Inmenso rector
El 20 de octubre de
1888 de nuevo encontramos en la titularidad de la dirección del Colegio Rosales al ingeniero Luis G. Orozco. Por esos días, Orozco auxiliaba, junto con algunos catedráticos, al gobernador en la redacción de un nuevo plan de estudios para la institución. Lentos parecen los días a los habitantes de aquel Culiacán pequeño, pero el tiempo inexorablemente transcurre. Así llega el 27 de septiembre de 1892 y el general Francisco Cañedo asume de nuevo el Gobierno. Ahora permanecerá en el máximo cargo de la entidad hasta que la muerte lo sorprenda. A pesar de que pensaba que la educación superior debería de ser costeada por los propios alumnos, Cañedo seguía apoyando al Colegio e impulsando la educación elemental. Cansado, el ingeniero Orozco el 18 de enero de 1895 renuncia a la institución a la que había dedicado veinte años de su vida. Sobre este extraordinario catedrático, Carlos Filio nos dejó la siguiente estampa: “Cuando conocimos al ingeniero Orozco, ya este era un viejecito magro y cenceño, a quien por obra de sus años se le había refinado la biliosidad intransigente del pedagogo. A diario lo veíamos levemente inclinado por la calle Rosales, con su vestimenta de dril, su paraguas en la mano, caminando hacia el hotel a tomar sus alimentos, y después, tras larga sobremesa, sentarse en un equipal puesto al filo de la banqueta”.