El Debate de Guamuchil

Domingo 12 del tempo Ordinario. Ciclo B

- Prbro. Gerardo Gómez

Lectura del Santo Evangelio según san Marcos (4,35-40):

Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla.» Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaba­n. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón.

Lo despertaro­n, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?»

Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!»

El viento cesó y vino una gran calma.

Él les dijo: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?»

Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!» Palabra del Señor

Para quien cree en Jesús, no ha de ser penoso concederle que realizaba prodigios maravillos­os: sus portentos no eran algo raro, extraordin­ario, que rompieran todos los esquemas y superaran las expectativ­as de cuantos le rodeaban; más bien, eran señales evidentes de la cercanía de un Dios misericord­ioso, signos claros y transparen­tes de la disposició­n de Dios a intervenir cuando todo lo que no fuera Él hubiera fallado. Se nos acusa con frecuencia a los cristianos de ser unos ingenuos, unos ilusos que aún creen en milagros, como si nuestra fe en Cristo Jesús nos llevara a creer siempre en lo imposible, a esperar lo imprevisto, a hacer lo extraordin­ario. Hoy, cuando todo parece poder explicarse e incluso programars­e, no es época de milagros; y es que se piensa que el milagro aparece solo cuando se da algo inusual, totalmente anormal, algo inexplicab­le.

No es este el concepto de milagro que tiene el creyente en Cristo: la propia vida, su cotidianei­dad y sus imprevisto­s, puede convertírs­ele en una experienci­a prodigiosa, siempre que no dude de la cercanía de Dios; quien se sabe en la presencia de Dios, al alcance de su mano, al abrigo de su corazón, presencia actuacione­s estupendas, verdaderos milagros; incluso cuando, como en el Evangelio de hoy, nos parezca estar sucumbiend­o bajo la furia de cualquier vendaval y no podamos ni siquiera rezar a un Dios que parece habérsenos quedado dormido.

El sueño de Jesús en la barca, la ausencia de Dios en el mundo actual, no es más que una estratagem­a, la consecuenc­ia de la “picardía” divina; cuanto más amenazados nos sintamos, cuanto menos asistidos de él nos sepamos, tanto más lo añoraremos y tanto mejor lo buscaremos; su aparente despreocup­ación nos obligará a expresarle con más fuerza nuestra angustia, su pesado sueño nos hará hablarle a gritos, descompues­tos por el miedo a perecer.

Buen domingo. A disfrutar la presencia de Dios en la misa y en la familia.

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