Leernos en los libros que leemos
El martes pasado celebramos el libro, probablemente el invento más importante de la humanidad. Depósitos de la memoria colectiva, plataformas hacia la imaginación, los libros son objetos como ningún otro: decenas de páginas encuadernadas, llenas de impresiones en tinta sobre las cuales nuestros ojos se pasean para descifrar mensajes, complejísimas secuencias de palabras que transmiten ideas, proyectan imágenes y construyen mundos en la mente de quien las lee. ¿Cuándo comenzamos esta aventura? ¿Qué significan para nuestra especie? ¿Qué horizontes hay más allá de las últimas páginas?
Los primeros libros probablemente fueron las marcas en el camino, las formas de los árboles y las líneas en nuestras manos, las nubes y las estrellas en la cuales intuimos mensajes para sobrevivir. Somos criaturas de significado, capaces de leer cualquier cosa. El libro solo representa la abstracción extrema, un producto humano, perfeccionado y representativo de dicha actividad: un homenaje a la manera en que nuestra especie construye sentido y metaboliza la experiencia de estar vivos con el fin de compartirlo con otros.
Los caminos que ha recorrido dicho invento son en sí fascinantes. De pintar paredes pasamos a labrar piedras; hundir la cuña en tablillas de arcilla; esparcir tinta sobre papiros, pieles y papeles; tallar en metales y madera tipos móviles para la imprenta; sustituirlos con planchas de colores, inyecciones de tinta y tóner; diseñar páginas web y aplicaciones interactivas y llevarlos al audio digital. Los libros nos han acompañado desde hace miles de años, mudando de soporte según los avances tecnológicos y desempeñando una función vital en nuestra evolución.
La competencia que tienen hoy en día presenta un reto difícil. ¿Qué pueden ofrecer las humildes páginas de un libro en un mundo lleno de imágenes, canciones, videos, podcasts, películas, memes e inteligencia artificial? Solo hay una manera de saberlo y conocerla se vuelve cada vez más difícil. Es raro quien trae un libro en la mano y puede leerlo sin distracciones. En los cuarenta minutos que nos toma leer un capítulo, ¿cuántas imágenes y videos nos mantendrían enganchados en Instagram y Tiktok sin esfuerzo alguno? Lamentablemente, cuando compramos libros, no compramos el tiempo para leerlos. ¡Hay millones de ellos! Cada uno con un potencial efecto transformador sobre quienes somos. Aunque quisiéramos, no podemos leerlos todos. A veces fantaseo con entrar a la cámara del tiempo de Dragon Ball con cientos de libros… Imaginen si en un par de décadas la tecnología avanza a tal punto de poder descargar y procesar libros a nuestra memoria en segundos, como si fueran archivos que pasamos de USB a nuestra computadora. ¿Qué clase de mundo sería?
Llevo diez años en el arte de hacer libros y cada vez me intriga más su naturaleza. ¿Exactamente qué es o puede ser un libro? Las posibilidades no caben en el universo, pero sí en las páginas de algún ensayo o una novela. Prácticamente todo puede resumirse, terminar o comenzar en un libro. Son criaturas que se reconfiguran y nutren entre sí, actualizando el interminable libro que es la historia del pensamiento humano. Celebrarlos, de alguna manera, es ayudarnos a no perder el rumbo como especie.