Los banquetes del Vaticano
Cómo le ha ido señor lector? ¿Cómo le va al día de hoy con este demonio, este jinete apocalíptico llamado peste, pandemia? Me imagino, se siente de la chingada como yo. Maticemos: nos sentimos de la patada, pero hay que seguir de pie y tratar de disfrutar hasta donde se pueda. ¿A qué se ha dedicado mayormente hasta el día de hoy? Tal vez a sobrevivir, como millones de seres humanos en este abnegado país llamado México. Cien mil muertos y contando. Dicen los científicos serios que miran con lupa al país, van más de 160 mil muertos. Hay que creerles, sólo hace falta ver los obituarios y esquelas de los diarios a diario: de espanto.
¿Qué hacer mientras? Paradójicamente, pues eso: vivir. Cómo sea y con lo que a la mano se tenga. Así sea sólo arroz y frijoles. Aguante señor lector, resista por favor. Su servidor sigue como siempre a lo largo de su vida: encerrado, confinado. Atado a varios potros de placer y tormento a la vez, sin contradicción de por medio: el de la lectura, el de la escritura, el del alcohol, el de la música, el de la gastronomía, el de la oración. Usted lo sabe, mi movilidad se ha visto enormemente trastocada. No hay lugar libre del bacilo chino y viajar es un tiro de dados: o se contagia uno o regresa sano. Amén de lo anterior, hay muy pocos autobuses y ni se diga aviones. Todo en quiebra desgraciadamente. ¿Qué hacer? Pues vivir. Sólo eso.
Hace poco una amiga mía, la señora Aurora V. me platicó de un libro el cual le había gustado enormidades, “El Padre Elías. Un Apocalipsis.” De la autoría de Michael D. O’brien. Un tabique de más de 600 páginas para una editorial española. Mi amiga es especialista en este tipo de temas: lee e investiga todo el entramado que envuelve al Vaticano, a la curia romana, al Papa y en fin, ese mundo dentro de este mundo que es la Iglesia católica, apostólica y romana. Es decir, le gusta la sabia polémica a mi amiga. Amén de ello, ella es una mujer de fe. Fe de roca, por lo cual, como dicen las Escrituras, hay que creer con el corazón, pero también con el pensamiento.
Mi amiga me prestó su libro. Lectura que tenía pendiente desde hace semanas a la fecha. Con esta maldita pandemia, pues sí, dije, ahora es momento de leerlo. Estoy a punto de darle punto final y claro, se lo voy a regresar en mano a mi amiga. Libro apasionante y como saben hacer los anglosajones, la historia se mueve. Es decir, los personajes comen, van al baño, tienen diarrea, manejan autos, oran, maldicen… es eso llamado verosimilitud literaria. Insisto, la historia atrapa y claro, hay un entramado intenso histórico y de conocimiento de la Biblia muy puntilloso por parte del autor.
Los personajes del texto están inmersos en un thriller de conjuras, asesinatos, conspiraciones. Todo, todo bajo el palio del Vaticano, el Papa y el anticristo. Situación que hoy, podría ser reflejo de la novela. Nuestra “realidad” novelada, pues. Aunque luego la voy a comentar en “Café Montaigne”, he entresacado para este par de apretados textos, aquello que tiene qué ver con el motivo dominical de esta columna: la comida y bebida. Un rápido ejemplo, hay un personaje el cual muere a mitad de la novela, Monseñor Billy, el cual no tiene botella de vino aborrecida y menos comida. Lo mismo degusta una ración más de lasaña con “una botella de tinto seco”, que se zambute Grappa hasta emborracharse, que jarras de cerveza, pasta, camarones, generosas tartas al final del día, café, pastelillos, galletas, bombones…
El personaje principal, el padre Elías, pintado por el escritor, es el otro lado de la moneda del disipado y glotón Billy. Apenas bebe té, poco café y come frugalmente. ¿Lo nota señor lector? Sigue a la Biblia como código de vida y conducta: la moderación como enseñanza cristiana. Vamos iniciando…