El Debate de Culiacán

De política y cosas peores

Catón

- Armandocat­on@gmail.com afacaton@yahoo.com.mx

“Acúsome, padre, de que tengo relaciones de carnalidad con el cura de la parroquia vecina”. Eso le confesó Taisia, atractiva mujer, al padre Leovigildo, joven sacerdote. “Pecado gravísimo es el tuyo -sentenció el confesor-, culpa enorme de la cual no puedo absolverte. ¿Cómo es posible que hagas eso con el párroco vecino? ¡Ésta es tu parroquia, desdichada!”. Don Algón, el gerente de la compañía, le recriminó con acritud a Astatrasio Garrajarra, empleado: “Viene usted medio borracho”. El temulento se justificó: “Es que gano poco; si así no fuera vendría ebrio completo”. El Lic. Ántropo, abogado de don Hamponio, el narco de la esquina, lo visitó en su casa. “Le tengo dos noticias: una buena y una mala. ¿Cuál quiere primero?”. Don Hamponio puso la cara que ponía Edward G. Robinson en “Little Caesar” (1930) y respondió con determinac­ión: “La mala”. Le dijo el abogado: “Antes de que estrangula­ra usted a

Caramuela él alcanzó a darle un navajazo. En la escena del crimen el forense halló rastros de su sangre y la analizó. La policía lo tiene ya identifica­do, y en cuestión de horas lo detendrá. No hay escapatori­a posible. El fiscal pedirá para usted la pena de muerte, y segurament­e el jurado lo condenará. Está usted perdido”. Don Hampnio, que en el curso del relato había cambiado su expresión, de fiereza a miedo pánico, preguntó tembloroso: “Y la buena noticia ¿cuál es?”. El Lic. Ántropo le informó: “No tiene usted triglicéri­dos ni colesterol”. El lunes, primer día de la semana laboral, es propicio a los pensamient­os pesimistas. Hoy muy temprano vino a mi mente uno: el empecinado virus que nos ha agobiado no se irá. Seguirá estando aquí, entre nosotros, como amenaza permanente. Y lo mismo sucederá en el mundo entero. De seguro se hallará una vacuna para prevenir el mal, como sucedió con otras enfermedad­es que apenas hace unos años eran letales, como la poliomieli­tis, pero aun así el peligro estará latente. Se nos olvidará el susto inicial, y al paso de los meses volveremos a la rutina cotidiana, pero el coronaviru­s seguirá cobrando víctimas, aunque ya no se contabilic­en. Viviremos como si estuviéram­os jugando a la ruleta rusa. Así las cosas, quienes creen en Dios pónganse en sus manos desde ahora, y los que no creen en él fíense al destino, ese otro dios. Una joven esposa le contó a su amiga: “El sábado por la noche mi esposo y yo estábamos indecisos. No sabíamos si ir a cenar fuera o quedarnos en la casa a tomar unas copas de tinto y luego hacer el amor. Acordamos dejar eso a la suerte. Echaríamos una moneda al aire: si salía águila iríamos a cenar en restorán; si salía sello nos quedaríamo­s a hacer el amor. Salió sello, pero tuvimos que arrojar la moneda cinco veces”. Don Poseidón, granjero acomodado, concedió al joven Leovigildo la mano de Glafira, su hija. Al hacerle le pidió con acento suplicante al novio: “Le encargo mucho a Glafirita. Es sumamente delicada y frágil; una rosita de pitiminí, una figurita de Tanagra, un bibelot que se puede quebrar con el mero roce de una leve brisa”. “¡Uh, señor!” -respondió el galancete-. ¡No sabe usted lo que aguanta a la hora de la verdad!”. Don Chinguetas y doña Macalota fueron a pasar unos días de vacaciones. La primera noche ella se puso un vaporoso negligé y se presentó ante su marido en actitud provocativ­a y voluptuosa. “¡Ah no! -protestó él, que veía en la cama la televisión-. ¡Estoy de vacaciones!”. Era tiempo de elecciones, y la autoridad electoral escogió por sorteo a los ciudadanos que se encargaría­n de las casillas. Una señora le comentó a su amiga: “A mi esposo lo insacularo­n”. ¡”Qué barbaridad! -se consternó la amiga-, ¿Y ya puso la denuncia?”. FIN.

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