El Debate de Guamuchil

El primer reto de política exterior de AMLO

- Andrew Selee Twitter: @seleeandre­w

Tuve el honor de asistir a la toma de protesta del presidente Andrés Manuel López Obrador hace unos días, entre los invitados extranjero­s, y no puedo negar que fue un día emocionant­e y esperanzad­or. Si bien algunos pueden discrepar de algunos de sus puntos de vista y propuestas políticas, el nuevo presidente merece mucho respeto por su sencillez frente al pueblo mexicano, su austeridad personal y su ética de trabajo, los cuales auguran bien para el futuro del país. Desde luego, estas cualidades no son un sustituto para las políticas sensatas, pero son una base importante para construir políticas que benefician a México hacia el futuro.

Quedó evidente de sus dos discursos el sábado —uno en San Lázaro y el otro en el Zócalo— que sus prioridade­s giran alrededor del desarrollo nacional, la seguridad y la lucha contra la corrupción, con poco interés en los temas de política exterior. Sin embargo, en sus primeras semanas como presidente, él no podrá evitar la presencia del país vecino del norte en la vida de México y tendrá que tomar algunas decisiones respecto a esa relación clave para México.

Según fuentes periodísti­cas, el equipo de transición se acercó a un acuerdo con el gobierno de Donald Trump para que México albergara a los centroamer­icanos que desean pedir asilo en los Estados Unidos, así evitando que cruzaran la frontera al país vecino. Esto es el deseo más grande de Trump, que México se haga cargo de los migrantes y refugiados centroamer­icanos lo más posible, sin que puedan pisar territorio estadounid­ense.

Pero es una propuesta errada y peligrosa. México sí tiene responsabi­lidades por ir definiendo sus propias políticas migratoria­s, que tendrán que incluir elementos de control fronterizo, facilitaci­ón de tránsito y trabajo en México y asilo para los que huyen de la violencia, pero no debería decidir su política migratoria en función de los Estados Unidos solamente. Un acuerdo de este tipo habría ayudado a Trump a evitar la entrada de centroamer­icanos a los Estados Unidos, pero también lo habría eximido de su responsabi­lidad de reformar el sistema de asilo en los Estados Unidos, que está sobrecarga­do y necesita medidas urgentes para volver a funcionar bien, como ha propuesto mi colega Doris Meissner.

Cada vez más, México y los Estados Unidos tienen debates paralelos, más no iguales, sobre temas migratorio­s. Hay un deseo de tratar justamente y con respeto a los migrantes extranjero­s, porque ambos países tienen tradicione­s migratoria­s (México de emigración al extranjero, Estados Unidos de inmigració­n desde el extranjero) y también hay necesidade­s para mano de obra en algunos sectores del mercado laboral. Al mismo tiempo, los ciudadanos en los dos países quieren que los migrantes lleguen por la vía legal y tienen temor del arribo de grandes números de extranjero­s sin control alguno, como ha pasado con las caravanas hacia ambos países.

Ambas naciones deberían poder construir puentes de colaboraci­ón en el tema migratorio justamente por esta razón,

Corte ordenó aplazar las decisiones. Los ministros también verán reducidos o protegidos sus emolumento­s y cualquier decisión que tomen será controvers­ial, pero debe ser definitiva en cualquier sentido que se emita. Mientras tanto en el Congreso rondan iniciativa­s sobre el asunto. Senadores del PT presentaro­n una iniciativa de reforma constituci­onal para “sacudir” el sistema de justicia. Pretenden reformar el Consejo de la Judicatura

Federal a fin de que tenga facultades fiscalizad­oras “incluso sobre los ministros de la Corte”. Proponen desaparece­r la doble presidenci­a de la Corte y del Consejo de la Judicatura Federal. El planteamie­nto no es original. En la primera etapa del Consejo de la Judicatura (1995-2000) tres consejeros habíamos llamado la atención sobre esta inconsiste­ncia constituci­onal. La respuesta fue un desplante autoritari­o del presidente de la Suprema Corte. Se impulsó una reforma constituci­onal (1999), para convertir al Consejo, un órgano constituci­onal administra­tivo, en un apéndice de la Suprema Corte. Jorge Carpizo, quien con el maestro Héctor Fix-Zamudio habían sido promotores de un Consejo independie­nte, escribió que hubiera sido mejor desaparece­rlo.

Ahora, surge nuevamente la idea de recuperar al Consejo y limitar a la Corte. Gabriela Knault, relatora de la ONU sobre la independen­cia judicial, expresó la preocupaci­ón internacio­nal sobre la doble presidenci­a en México. Una opinión de mayor peso nacional que la iniciativa no recogió es la del ministro José Ramón Cossío. En una entrevista con EL UNIVERSAL señaló que es una asignatura pendiente.

No sabemos quién ganará en lo que se acerca como una confrontac­ión entre poderes. Bienvenida la discusión si genera confianza de prevalecer el criterio judicial, cualquiera que este sea. No obstante, Maquiavelo señalaba que si bien en toda república hay dos partidos, el de los nobles y el del pueblo, las leyes que se hacen nacen del desacuerdo entre estos dos. “El peor ejemplo de una república es hacer una ley y no cumplirla, sobre todo si la inobservan­cia es por parte de quien la ha hecho”. Complicado dilema: ¿Será por ello que el presidente no saludó a la Corte? Si lo que hace falta es justicia, habrá que respetar las decisiones judiciales. Sin jueces independie­ntes no habrá justicia posible, ni siquiera en la 4T, pero ¿qué hacer con Maquiavelo y sus sentencias? pues están en realidad cada uno tratando de resolver los mismos temas. Esta fue la conclusión de un diálogo que tuvimos algunos colegas mexicanos y estadounid­enses en El Colegio de México la semana pasada. Sin embargo, temo mucho que el momento político no permitirá el nivel de colaboraci­ón que se debería poder llegar a tener, porque la administra­ción Trump va a siempre pedir más de lo que es posible en la práctica. En vez de la colaboraci­ón, va a exigir que México resuelva sus problemas.

Pero eso no le quita a México la necesidad de tener su propia agenda migratoria y de construir un esquema institucio­nal en este tema de acorde a los valores y necesidade­s nacionales. Eso inicia con la construcci­ón de un Instituto Nacional de Migración (INM) y una Comisión de Ayuda a los Refugiados (Comar) —los dos brazos principale­s del gobierno mexicano en temas migratorio­s— robustos y bien financiado­s. Habrá que invertir en una modernizac­ión dramática y rápida de estas dos institucio­nes, para que tengan la capacidad de construir una política de asilo y de visas, así como controles fronterizo­s modernos con apego a derechos humanos.

López Obrador ha dicho que quiere un sistema migratorio moderno, que responda al interés nacional de México y que trate con respeto a los extranjero­s. Ahora es el momento para hacerlo. Y si México no define qué quiere de la migración y cómo la va a manejar, el gobierno de Estados Unidos seguirá poniendo presión para hacerlo de otra forma, más de acorde a los deseos de Trump y no de los mexicanos. No hay duda cuál de las dos opciones deberían de quererla gran mayoría de mexicanos. Y para los estadounid­enses, más allá del presidente en turno, también es preferible un México con un proyecto migratorio propio con el que se pueda colaborar en el futuro.

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