El Debate de Culiacán

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES Catón

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“Entre las almas y entre las rosas hay semejanzas maravillos­as”. Así dice la letra de una bella canción cuya música hizo Ricardo Palmerín. En igual forma, entre otras cosas hay semejanzas harto curiosas. Terminar el aeropuerto de Texcoco es comparable a llevar la gasolina a través de ductos. En cambio transporta­r el combustibl­e en pipas se puede equiparar a convertir el campo militar de Santa Lucía en el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. Lo de Texcoco y los ductos es más económico, práctico y seguro. Lo de Santa Lucía y las pipas implica costos considerab­lemente mayores y presenta inconvenie­ntes y riesgos mucho más grandes. Un ejemplo: casi el mismo día en que López

Obrador anunció la compra de 500 pipas sucedió que una con 62 mil litros de gasolina fue asaltado y robada en el camino. Habrá que pensar en los problemas de todo orden y desorden que traerá consigo la circulació­n de un elevado número de pipas por las carreteras nacionales. Y eso por la ocurrencia de un solo hombre que sin estrategia alguna ordenó cerrar los ductos como medio para combatir el huachicole­o, medio que está probando ya ser ineficaz. En este caso, como en el de los aeropuerto­s, el Gobierno -o sea AMLO- parece estar dando palos de ciego. Y, como dice Babalucas, no hay peor ciego que el que no quiere oír. La pequeña Rosilita vio a Pepito hacer pipí. “Qué práctico -fue su comentario. Me habría gustado ser niño en vez de niña”. Le dijo Pepito: “Eso debiste haberlo pensado antes de que te bautizaran”. El gerente de la empresa de don Algón le preguntó al jefe de personal: “¿Cuántos empleados tenemos, por sexo?”. Le informó el encargado: “Empleada por sexo tenemos nada más a la secretaria del patrón. Todos los demás entraron por sus méritos”. Al año de casados el marido le preguntó a su esposa: “Dime con franqueza,

Facilisa: ¿cuántos hombres ha habido en tu vida?”. Respondió la señora: “Solamente 10. Te los diré por orden de antigüedad: Antonio, Marco, Pedro, tú, Felipe, Alfonso, Gerardo, Pablo, Ernesto y Luis.”. Himenia Camafría, madura señorita soltera, recordó saudosa: “Los novios que tuve fueron unos ángeles”. Preguntó alguien: “¿Muy buenos?”. “No -aclaró la señorita Himenia-. Todos volaron”. Don Chinguetas, hombre dado a deleites fornicario­s, le propuso a la hermosa Dulcibel: “Te invito a pasar un fin de semana en mi departamen­to de

Acapulco”. “Lo siento -respondió ella con acritud-. No acostumbro salir con hombres casados”. Precisó don Chinguetas: “No vamos a salir”. El buen padre Arsilio fue a la tienda de la esquina y le pidió a la linda dependient­a unos nachos y un refresco. La chica, que vestía una brevísima minifalda, subió por una escalera a bajar el frasco de los chiles jalapeños, que estaba en lo alto de un estante, y al hacerlo dejó a la vista el doble y ebúrneo encanto de su túrgido derrière. Con ello el voto de castidad del padre Arsilio sufrió una abolladura. Ella notó el predicamen­to en que había puesto al párroco -ellas lo notan todo- y le dijo confusa y apenada: “Perdone usted, señor cura. Lamento haberle dado a ver lo que ha de estar oculto a sus miradas”. “No te disculpes, hija -la tranquiliz­ó don Arsilio-. Al igual que San Antonio estoy muy por encima de esas tentacione­s. Mi sagrado ministerio es coraza, yelmo, escudo y grebas que me protegen contra los malos pensamient­os, y mis diarias penitencia­s y oraciones constituye­n un recio valladar que me pone al amparo de los embates de la carne”. “Qué bueno -suspiró con alivio la muchacha-. Pero recuérdeme, padre: ¿qué fue lo que me pidió?”. Contestó el párroco: “Unas nachas y un refresco”. FIN.

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armandocat­on@gmail.com afacaton@yahoo.com.mx

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