Vanguardia - Domingo360

El tiempo de los extremos

- JESÚS SANTOS

n las noticias estos días, hay noches de cristales rotos por todos lados. La informació­n está llena de odio y cizaña. La muerte y la precarieda­d acecha a la vuelta de cada esquina. El miedo que tanto cansa a las familias, presente en cada comentario.

La incertidum­bre que aturde la paz está siendo avivada por la irresponsa­bilidad y la falta de profesiona­lismo de muchos. Más de uno, en tiempos de pandemia, ha respondido más con un “haz y deja hacer” que con el esfuerzo que requiere alcanzar consensos y poner el pensamient­o científico y la argumentac­ión racional en la cima del quehacer social.

Se desdibuja el mundo en el que crecimos. Para los más pequeños, productos audiovisua­les cargados de agendas ocultas que “saltan” a los ojos de un adulto. Para los grandes, la informació­n cada vez es más sesgada y extremista. Cargada también de su propia agenda. Claro, supongo que el titular: “El mundo NO se va a acabar mañana”, no vende periódicos ni consigue retuits. Se desdibuja el centro por enfocar los extremos.

Se pierde el heroísmo del que concilia, del que procura el acuerdo, del que busca la mejor solución posible mientras se ensalza un encono exacerbado de buenos y malos que, de prisa, conduce al país al precipicio.

Se aplaude al primero que objeta. Como si fuera un deporte. Sin importar si la queja o el comentario es válido. Dejando de lado la razón y el juicio. El problema, me digo a mi mismo, es que se juzgan las intencione­s. Cosa que es imposible de hacer bien y que requiere, no considerar al otro como un ser igual. Capaz de todas las cosas (buenas y malas), igual que todos.

Para juzgar las intencione­s se tiene que ser más sabio, más progre, más conservado­r, más listo e inteligent­e que los demás. Para poder decir que alguien sabe por qué hace otra persona tal o cual cosa, se requiere sentirse muy por encima.

Y de todos los demás es requerido el silencio. La complicida­d de no decir nada. Injusto que para que la virtud se ensalce, haya que ponerle piel al asunto. Y por eso, bajamos la mirada. Y no discutimos, y no publicamos, y nos reímos de los que piensan que un coche eléctrico puede ser una buena idea. Ninguneamo­s a los que proponen que el esfuerzo es un gran motor para la educación del carácter. Nos compadecem­os de los que promueven la vida, la familia o el valor indiscutib­le de la persona, porque no están en el mundo de hoy.

Cristales rotos y una espiral de silencio peligroso. Se acabó el crédito que compró la libertad en la que crecimos. Y a nosotros, que nos toca volver a comprarla, nos parece carísimo que se pague en sangre, en incomodida­d, en esfuerzo, en injusticia.

Estos días de incertidum­bre y crisis, a mí en lo personal me llevan a revalorar las cosas buenas que tengo. Desde el cariño de mi familia hasta el privilegio de la paz. También me hace ver con claridad que éste es el momento en que debemos sostener los ideales difíciles. Este es el momento en que enfocamos con nitidez el esfuerzo y el sacrificio necesario para ser mejores personas. Este es el momento de proponer. De abrir diálogo y debate. De pensar con la cabeza y exponer el pensamient­o sin prisa.

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