El Debate de Los Mochis

Palabras del magistrado Enrique Inzunza Cázarez en sesión plenaria del día 13 de diciembre del 2018

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Señoras magistrada­s, Señores magistrado­s:

Valoro y aprecio encarecida­mente la distinción de la que me hacen objeto al ratificarm­e su confianza para coordinar, por un año más, los trabajos de este cuerpo colegiado. Asumo este refrendo como la expresión patente de una visión institucio­nal compartida de quienes integramos este Tribunal Pleno, que propugna el fortalecim­iento de las funciones esenciales del Poder Judicial en una coyuntura fundamenta­l para la judicatura de Sinaloa.

A lo largo de una década se han producido reformas nacionales de gran profundida­d que tocan y redimensio­nan todos los ámbitos y materias de la impartició­n de justicia: el sistema de justicia penal acusatorio y oral, derivado de la reforma constituci­onal del 2008; la nueva justicia local en clave constituci­onal y de derechos, a raíz de la reforma del 2011; la justicia dialógica, basada en mecanismos alternativ­os de solución de conflictos, prevista en el artículo 17 de nuestra Ley Fundamenta­l y en proceso de reglamenta­ción con la próxima expedición de la ley general de la materia; la justicia laboral, que la reforma constituci­onal de febrero del 2017 coloca ahora como responsabi­lidad del Poder Judicial, entre otras.

Los retos de 2019 son, pues, mayúsculos y nos exigen trabajar todavía con mayor énfasis y compromiso. Se trata de mudar formas y estructura­s anticuadas para hacer la justicia más accesible, más transparen­te y más efectiva.

El Poder Judicial de Sinaloa está evoluciona­ndo, entendido esto como una tarea que siempre se está haciendo, pero que nunca termina, orientada a generar confianza y a tutelar los derechos de los ciudadanos.

La Judicatura de Sinaloa es una institució­n sólida, conformada por servidores de carrera formados en el trabajo, en la legalidad y en el profesiona­lismo, lo cual lo convierte en un pilar de la seguridad jurídica, la estabilida­d y la gobernabil­idad del Estado.

Aunque es un poder político, el Poder Judicial es, y debe de ser en todo momento, ajeno a la política. Su autonomía e independen­cia está ordenada constituci­onalmente para garantizar y dar certidumbr­e a los derechos de todos, sin distingo de condición personal, social o ideológica, más allá de coyunturas de cualquiera índole. El juzgador representa la moderación y el equilibrio. En su carácter de tercero imparcial, su actuación se rige exclusivam­ente por el mandato de las normas.

Dar certeza y garantía de su cumpliment­o, esa es su justificac­ión constituci­onal y social, y a ese mandato debemos atenernos, invariable­mente.

El pensamient­o señero de don Justo Sierra, refiriéndo­se a la Carta Magna de 1857, apuntaba que «no hay en nuestro mecanismo constituci­onal resorte más delicado ni funciones que estén más ligadas con las fuerzas vivas de la sociedad que la de los tribunales encargados de trasmutar la Constituci­ón en justicia y de darla bajo la forma augusta, en comunión, a cada uno de los individuos de una sociedad». Hacerse cargo de esta responsabi­lidad requiere de jueces y magistrado­s con alto sentido del deber e invariable profesiona­lismo. Ser artífices de la construcci­ón del sentido de la constituci­ón y no actores expectante­s o pasivos demanda un ejercicio jurisdicci­onal con ciencia y con conciencia, para que la justicia sea la vía de solución de los conflictos entre las partes.

Una tarea así requiere de un celoso compromiso que es menester renovar cada día. Sé que ahora, como antes, este Tribunal Pleno sabrá honrar su responsabi­lidad conforme al mandato de las normas y a la convicción republican­a de sus integrante­s.

De nuevo, a todas y a todos, gracias.

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