Para trascender
Aunque Paul Schrader ha citado como fuente de inspiración para First Reformed (2017, Estados Unidos, Reino Unido y Australia) a Ida, de Pawel Pawlikowski; su cinta sobre un reverendo que siente que ha perdido la fe no solo en Dios sino también en la humanidad, bien podría ser una secuela de Taxi Driver, que él escribió y Martin Scorsese dirigió, solo que teniendo a Travis Bickle vistiendo una sotana. Ethan Hawke interpreta a Ernst Toller, un pastor protestante que, hace seis meses, convencido de que seguía los valores familiares con los que creció sobre patriotismo y honor, convenció a su propio hijo para que se alistara en el ejército a pesar de las objeciones de su esposa. Ahora, abandonado por su mujer y con su hijo muerto en la guerra de Irak, Toller bebe diariamente, ha dejado de creer en la patria y en el honor y cuestiona su fe y hasta el destino de los hombres, se deja consumir por una enfermedad que desconoce y cuyos dolores se incrementan a diario, además de que escribe un diario en el que deja a un lado la honestidad para dedicarse mejor a lacerarse metafóricamente. Toller es el encargado de un templo de 250 años en Nueva York, que alguna vez estuvo lleno de acólitos y cuyo interés histórico lo mantenía en la lista de lugares por conocer; pero que ahora apenas y hay gente en sus sermones, además que otro templo cercano se ha llevado tanto a sus feligreses como a los turistas debido tanto a su papel en el Tren Subterráneo, que a mediados del siglo 19 usaron varios esclavos afroamericanos para escapar de sus amos; como por su carismático reverendo (Cedric Antonio Kyles). Y Toller día a día se va alejando de su fe protestante para mejor buscar respuestas a sus dudas tanto en textos católicos o inclusive místicos. Y en esas está cuando conoce a Mary (Amanda Seyfried), una feligresa, le pide que vaya a hablar con su esposo Michael (Philip Ettinger), un amargado ambientalista recién salido de la cárcel, que le ha pedido que aborte al hijo que esperan debido a que no quiere traer una nueva vida en un mundo que está condenado a morir por su propia causa. Hace años, Schrader escribió el libro Trascendental Style in Film. En dicho texto analizó el estilo empleado por tres directores: Robert Bresson, Carl Dreyer y Yasujirō Ozu. Su tesis es que estos tres directores aportaron una estética que buscaba capturar no las acciones de los personajes, como sucede con el resto de cineastas, sino su espíritu. Y eso lo lograban mediante una puesta en escena mínima: pocos emplazamientos de cámara, diálogos austeros, una edición funcional. Así tenemos películas que parecen desarrollarse en los llamados “tiempos muertos:” los momentos en los que los personajes se entregan a acciones que usualmente se dejan fuera de una historia, como cuando beben una vaso de whisky o escuchan la radio. Y es en tales “momentos,” tan alejados de lo operático a lo que estamos acostumbrados, en los que nos enfrentamos a la autoreflexión tanto de los personajes como de nosotros mismos.