Más salvajes, menos humanos, salvajes no inhumanos
Alos siete años no tenía otro sueño más que vivir en la selva, en la sabana africana, rodeado de animales salvajes; pensaba que sería mucho mejor pasar el día acompañado de animales que de humanos.
Lo más cercano a mi sueño lo vivía todas las noches frente al televisor viendo Daktari, un doctor que se dedicaba a salvar y a cuidar animales en África. No había caricatura ni juguete ni Navidad o festejo que me produjera una sensación similar a la emoción que me daba el simple hecho de ver y conocer a animales silvestres, aunque fuese detrás de una pantalla en blanco y negro. La relación de Daktari con Clarence, un león bizco que nunca pudo adaptarse a la vida silvestre en manada por su incapacidad visual que le impedía cazar para alimentarse y entrar en combates, marcó mi destino.
Y es que por primera vez entendí que aun el mismísimo rey de la selva puede necesitar de los cuidados humanos para sobrevivir, siempre y cuando esa ayuda no concluya en explotación ni en invasión o destrucción de su hábitat. El Dr. Daktari se convirtió en la familia de Clarence sin perturbar su entorno y siempre respetando su desarrollo como especie salvaje.
Pasaron los años y mis sueños se acercaron a la realidad: vivir entre animales y tener la oportunidad de ayudarlos. Lo que nunca imaginé de niño, ni en mis peores pesadillas, es que en tan solo 50 años los humanos pudiéramos acabar con tantas especies.
De acuerdo con el Instituto de Ecología de la UNAM, en los últimos 30 años hemos perdido el 40 por ciento de la fauna que había en el país. Y según World Wildlife Fund (WWF), entre 1970 y 2014 las poblaciones de vertebrados disminuyeron 60 por ciento.
En ese entonces no me fue necesario tener acceso a estos terribles datos, supe que algo muy grave estaba sucediendo cuando dejé de ver las parvadas de aves migratorias cruzar los cielos de Culiacán y a las manadas de venados a la orilla de la carretera. ¿Qué sucedió en el planeta mientras yo luchaba por hacer realidad mi sueño?
Desde 1950 incrementó exponencialmente el impacto negativo de la humanidad en la naturaleza por un modelo de crecimiento económico que comenzó a hacer un manejo de los recursos naturales como si estos fueran infinitos, afectando severamente la atmósfera, las capas de hielo, los mares, los bosques, las selvas, a toda la tierra y su biodiversidad.
En tan solo 50 años desapareció el 20 por ciento de la Amazonia; en nuestro país perdimos el 70 por ciento de la Selva Lacandona por cambios de usos de suelo y actividades agrícolas. Y el planeta entero perdió casi la mitad de sus corales someros. La sobreexplotación de nuestros recursos es tal, que en 1950 se extraían de nuestras aguas 28 millones de toneladas de pescado e invertebrados; actualmente se extraen más de 110 millones de toneladas y hemos perdido ya el 35 por ciento de nuestras selvas y bosques.
Todo esto no es responsabilidad de una generación, de un gobierno o de algunas empresas, es responsabilidad todos, de nuestra forma de consumir recursos y de nuestra pésima relación con la naturaleza.
Pero lo que sí está en la manos del gobierno en turno es dejar de destruir hábitats, ecosistemas completos, y destinar más recursos humanos y materiales para hacer un aprovechamiento sostenible de nuestra biodiversidad. Convertir en su prioridad el cuidado del medio ambiente y la protección a la vida.
Podrán lanzarnos todas las críticas, crear ejércitos enteros de mal llamados “ambientalistas”, pero yo como, miles de personas alrededor del mundo no tenemos que vivir en la sabana africana para ayudar a la fauna silvestre.
Yo he hecho realidad mis sueños en medio de un zoológico. Aquí donde sí conservamos especies, donde hacemos investigación, donde educamos y sensibilizamos a millones de niños y adultos sobre la protección de especies y sus hábitats; aquí donde nos hemos convertido en hogar de miles de ejemplares decomisados del tráfico o posesión ilegal ante la desaparición del gobierno de los Centros de Investigación y Conservación de Vida Silvestre (CIVS).
Clarence necesitaba de Daktari porque era bizco y no podía desarrollarse en su hábitat, pero desde que él apareció en mi vida hasta hoy, los humanos hemos destruido 100 millones de hectáreas de bosques tropicales en el mundo y 50 por ciento de los ecosistemas en México, es por ello que ahora cientos de miles de animales salvajes como él, paradójicamente, necesitan de humanidad para seguir sobreviviendo, pues su hábitat simplemente ya no existe. De nosotros depende su vida y de la suya la nuestra.