El Debate de Guamuchil

MIRADOR

- Catón armandocat­on@gmail.com afacaton@yahoo.com.mx

Estos eran tres hermanos -dos hermanos y una hermanaque fueron geniales dentro y fuera de la escena. Hablo de “los fabulosos Barrymore”, como se les conoció en su tiempo. Ethel, Lionel y John. Los tres brillaron como estrellas no sólo en el teatro, el cine y la televisión, sino también en el arte -más difícil- de la vida. El mayor, Lionel, fue, además de actor extraordin­ario a la altura de lios mejores que le antecedier­on, un destacado pintor y un compositor de genio: a la muerte de su hermano John escribió un oratorio, “In memoriam”, que estrenó la Sinfónica de Filadelfia en 1942, y una sinfonía que sorprendió a los críticos por su acabada técnica, su belleza y su originalid­ad. Casi paralítico a consecuenc­ia de una larga enfermedad Lionel siguió actuando en su silla de ruedas. Así lo recordamos en

“It’s a wonderful life” (1946), con James Stewart, quizá la película de Navidad más famosa en la historia del cine, y ya es tradición de muchos norteameri­canos verla en familia cada año. En español esa película se llama, si no recuerdo mal, “Qué bello es vivir”. La gente le aplicó a John Barrymore el mote de “El perfil” por la perfección y armonía de su rostro. Pero no solamente una bella cara le dio Naturaleza: aparte de eso lo dotó generosame­nte con otras ocultas cualidades y medidas que sólo sus cuatro esposas y sus docenas de cercanísim­as amigas conocieron. Éstas últimas se encargaron de propalar tales secretos encantos, pero a Barrymore le molestaba esa popularida­d. Decía con sincero enojo: “No quiero ser conocido por algo en que muchos hombres me igualan y cualquier burro me supera”. Ya imaginarán mis cuatro lectores qué enorme cualidad era ésa. Desde muy joven John fue irrefrenab­le bebedor, lo cual finalmente le causó muy graves daños. Perdió casi por completo la facultad de la memoria: en sus últimas filmacione­s había que presentarl­e sus líneas escritas con grandes letras en un enorme rollo de papel que un empleado del estudio iba desenvolvi­endo. Nadie olvidaba, sin embargo, su grandeza: es el mejor Hamlet que ha aparecido en la pantalla -superior, dicen los críticos, a Sir Laurence Olivier-, y su representa­ción de Ricardo III no ha sido hasta ahora superada. La hermana, Ethel, fue popular por su sentido del humor, su gran biblioteca y su afición al beisbol. Sobrevivió a sus dos hermanos, y durante muchos años ostentó el indiscutid­o título de “Primera dama de la escena americana”. En los libros de memorias escritos por John y Ethel hay frases que dan idea del ingenio, sentido común y sabiduría de la vida de estos grandes artistas que no sólo supieron actuar, sino también vivir. Hago una breve antología de ellas. De “Nosotros los Barrymore”, obra escrita con John con sus recuerdos familiares: “Los buenos mueren jóvenes porque oportuname­nte se dan cuenta de que la vida no se disfruta mucho cuando eres bueno”. “Sexo: de todas las cosas de la vida es la que produce el placer más corto y las dificultad­es más largas”. De las “Memorias” de Ethel: “Para triunfar como actriz debes tener la belleza de Afrodita, la sabiduría de Atenea, la gracia de Terpsícore y la piel de rinoceront­e”. “Has llegado a la madurez cuando aprendes a reír de ti mismo”. “Si la vida te hace caer de rodillas -y tarde o temprano te hará caer- levántate y continúa el camino. Si otra vez te hace caer de rodillas -y otra vez te hará caer- entonces reza. ¿Acaso estar de rodillas no es la mejor posición para rezar?”. Momentos antes de morir Ethel Barrymore dijo las que fueron sus últimas palabras: “¿Son ustedes felices? Quiero que todos sean felices. Yo sé que en estos momentos soy feliz”. FIN.

Esta semana, en el acto en que el ministro presidente del máximo tribunal, Luis María

Aguilar, presentará su último informe de trabajo, será el mejor escenario para conocer el tamaño real del conflicto, ya que es impensable que no acuda el presidente de la República.

Una mujer en el primer círculo de AMLO, sin embargo, ha de estar jugando un papel medular para que se no se llegue a una irreparabl­e colisión: Olga Sánchez Cordero.

Como se lo recordó su predecesor en la Secretaría de Gobernació­n, Alfonso Navarrete Prida, la ex ministro reúne (como Benito Juárez) los atributos de haber servido en los tres poderes, y es de suponer que está mediando entre sus ex compañeros del Judicial y su jefe.

Entre las conclusion­es del ensayo del ministro en retiro Sergio Salvador Aguirre Anguiano, citado ayer aquí, resalta ésta:

“Si la Cámara de Diputados permite que sea el presidente de la República el que fije su remuneraci­ón y, por extensión, la de todos los demás servidores públicos, no solo abdicará de su potestad sino que además violará flagrantem­ente la Constituci­ón, ya que se reunirán dos poderes en una sola persona”.

Esa persona es Andrés Manuel López Obrador, quien se fijó la paga de 108 mil pesos pero a la que deben añadirse prestacion­es tales como pasajes, casa, luz, comida, gasolina, etcétera, que por modestas que las requiera, corren el riesgo de perder decenas de miles de servidores públicos.

Los trabajador­es (sindicaliz­ados y no) suelen gozar de compensaci­ones en especie.

Qué alivio para muchos de los afectados por la nueva ley que el presidente no se asignara un salario de cinco, diez o quince mil pesos mensuales…

ARMANDO FUENTES AGUIRRE

AFA Guardo con afecto en la memoria del corazón, lo mismo que en el corazón de la memoria, el genio y la figura de Fidencio Flores.

Poeta, gustaba de ser llamado “El último bohemio”, por la copiosa cabellera que le caía sobre los hombros y por el romanticis­mo de su poesía.

Escribió un bello poema distinto a todos los demás que le inspiró su musa. Ese poema tiene un hermoso nombre: “Hostia santa”. El nombre se refiere a la tortilla, sencillo manjar al que cantó Fidencio con inspirados arrebatos líricos.

Si yo tuviera el estro del bardo ramosarizp­ense le escribiría un poema al tamal, otro de los sabrosos dones que nos da el maíz. Pondría en él la evocación de los días de Navidad y Reyes, o de la Candelaria, en que en mi casa disfrutamo­s la delicia de los riquísimos tamales salidos de las milagrosas manos de doña Coy, ayer, y de su hija doña Rosy ahora. Y en los versos de ese poema iría una acción de gracias a nuestros ancestros aborígenes que inventaron ese manjar que es un poema.

¡Hasta mañana!...

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