Una compra
Es una niña todavía. Debe tener entre 15 y 17 años. Ropa humilde. Porte altivo propio de los que han vivido a la defensiva siempre. De baja estatura y mirada atenta, siempre refleja vivacidad. Vende tamales. De vez en cuando la acompaña un niño de 8 a 10 años, “es mi hermanito” dice protegiéndose del qué dirán. ¿No vas a la escuela? Para qué me contesta… ojos recién nacidos y llenos de vacío… me da flojera levantarme temprano…no hay más respuesta… la observo mientras busca las monedas del cambio, ella no lo sabe, pero yo sí… su futuro está sellado… no hay. Para qué ir a la escuela me dijo retomando la conversación dispersa y diluida por el tráfico diario. Para que progreses y construyas un mejor futuro dije yo… su respuesta fue el silencio… no puede estructurar ideas, es más fuerte su anhelo de regresar al celular forrado con una tapa brillosa, pero elegante desde su punto de vista y propio del medio en el que ha crecido, un entorno donde es más importante lo brilloso que lo brillante. Sus rasgos infantiles, moreno claros contrastan con el peso de su historia familiar resumida en un oficio de sobrevivencia diaria.
Empieza el año y para ella no hay forma de reiniciar, es continuar con lo mismo, llegar a las doce, irse a las nueve. Con su minoría de edad sobre sus espaldas y sin muchas preguntas por hacerse…solo reacciona, flota, sobrevive. No tiene idea de que hay un mundo distinto al suyo. Sigo pensándolo.