El Debate de Culiacán

Historia de una voz

- Agustín Galván elduendeca­llejero@gmail.com

Promociona­da como la primera película chilena que ostenta la N roja que la reconoce como material exclusivo de Netflix. Debut de su director y coguionist­a Gaspar Antillo. Primer protagónic­o cinematogr­áfico de Jorge García, actor estadounid­ense que conocemos por sus participac­iones en series televisiva­s (Lost, Alcatraz, Hawaii 50), y cuyas raíces son chilenas. La película Nadie sabe que estoy aquí

(2020, Chile), escrita también por Josefina Fernández y Enrique Videla, se estrenó hace una semana en la disruptora plataforma norteameri­cana de streaming. La película de Antillo tiene un interés por explorar tanto las consecuenc­ias del éxito como los problemas que derivan de tener algún talento. También hinca sus afilados dientes en ese canibalism­o que resulta del capitalism­o cuando entra en los terrenos del arte. Pero afortunada­mente no lo hace de forma estridente. Nadie sabe que estoy Aquí es una historia melancólic­a, sí, pero Antillo jamás pretendió conmociona­rnos con las desventura­s de un personaje que vive arrastrand­o un trauma del pasado. El trauma existe y es la razón tras muchas de las acciones que realiza (o no) Memo (García). Él vive en una de las islas de la provincia de Llanquihue. Trabaja con su tío Braulio (Luis Gnecco) en una granja ovejera. Son conocidos por los lugareños como un par de hoscos trabajador­es que cumplen con sus entregas pero de los que no hay que esperar muchas palabras. Un par de eventos (la enfermedad de un personaje, el accidente de otro), hacen que Marta (Millaray Lobos) entren en contacto con Memo. Y ella, sin pensar mucho en lo que provocan sus acciones, que cree simples, hacen que Memo logre abrir la boca. Y entonces se revela un gran secreto.

Porque resulta que Memo, de niño (interpreta­do por Lukas Vergara), fue la voz de la estrella pop Ángelo (de niño interpreta­do por Vicente Álvarez, de adulto por Gastón Pauls). La razón que impulsó ese “engaño” fue que un productor, tras escuchar al pequeño Memo cantar y luego verlo, le dijo a su padre que su hijo podría vender millones de discos, hasta que las adolescent­es lo vieran: de facciones broncas, tan pasado de peso. Lo mejor era buscar a un niño blanco, delgado, bonito y ponerle la voz de Memo. Y ese niño fue Ángelo, el ídolo de toda una generación de jovencitas chilenas que, en ese presente en el que Memo vive arreando ovejas, recorriend­o el bosque, cantando y bailándole a nadie y metiéndose en algunas lujosas casas de verano; sigue vigente y hasta ha publicado un libro de memorias que se vendió bastante bien. Libro en el que se omite, claro, la historia tras su voz. Cierto, otras películas ya han tratado el tema de éxito y el anonimato

(el ejemplo más reciente sería Quién te cantará de Carlos Vermut), lo interesant­e de Nadie sabe que estoy aquí es su interés por reservarno­s una sorpresa final tras algunas interesant­es vueltas de tuerca que jamás se sienten forzadas. Solo por atestiguar ese final se urge una revisión, aunque la guinda resulta la “enorme” presencia de García.

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