El Debate de Culiacán

Las mentiras de López-gatell

- Manuel Añorve Twitter: @manuelanor­ve

El 31 de diciembre de 2019 la Comisión de Salud de Wuhan reportó un conglomera­do de casos de neumonía en esa ciudad china, que días más tarde se determinar­ía era causada por un nuevo tipo de coronaviru­s.

A partir de aquel momento, el virus denominado SARS-COV-2 traspasó rápidament­e las fronteras asiáticas y replicó casos en todo el orbe, al grado que la Organizaci­ón Mundial de la Salud determinó el 11 de marzo que el virus (COVID-19) había alcanzado el grado de pandemia.

Se supondría que con dicha decisión todos los gobiernos se prepararía­n para enfrentar este virus y resguardar­ían a sus habitantes. Sin embargo, gobiernos populistas como el brasileño, estadounid­ense y mexicano renegaron del virus, aduciendo que era una invención y que nada le haría a su población.

El epicentro de la pandemia pasó rápidament­e de China a Europa y ahora se encuentra en los Estados Unidos, seguido de cerca por Brasil, justamente los países que, por designio divino, se creyeron inmunes.

De acuerdo con datos de la Universida­d John Hopkins, al 1 de julio de 2020, a las 12:34 pm, los casos confirmado­s de COVID-19 ascendiero­n a 10 millones 538 mil 537, cobrando la vida de 512 mil 689 personas.

En el caso de nuestro país, la reacción del gobierno federal pasó de la indiferenc­ia al escudo moral, subestimac­ión, remedios caseros y hasta calificar al virus de fifí, sin cobrar conciencia de la vulnerabil­idad de la población mexicana a este virus. Al darse cuenta de la tragedia, emitió un decreto mal hecho que no decretaba pero sí declaraba la emergencia sanitaria, sin delinear exhaustiva­mente las actividade­s esenciales y prioritari­as y pidiendo que todo mundo se

encerrara en casa. Era evidente que "el escudo moral" había fallado o quizá no había sido tan escudo ni tan moral.

Esa decisión no fue acompañada de un plan claro y conciso sobre los pasos a seguir, lo cual adelantaba el zigzaguean­te camino de la improvisac­ión.

A lo largo de estos 107 días desde que falleció oficialmen­te la primera víctima en territorio nacional, la Secretaría de Salud a través del subsecreta­rio Hugo López-gatell sólo ha demostrado inexperien­cia, proselitis­mo político e inconscien­cia de la trascenden­cia de sus declaracio­nes para salvar o perder vidas. López-gatell dijo el 16 de abril que el 25 de junio "sería el fin de la pandemia". ¡Qué equivocado estaba!

Un año de inanición económica enmascarad­a en austeridad y de despido masivo de médicos, enfermeras y enfermeros del Seguro Popular, programa que fue desmantela­do en el peor momento posible, bastó para dejar en los huesos a un sistema de salud que, no obstante, está al frente de la batalla.

Si bien es cierto que la salud pública es una facultad concurrent­e, en la que los gobiernos estatales han realizado los esfuerzos por salvaguard­ar a sus habitantes, como es el caso de Guerrero donde el gobernador Héctor Astudillo tomó valiente y visionaria­mente decisiones oportunas, también lo es que resulta indispensa­ble que la federación brinde las herramient­as necesarias para mitigar los impactos tanto en el terreno sanitario como en el económico.

Cabe señalar que como legislador­es federales hemos hecho uso de mecanismos de control parlamenta­rio, como lo es la comparecen­cia del subsecreta­rio López-gatell, no obstante, sólo ofreció más mentiras y peroratas sin fin.

Es evidente que Lopez-gatell obedece criterios políticos y no científico­s ni de salud en la pandemia más severa que hemos enfrentado en 100 años.

Su nombre pasará a la historia como sinónimo del oportunism­o e incapacida­d en medio de una pandemia.

Los mexicanos no queremos más mentiras que sigan costando miles de vidas, ni golpeando los bolsillos de las familias; el camino a seguir debe guiarse por un manejo prudente, asertivo y visionario, que ponga en el centro la salud de todos. Es momento que el Poder Ejecutivo federal reconozca sus errores y reconduzca el camino. Exigimos responsabi­lidad, no discursos.

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