El Debate de Culiacán

‘Chernobyl’: una serie perfecta, pero anacrónica

El desastre ocurrido en Chernóbil ha sido uno de los más fatídicos en el norte de Ucrania

- ≋the New York Times @eldebate

La metáfora siempre es más poderosa que su descarnado referente. Por eso el capítulo más trepanador de Chernobyl es el cuarto, en el que asistimos al exterminio de los perros enfermos de radiactivi­dad. El espectador es introducid­o en esa carnicería a través de un muchacho sin experienci­a, que es adiestrado por dos soldados veteranos. Nos reconocemo­s en la evolución del joven de verdugo ineficaz, muy torpe, a ejecutor sistemátic­o: también nosotros nos hemos ido acostumbra­ndo al horror.

Y a través de su pareja de maestros recordamos la geopolític­a de 1986: Afganistán, los últimos estertores de la Guerra

Fría, todo un sistema político, económico y sobre todo moral al borde del colapso. La muerte de los perros ocurre a lo lejos o fuera de campo. También la de los seres humanos es invisible y, sin embargo, la vamos sintiendo como un latido acelerado en el trasfondo de los cinco capítulos de la miniserie de Sky y HBO.

µ Sobre la serie

El guion de Craig Mazin y la dirección de Johan Renck insisten en la estrategia narrativa del momento culminante del cuarto episodio: al igual que vemos a la perra y a los cachorros, pero después solamente escuchamos los disparos con que son ultimados, también conocemos a los bomberos, a los técnicos nucleares o a los mineros, sin ser testigos directos de su fin. La muerte está en el aire. La muerte es ceniza omnipresen­te. La muerte es radiación, aros concéntric­os. La muerte sobre todo es colectiva y total.

µ ¿Pero cómo representa­r dramáticam­ente las razones de su expansión en un mundo como el de la Unión Soviética, en el que los individuos no aspiraban ni podían aspirar al protagonis­mo?

En la fase de documentac­ión de la serie, Mazin leyó Voces de Chernóbil. Crónica del futuro, la obra maestra de historia oral que Svetlana Alexiévich publicó tras diez años de entrevista­s en 1997. Un libro arbóreo, en el que las voces se suceden como en una caja de resonancia, para dar un testimonio coral del desastre y de su insuficien­te liquidació­n. La productora —según ha declarado la propia escritora— le compró a la premio nobel de literatura los derechos de algunas de las historias de su libro (la más obvia es la del bombero Vasili Ignatenko y su mujer embarazada, Lyudmila). Pero en el momento de estructura­r el guion de la serie, Mazin optó por un gran protagonis­ta, Valeri Legásov (Jared Harris). Su suicidio, en los primeros minutos del episodio piloto, tras haber grabado unas cintas en las que confiesa la verdad sobre el accidente y su manipulaci­ón por parte del Estado, convierte de hecho toda la obra en la reconstruc­ción de los años decisivos de una única biografía.

En Las tres vanguardia­s. Saer, Puig, Walsh, Ricardo Piglia parte de una cita de Paul Valéry (“Ningún poder es capaz de sostenerse con la sola opresión de los cuerpos con los cuerpos. Se necesitan fuerzas ficticias”) en su análisis de las tramas sociales y de la ficción de Estado que constituye­n eso que llamamos realidad nacional. Ese sinfín de relatos conforman — según él el contexto mayor de cualquier novela, que “no hace sino detener ese flujo”, en una construcci­ón artística que invierte la lógica del discurso estatal.

Mientras que “el héroe del Estado es aquel que dice que hay que bajar los ideales por culpa del peso de lo real”; el de la novela, en cambio añade el autor de Respiració­n artificial— “sostiene que es necesario encontrar un ideal que le dé sentido a lo real”. Esa es la tensión que encontramo­s entre la versión — antes soviética y ahora rusa, en lo esencial coincident­es— de los hechos acaecidos en Chernóbil y la serie Chernobyl.

«Muéstrame a un héroe y te escribiré una tragedia» Francis Scott Fitzgerald Escritor

µsobre el trágico evento Tras atribuir en un congreso internacio­nal en Viena— toda la responsabi­lidad del desastre a tres funcionari­os de la central,

exculpando al aparato del Estado (que no había invertido en seguridad, había obligado a la sobreprodu­cción energética y había ignorado los informes que alertaban del peligro), Legásov es condecorad­o —de hecho— como héroe nacional. Pero en ese mismo último capítulo, por supuesto, el héroe del Estado se transforma en el de la novela, se imponen la valentía, la verdad, el ideal.

Y eso es lo que subrayan, precisamen­te, los últimos segundos de la serie: una sucesión de imágenes de archivo en las que las personas que han inspirado a los personajes aparecen con su auténtico rostro, junto con textos en los que al mismo tiempo que se resumen sus destinos se enfatizan las mentiras de la Unión Soviética

sobre las víctimas del accidente.

µcada detalle importa Hasta en ese detalle final Chernobyl recuerda a la que podría ser su gran modelo narrativo: Show me a hero, seis capítulos de David Simon y William F. Zorzi para HBO, ambientado­s en Yonkers, Estados Unidos, pero en los mismos años. Su título refiere a una cita de Francis Scott Fitzgerald: “Muéstrame a un héroe y te escribiré una tragedia”. Ese es el punto de partida de la mayor parte de la ficción occidental y del propio Mazin, quien —al contrario que Simon o sus maestros, como John Ford— no la cuestiona. Legásov es, finalmente, un héroe clásico.

µ La serie Para Piglia el personaje protagonis­ta (“el héroe”) constituía todavía el elemento central e irremplaza­ble del relato. El guionista de Chernobyl defiende también esa concepción, sobre la que se construyó toda la mitología hollywoode­nse. La obra de Alexiévich, en cambio, erige una antropolog­ía y una estética completame­nte distintas, para enfrentars­e al discurso oficial, para representa­r con dignidad el proceso con que el socialismo real aplastó a sus ciudadanos. Cuenta en Voces de Chernóbil que su editor le recriminó que contara historias que parecían proamerica­nas: “En el periódico no quiero gente que difunda el pánico. Tú escribe sobre los héroes, como los soldados que se subieron al tejado del reactor”. Y afirma en El fin del ‘Homo sovieticus’: “Muchos vieron en la verdad a un enemigo”. Para construir artefactos que hagan justicia a la heroicidad colectiva y que restituyan la verdad posible, la cronista renuncia tanto a un yo único vertebrado­r como a un protagonis­ta. Y tras centenares de entrevista­s transcrita­s y editadas con artesanía paciente, escribe polifonías estremeced­oras. “Cada mentira que contamos implica una deuda con la verdad”, afirma Legásov en el juicio del último capítulo de la miniserie, el clímax de la historia. Pero Legásov no testificó en el juicio real. Es una licencia dramática de Mazin. Y Ulana ≋homyuk, no solo tampoco testificó, sino que además no existió. Es una licencia de Mazin para darle un único cuerpo (no en vano de mujer, el de Emily Watson) a todos los científico­s que investigar­on la catástrofe

(como conciencia moral, por cierto, recuerda a la Vinni Restiano que interpreta Winona Ryder en Show me a hero).

µ La producción La ficción del Estado ruso se contrapone a la ficción de HBO. La maquinaria política del ocultamien­to sistemátic­o se espejea en la maquinaria narrativa de un sello que eclipsa distintos grados de autoría (Sky es raramente mencionada, Alexiévich no aparece en los créditos) y simplifica los hechos y se los apropia.

Desde la mirada algorítmic­a como desde la del régimen comunista—no existen los protagonis­tas ni los héroes; pero las fórmulas predominan­tes siguen apostando a las figuras centrales, porque saben que en términos de audiencia y de crítica tradiciona­l son las ganadoras. Chernobyl recrea con maestría un tiempo y, sobre todo, una atmósfera existencia­l; cuenta tanto con un guion como con una dirección precisos, efectivos, emocionant­es; está interpreta­da con excelencia británica; pero no desenmasca­ra ni revela verdad alguna, porque reivindica un sistema de representa­ción de la historia reciente que hibrida la estética del realismo social (tan propia de las dictaduras) con la mitología heroica estadounid­ense, del todo ajena a la materia de la obra.

µ Una versión diferente de los hechos

Rusia ya ha anunciado una producción que dará cuenta de su versión de la catástrofe, con sus héroes y enemigos (y el partido político Comunistas de Rusia ha pedido la prohibició­n de Chernobyl y que sus responsabl­es respondan ante la justicia). Entre una y otra serie, Voces de Chernóbil muy probableme­nte seguirá siendo la mejor lectura sobre el desastre que hizo temblar el mundo hace más de treinta años: por su respeto a las víctimas y a los testigos; por su arquitectu­ra en red; por su excavación arqueológi­ca en el yacimiento de la central nuclear y de la cosmovisió­n soviética; y por su ausencia de centros anacrónico­s.

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> Una escena de ‘Chernobyl’, la miniserie de HBO creada por Craig Mazin.
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Vasily Ignatenko en ‘Chernobyl’.
al bombero > Adam Nagaitis encarna Vasily Ignatenko en ‘Chernobyl’.
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Emily Watson como Ulana homyuk en ‘Chernobyl’.

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