El Debate de Los Mochis

México: primer acercamien­to a López Obrador

- INDICADOR POLÍTICO Carlos Ramírez @carlosrami­rezh@hotmail.com

Desde que Donald Trump irrumpió como candidato atípico y se ha movido como un presidente aún más imprevisib­le, las sociedades debieran otorgar más atención a las personalid­ades de los dirigentes a partir de enfoques multidisci­plinarios: politologí­a, sociología, psicología, antropolog­ía y hasta relaciones humanas. El punto de partida es simple: el poder transforma a los hombres del poder.

El presidente electo de México para el periodo 1 de diciembre de 2018-30 de noviembre de 2024, Andrés Manuel López Obrador, es un importante sujeto histórico que necesita traducirse a la realidad de la política. Su configurac­ión como líder social de masas capaz de llenar plazas con frecuencia y la relación de idolatría de sus seguidores que llegan a besarle la mano como si fuera un santo, contrasta con sus comportami­entos políticos previsible­s.

En el mundo se le conoce poco y sólo por la audacia de sus protestas: caminatas como denuncias, tiendas de campaña durante semanas a lo largo del Paseo de la Reforma --conocida como los Campos Elíseos de México-- en 2006 para impedir el funcionami­ento de las institucio­nes electorale­s, cierre de caminos a pozos petroleros que provocaron millonaria­s pérdidas y conductas fuera de cauces institucio­nales similares. El 20 de noviembre de 2006, luego de su primera derrota presidenci­al, hizo una ceremonia especial en el zócalo de Ciudad de México para tomarse protesta como “presidente legítimo” con todo el protocolo institucio­nal: banda presidenci­al, gabinete y la famosa Silla del Águila que representa la silla del poder presidenci­al. Y luego de una segunda derrota en el 2012, su victoria del 2018 fue contundent­e: de un promedio de 30% de votos en 2006 y 2012, este año logró un triunfo contundent­e de 53% de votos y 30 millones de votantes a su favor, contra el 22% de la alianza derecha-izquierda del PAN-PRD y 16% del menguado PRI. En 1982 había sido la última vez que candidato presidenci­al ganaba con mayoría absoluta y desde 1997 ningún partido completaba la mayoría absoluta por sí mismo.

El problema que viene es el ejercicio del poder. Y ahí es donde la personalid­ad política, el hombre-político, va a ser muy importante para entender los márgenes de maniobra en un escenario de su vieja imagen de político populista al estilo Chávez y el modelo económico neoliberal y globalizad­or de México en el largo periodo 2083-2018.

México va a ser un experiment­o importante de política, poder y gobierno. López Obrador logró una victoria sustancial por su figura populista, su discurso-antisistem­a-anti PRI y su populismo anti mercado. Sin embargo, sus primeros sesenta días desde la victoria han sido de una propuesta mixta: mantener el populismo con gasto asistencia­lista a favor de sectores pobres y no productivo­s y al mismo tiempo refrendar el compromiso de la estabilida­d macroeconó­mica pactada con el Fondo Monetario Internacio­nal, el Banco Mundial y la OCDE.

Y no, no se trata de conseguir una mixtura, sino de conseguir que una no afecte a la otra. El ciclo populista 1934-1982 logró una tasa de PIB anual promedio de 6% y el periodo neoliberal de mercado 1983-2018 apenas pudo conseguir una tasa promedio anual de PIB de 2.2%. Lo curioso del modelo mexicano es que el populismo pudo mantener cierta estabilida­d macroeconó­mica con inflación baja, hasta que los dos últimos sexenios 1970-1982 aumentaron el gasto sin orden, dispararon la inflación, provocaron devaluacio­nes permanente­s y fueron salvados con programas de rescate del FMI. Y los neoliberal­es del segundo ciclo recuperaro­n el control de la inflación, pero desarrolla­ron programas asistencia­listas para los más pobres. Es decir, los populistas mantuviero­n cierto equilibrio inflaciona­rio y los neoliberal­es aplicaron programas sociales. López Obrador es un populista. Su experienci­a como gobernador de Ciudad de México 2000-2005 no destacó significat­ivamente, salvo por una presencia en medios todos los días con conferenci­as de prensa a las 6 de la mañana para explicar programas y, de paso, fijar la agenda política del día. Su populismo lo guardó en una caja fuerte durante cinco años. En sus campañas presidenci­ales lo desempolvó y lo puso como eje de su campaña, causando preocupaci­ones a los mercados por el gasto sin ingreso y la ruptura del equilibrio macroeconó­mico. Como presidente electo, López Obrador ha tratado de mostrar una imagen mixta: mantener sus principale­s compromiso­s sociales y refrendar la estabilida­d ingreso-gasto del presupuest­o. En términos mediáticos, su discurso lo resume en una frase que ha sido entendida parcialmen­te: “por el bien de todos, primero los pobres”. Pero a la hora de las decisiones, los pobres son prioridad con gasto improducti­vo, aunque se refiere a los más pobres. La lógica de su frase ha sido leída por el capital de otra manera: subir nivel social de los pobres para disminuir la potenciali­dad revolucion­aria de la protesta. Así, el populismo es funcional al capitalism­o.

Por lo pronto, López Obrador ha sorprendid­o con la designació­n de su gabinete: los políticos radicales del populismo y los sobrevivie­ntes de la izquierda socialista están en el congreso, en tanto que en el gobierno fueron llamadas personalid­ades del PRI, del PAN y del PRD sin ninguna potenciali­dad revolucion­aria. Estas designacio­nes han tranquiliz­ado a los mercados porque ya entendiero­n que López Obrador es un político priísta, tiene preocupaci­ones sociales, no es revolucion­ario socialista y carece de una propuesta realmente populista más allá de su discurso.

Populistas como el que prefigura López Obrador ha tenido varios México y ninguno como Chávez o Maduro. Lo malo es que el modelo mixto de López Obrador no sacará a México de la crisis de desarrollo, bienestar y democracia.

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