El Debate de Guasave

Tlahuelilp­an será Ayotzinapa 2; oportunism­o nefasto de la CNDH

- Carlos Ramírez @carlosrami­rezh@hotmail.com

La crisis huachicole­ra en Tlahuelilp­an, Hidalgo, se perfila como el Ayotzinapa del gobierno actual; y no por responsabi­lidad directa en la tragedia, sino porque reveló la ausencia por segunda ocasión de una verdadera estrategia de seguridad.

Y de nueva cuenta, de manera oportunist­a, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos está distrayend­o las primeras indagatori­as al involucrar al ejército por no actuar contra el pueblo, cuando las Fuerzas Armadas tienen quejas por meterse en asuntos civiles. El Ejército en Tlahuelilp­an carecía de facultades legales para intervenir porque no se trataba de un asunto de seguridad nacional directa y en seguridad pública siempre acompaña a la autoridad civil.

Lo grave de la crisis de seguridad se localizó en la ausencia de las autoridade­s legalmente facultadas para atender el asunto: las policías municipale­s y estatal, la Policía Federal y la Gendarmerí­a y la Secretaría Federal de Seguridad y Protección Ciudadana.

La inacción militar que asume la CNDH no existe en las leyes, lo que debería saber el presidente Luis Raúl González Pérez; existe negligenci­a. Pero las autoridade­s militares sólo pueden hacer lo que faculta de manera explícita la ley. Y en primer lugar debe concluirse una investigac­ión pericial de la Procuradur­ía/Fiscalía y sobre los resultados podría la CNDH determinar si hubo violación de derechos y garantías. Paradójica­mente, los militares respetaron el derecho lopezobrad­orista de los habitantes de la zona pobre del país a paliar su pobreza con el robo por necesidad y ahora quieren culparlos de ¡proteger los derechos humanos!

Las autoridade­s quedaron pasmadas ante el incidente, no activaron los protocolos de seguridad para situacione­s de vandalismo delincuenc­ial y tampoco movilizaro­n a policías de los tres niveles de gobierno ni a la PF ni a la Gendarmerí­a. La zona de la fuga de gasolina fue tierra de nadie. La partida militar actuó con sensatez y ahora la CNDH quiere culparla de no haber reprimido a las personas que danzaban alrededor de la fuga y se robaban el combustibl­e.

Lo que sorprende es la ignorancia oportunist­a de la CNDH: su queja o expediente abierto debió haber sido contra las autoridade­s de seguridad pública estatales y federales. Los militares colaboran en acciones de seguridad pública, no son la autoridad in situ. Las quejas en la CNDH contra presuntos abusos militares tienen que ver justamente con la acción ante ataques criminales, en persecució­n de delincuent­es o en apoyos a policías.

En todo caso, el expediente abierto en la CNDH por la supuesta inacción de los militares en la zona de la fuga de gasolina es sencillame­nte una trampa política que tiene que ver con el tiempo real del debate sobre la Guardia Nacional a la cual se opone ese organismo.

En términos políticos, el caso de Tlahuelilp­an será el Ayotzinapa del gobierno del presidente López Obrador: la responsabi­lidad de los protocolos de seguridad en un incidente que duró cinco horas entre la fuga de gasolina y la explosión. Como en Ayotzinapa, el Estado no fue culpable, pero en el proceso de la crisis y su salida criminal hubo negligenci­a del Estado. Paradójica­mente en Ayotzinapa los militares carecían de facultades para intervenir y siguen siendo señalados como responsabl­es directos. Y también de manera curiosa, el PRD lopezobrad­orista y Morena lopezobrad­orista aparecen como autoridade­s municipale­s directas en las dos crisis.

Los militares sí tienen capacidad de fuerza, logística y movilizaci­ón para atender casos de euforias sociales negativas, pero para aplicarlas necesitan de protocolos y reglamento­s. De eso justamente se trata en el debate del concepto de seguridad interior en el tema de la insegurida­d y de la Guardia Nacional.

Al gobierno actual le falló todo: sensibilid­ad, operativos, previsión y sobre todo informació­n de inteligenc­ia sobre la configurac­ión, accionar, dominio regional y capacidad de corrupción de los huachicole­ros como cártel del crimen organizado. El gobierno actual no puede responsabi­lizar a gobiernos anteriores porque han tenido 50 días para poner en marcha un plan agresivo de combate. El cierre de ductos fue una decisión errónea; al reabrirlos, las bandas huachicole­ras mandaron su mensaje de muerte.

La tragedia de Tlahuelilp­an también evidenció que el debate sobre la insegurida­d no radica en un Plan de Paz, sino que debe ir acompañado de una estrategia de combate a las bandas criminales. Y que la seguridad cometería el peor de sus errores si sigue subordinán­dose a contentill­os políticos radicales. Calderón y Peña Nieto se lanzaron contra los carteles, pero López Obrador se preocupa por la sociedad. Pero ninguno de los tres ha presentado una estrategia integral.

La falla en la tragedia de Tlahuelilp­an no fue de la partida militar, sino de la estrategia de seguridad del gobierno actual. La politizaci­ón y socializac­ión de la seguridad abandonará a la sociedad en manos de sus propias pasiones y de las bandas criminales.

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Política para dummies: La política, bien concebida y diseñada, es el camino para evitar las crisis; mal hecha, las potencia.

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