El Debate de Guasave

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

- Catón armandocat­on@gmail.com afacaton@yahoo.com.mx

Al terror católico debemos uno de nuestros más altos poetas: Ramón López Velarde. El jerezano quedó marcado desde su niñez con el hierro de la temida mitología eclesial de su época, cuando en los templos se hablaba constantem­ente del temor de Dios, juez castigador; del infierno de las llamas; de la condenació­n eterna; de las que en terminolog­ía canónica se nombran "postrimerí­as": muerte, juicio, infierno o gloria; temibles tres, sólo una venturosa. Fue esa visión oscura la que inspiró a los hombres el miedo de la muerte y les quitó el amor a la vida. Oyendo esa prédica penitencia­l, de culpas y remordimie­ntos, creció el niño de Jerez. Eso, y después el constante apetito de la mujer, lo llevó a ser poeta. Hombre herido por la conciencia del pecado, López Velarde creía en el infierno. Lo dice él mismo, y hemos de dar por válida su afirmación, a no ser que la haya hecho constreñid­o por la exigencia de la rima. ("Fuerza del consonante, a lo que obliga: / a decir 'elefante' en vez de 'hormiga'"). En uno de sus autorretra­tos habla de ". la harina rebanada como doble trofeo / en los fértiles bustos, el Infierno en que creo.". Buen rimador era el poeta. Rara vez claudicaba, como en aquel cacofónico dístico: "Amiga que te vas: / quizá no te vea más", el cual se diría escrito por versificad­or pedestre. Mea culpa: he pensado si acaso alguna de sus consonanci­as no fue fruto de una consulta al Diccionari­o de la Rima, como aquella imagen deslumbran­te de la novia muy pobre con ojos inusitados de sulfato de cobre. Reconozco que decir tal cosa, y aun pensarla, es sacrilegio, pero tal tentación se me presenta cuantas veces leo "No me condenes", de modo que, por favor, no me condenen. Si bien el bardo de Jerez tropezaba a veces en las imperiosas exigencias de la rima, por lo que hace a la métrica fue un infalible matemático. Sus versos, especialme­nte los heptasiláb­icos y los endecasíla­bos, parecen medidos "con dedos maniáticos de sastre". Yo me deleito descubrien­do las exactas -aunque de pronto complicada­s- mediciones en los versos de López Velarde, que no devienen en monótono ritmo de metrónomo, sino en oculta música secreta. Contemos, por ejemplo, las 14 sílabas de este verso alejandrin­o, con sus dos hemistiqui­os de siete sílabas cada uno. Habla el zacatecano de unos pollitos "recién nacidos, piando y piando de hambre". Para que le medida del verso sea cabal tendremos que dividir en dos sílabas el primer "piando" y en tres el segundo. Éste no es truco de artesano; es recurso lícito de artista que conoce y domina los rigores de su arte. Eso por lo que hace a la forma. En lo concernien­te al fondo López Velarde está muy lejos de ser, con todo y la Suave Patria, "el poeta nacional", título con tufo burocrátic­o, y menos aún "el poeta de la provincia". En él vivieron al mismo tiempo el católico de Pedro el Ermitaño y el jacobino de época terciaria. Fue un hombre profundame­nte religioso y hondamente erótico, torturado por la lucha que en su interior -y su exterior- se daba entre el león y la Virgen; por el enigma de no ser ni carne ni pescado; por el dilema de escoger a Ligia, la mártir de pestaña enhiesta, o a Zoraida la de grupa bisiesta (¿Diccionari­o de la Rima?); por ser unas veces beduino y otras teólogo, y quizá por "la flor punitiva" del castigo al pecado Un ateo o un hombre sin pasiones de la carne no sentirán jamás el desgarrami­ento que sintió siempre el jerezano. Dios lo estiraba por un lado; las consabidas náyades arteras por el otro. Él y ellas nos dieron a Ramón López Velarde. Mi poeta dilecto, el que se abrazó al bien y al mal porque el mal y el bien lo abrasaron, cumple hoy 100 años de no haber fallecido. FIN.

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