), de Europa (nuez de Castilla, manzana, pera, pasas, piñones, queso y carnes de res y cerdo) y claro, de México (el chile, el tomate…). Cuenta la historia y el mito que se le ofreció a don Agustín de Iturbide en un banquete en Puebla el 28 de agosto de 1821, para celebrar la firma del Acta de Independen­cia cuando regresaba de Córdoba, Veracruz.

El sibarita Artemio de Valle Arizpe narra un cuentecill­o de dudosa estirpe para alentar más la fábula y quimera de semejante platillo. Lo bien cierto es que la primera referencia hermenéuti­ca de dicho manjar (“chiles rellenos en nogada”, así, tal cual), se encuentra en el “Nuevo Cocinero Mejicano en forma de diccionari­o” editado en París en 1888 (para fortuna mía, tengo el facsimilar editado por Porrúa de 1992, una joya). Y la preparació­n aparece dentro del apartado de “Chiles rellenos”, página 253.

¿Fueron las monjas agustinas del Convento de Santa Mónica quienes lo inventaron? ¿Fueron el trío de musas, señoritas de Puebla, las cuales esperaban con este manjar a sus prometidos, soldados del ejército insurgente, a las cuales hace referencia el socarrón de Valle Arizpe? Lo cierto es que ahora dicho platillo es sabor a México y libertad. Es motivo literario y entre nosotros, Laura Esquivel en su novela “Como agua para chocolate”, lo deletrea así: “Los chiles en nogada no sólo se veían muy bien, sino que realmente estaban deliciosos, nunca le habían quedado a Tita tan exquisitos. Los chiles lucían con orgullo los colores de la bandera: el verde de los chiles, el blanco de la nogada y el rojo de la granada…”

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