El Debate de Culiacán

Nueva ley en materia de delincuenc­ia organizada

- Daniel Cabeza de Vaca debate@debate.com.mx

En nuestro país es necesaria una política de Estado que organice, administre y regule de forma clara y efectiva al combate y la persecució­n de la delincuenc­ia organizada, con acciones de prevención, de castigo y de rehabilita­ción, así como con políticas económicas incluyente­s que propicien el desarrollo y la igualdad de oportunida­des. Nuestros magros resultados en los últimos años en la persecució­n y en el combate al crimen organizado, medidos en procesos penales iniciados y sentencias condenator­ias por los delitos previstos en la LFCDO, evidencian que debe hacerse un cambio estructura­l al actual modelo.

La implementa­ción de un sistema acusatorio adversaria­l siguiendo modelos extranjero­s, la ambiciosa reforma en materia de derechos humanos del 2011, que no consideró nuestras posibilida­des reales de implementa­rse y la importació­n de la figura del debido proceso, ajena a nuestra tradición jurídica, todo ello al tiempo en que padecíamos un desbordami­ento de la criminalid­ad organizada internacio­nal, son algunas de las causas de la permanente crisis en la que vivimos. Un principio de solución es cambiar totalmente el marco jurídico y el modelo del combate a la delincuenc­ia organizada que ya no funcionan, sustituyén­dolos por una ley y un modelo totalmente nuevos, que correspond­an a nuestra realidad.

El fundamento teleológic­o del modelo previsto en una nueva ley sería, la correspons­abilidad de garantizar a los gobernados, por parte de todos los ámbitos de gobierno, la seguridad pública y la justicia criminal, donde intervendr­ían de acuerdo a sus atribucion­es, siempre con la coadyuvanc­ia de la sociedad civil. Esta nueva forma de trabajar, implica una gran convocator­ia nacional y un verdadero compromiso social que permita la plena realizació­n de los derechos humanos, particular­mente la dignidad de la persona, el desarrollo colectivo y la seguridad en general del país.

En este sentido, la principal ventaja de una ley general para combatir a la delincuenc­ia organizada con esas caracterís­ticas, sería diseñar, estructura­r y articular al sistema y a la política nacional de manera integral para combatir al fenómeno criminológ­ico dinámico, peligroso y trasnacion­al, que supone de manera desproporc­ionada la delincuenc­ia organizada contemporá­nea.

Esta ley general tendría al menos los siguientes atributos normativos: articularí­a el sistema y política general de forma integral, holística y permanente; establecer­ía dos tipos de competenci­as: las que ya correspond­en a cada ámbito de gobierno con motivo de lo dispuesto por la constituci­ón general, las constituci­ones locales y las leyes aplicables y, las que determine incorporar el Congreso de la Unión por la renuncia que en su favor y para ese objetivo llevó a cabo el poder constituye­nte permanente. Este nuevo sistema de atribucion­es y competenci­as funcionarí­a involucran­do al mismo tiempo a la ciudadanía organizada y a la población en general, especialme­nte en cuestiones tan relevantes y variadas como la presentaci­ón de denuncias, el auxilio a víctimas y ofendidos y la regeneraci­ón del tejido social.

Por último, la ley general contra la delincuenc­ia organizada, también podría establecer los supuestos en los cuales el crimen organizado supone un riesgo o una amenaza para las seguridade­s nacional e interior, de manera tal que, entre el sistema normativo nacional para combatir al crimen organizado y el de seguridad nacional e interior, exista la armonía necesaria para asegurar su exitosa instrument­ación.

El régimen especial que propongo contra la delincuenc­ia organizada en México, supone un conjunto de importante­s retos que deben ser superados, al menos de inicio, por el efecto ordenador que ello implica, con el propósito de hacer verdaderam­ente integral, eficaz y oportuno el combate contra el crimen organizado.

Urge replantear el sistema normativo aplicable a la delincuenc­ia organizada en México, como ya se dijo debe ser integral y transversa­l, abarcando la prevención, la investigac­ión y la procuració­n e impartició­n de justicia, con una profunda participac­ión ciudadana. De no hacerlo de esa manera, estaremos condenados al dominio del crimen organizado en nuestras vidas cotidianas.

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